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A Ferran Adrià le gusta presumir de que solo hay una cosa más difícil que reservar mesa en su comedor: conseguir unas prácticas en su cocina. Lisa Abend, corresponsal de la revista Time en España, pasó seis meses de 2009 en las tripas de elBulli para escribir Los aprendices de hechicero, una magnífica crónica sobre los stagiaires, el personal en prácticas a las órdenes del mago de la cocina contemporánea.
"Ferran Adrià realmente hace maravillas con la comida", escribe Abend, "el único truco es que no está haciéndolo solo". Un equipo de 45 personas consiguen que la maquinaria funcione; 32 de ellos son aprendices seleccionados cada año entre unas 3.000 solicitudes. Abend sigue su estancia en elBulli como quien se empotra en un ejército. No es fácil ser becario: "Aceptan trabajar catorce horas sin parar a cambio de una comida al día, una cama en un apartamento poco atractivo y sin sueldo alguno". Entre sus labores está barrer, pelar ajos o asegurarse de que los gajos de mandarina no tienen pepita. Y el jefe tiene sus cosas... De entrada, Adrià no soporta la impuntualidad (echó nada menos que a José Andrés, entonces cocinero de elBulli, por llegar tarde a una cita). Al otro lado de la balanza está la convicción de trabajar con el mejor. "Unas prácticas en elBulli son como un bautizo", dice uno de los aprendices en el libro; "sin ellas, no eres cristiano de verdad".
El libro acaba con la fiesta de despedida de la promoción. Tras los bailes y la exaltación etílica de la amistad (al día siguiente, puntualiza Abend, nadie llegó puntual), Adrià dio un discurso a los internos. "Sed valientes, porque el mundo no es para los cobardes", les dijo. Ninguno de los aprendices sabía entonces que el chef ya había resuelto cerrar el restaurante más famoso del mundo.
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