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  • Ya sea por la fórmula 1, la Copa del América o las secuelas de la ruta del bacalao, el caso es que las playas de Valencia se han puesto de moda para algo más que madrileños huidizos del achicharramiento veraniego. El ambiente se ha vuelto algo variopinto y mundano, tanto como para animar a Margarita Sánchez Casares a abandonar su desempeño cotidiano como experta en certificaciones de calidad y cumplir su viejo sueño de alumbrar un hotelito de 12 habitaciones en primerísima línea de mar. El tiempo dirá si todo el esfuerzo y peculio gastados habrán merecido el vuelco que ha experimentado su vida familiar, pero de lo que no cabe duda es de que el suyo es un tipo de hotel que debió popularizarse en la costa valenciana cuando aún no había sufrido el especulativo desarrollo inmobiliario y la invasión del turismo de masas. Caído del cielo Si uno lo mira con lupa, aunque de nueva planta, el edificio parece caído del cielo como una reliquia de los años sesenta. Anacrónico hoy, si se quiere, en este litoral tan depauperado. Pero entrañable, acogedor, familiar y apéndice absolutorio de su propietaria, que se lió la manta a la cabeza para hacerlo así, diseñándolo de arriba abajo, como una jaula de cristal azul y blanca completamente orientada al oleaje. "Desde las habitaciones se ve cómo las olas mueren en la arena", explica a quien pide información sobre la distancia del alojamiento a la playa. Un fastidio menor es el acceso a recepción con las maletas a cuestas por unas escaleras entre dos terrazas comunicadas. Al principio, la rareza desconcierta, luego, con la ayuda de la dueña, sirve para hacer amigos y, por qué no, organizar tertulias, cenas y coperío hasta bien entrada la madrugada. Quien no aprovecha aquí las horas de la fresca en verano se solaza en la intimidad de las habitaciones. A la gran Dumont, dentro del jacuzzi que ofrece cada una de las cuatro suites, o a la marinera, oliendo a Mediterráneo desde sus terrazas acristaladas. Habitaciones puras, blancas a rabiar, luminosas por demás. Radiantes como un latigazo en la retina. Suficientemente amplias y mínimas en su propuesta decorativa. Sin ninguna otra distracción que no sea contemplar el mar desde la cama, envuelto en un edredón sedoso y quizá demasiado grueso para los rigores del verano. Ninguna concesión a lo superfluo. Ninguna estridencia, salvo el rugido salmódico del oleaje que a más de uno puede quitar el sueño, pero a la mayoría adormece y devuelve al seno materno. Eso lo sabe bien Margarita Sánchez cuando se propuso diseñar ella sola el conjunto del hotel y sus utilidades. Con tales certezas no es extraño que desde su puesto de control, siempre en la terraza, se tome pronto confianzas con la clientela. Marinera en tierra, capitana en la mar.
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  • Diario El País S.L.
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  • Hotel de la Playa, luminoso y minimalista a un paso de Valencia
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  • Como antes, en el mar
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