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  • Estoy por el camino de Ourense a Braga, en zona fronteriza. Todo se ve lejano, oculto entre la bruma. Escondido como las cerámicas, las sigilatas, las tégulas, las fíbulas de bronce o las monedas que hay bajo esta tierra negra. Tierras de monjes, tierras de san Rosendo. El santo fue canonizado muy pronto, en 1196, por el papa Celestino III que, siendo aún cardenal Orsini, viajó hasta Celanova para comprobar el buen hacer de aquellos enclaustrados. Durante los siglos X y XI el monasterio de Celanova fue uno de los más prósperos de la Península. Luego tuvo momentos de decadencia y recuperación hasta su desaparición definitiva en el siglo XIX con la desamortización de Mendizábal (1835) y la posterior de Pascual Madoz (1855). El mismo san Rosendo en su testamento les recordaba a los monjes que les dejaba una casa magníficamente levantada. Barroco imponente La plaza Mayor de Celanova (unos 6.000 habitantes) precede a la iglesia y al monasterio contiguo. Está rodeada de casas con galerías acristaladas y, en el centro, una fuente renacentista trasladada desde su antigua ubicación en el claustro reglar. La iglesia, moderada en su barroquismo exterior, estalla en el interior. El retablo del altar mayor es de un barroco imponente y fue realizado por el escultor Francisco de Castro Canseco. Tiene cuatro columnas salomónicas con capiteles corintios. Los cuatro evangelistas, la asunción de la Virgen, las historias de san Rosendo y san Torcuato, copatronos del monasterio, los dos con ropas de obispos, son algunas de las historias allí esculpidas. Los huecos que contienen las urnas o arquetas de plata con sus reliquias llevan relieves con la vida y milagros de cada uno. Normalmente están veladas por una calada celosía con adornos de estilo rococó. El sagrario es espectacular. Pero yo me fijo en unos alabastros bellísimos que hay en la parte inferior del retablo. Se desconoce su procedencia aunque pudieran ser de origen filipino. Representan la santa cena, el lavatorio de pies, el prendimiento de Cristo, la flagelación y la coronación de espinas. Y si el retablo asombra, no menos impone la arquitectura arriesgada de la gran cúpula. Paseo entre púlpitos, puertas, rejas, coros (el alto y el bajo), la sacristía, el órgano rococó con mascarones decorando los tubos, y los numerosos retablos. A continuación de la iglesia se encuentra el monasterio con la botica, el claustro reglar, la escalera de honor, el refectorio, la cocina, la portería, otra biblioteca... Limpia y vacía Pero de entre todo el conjunto inigualable, me quedo con la pequeña capilla, fuera y libre de los ámbitos anteriormente mencionados, de San Miguel. Está en un patio, ante el campo cercano a la iglesia, sin vínculos de adherencia a los otros monumentos, escondida. Es un oratorio, un monumento del siglo X de los pocos que aún se conservan, una reliquia del tiempo de san Rosendo. La influencia de la arquitectura árabe es manifiesta. Es una capilla de una nave con crucero y ábside de herradura en el interior y recto en el exterior. La gran altura y los pequeños ventanales que dejan entrar la luz dan una sensación de espiritualidad elevada. Aquí uno está solo consigo mismo en un silencio absoluto apenas iluminado por los pocos rayos de sol que penetran entre los pequeños ojos. Tan solo caben tres o cuatro personas. Pero el lugar es solo para una, para poder arrojarse al suelo y cubrirlo con su cuerpo y elevarse hacia lo alto en éxtasis. La capilla de San Miguel es una huella fósil de la primitiva espiritualidad: limpia y vacía, descarnada, ingrávida, sin imágenes, sin rostros. Una pasión, como la definía Kierkegaard. Una especie de sepulcro donde se alberga polvo, ceniza y olvido, pero también resurrección. Algunos comienzan a vivir cuando van a morir, decía don Miguel de Mañara. Los monjes de San Rosendo estaban en perpetua moribundia y unían al sarcasmo de la alegría la indulgencia del desprecio por lo temporal. La capilla de San Miguel contiene todo el silencio. El saber es silencio. Monjes, místicos, poetas. Vivir sin cuerpo. Deshacerse del cuerpo cuando se entra en este oratorio. Deshacerse de las frases, de las palabras, de las letras. Al dios desconocido. Partiendo hacia el cementerio de Celanova donde está la tumba del escritor galleguista Celso Emilio Ferreiro, después de visitar las casas natales del poeta Curros Enríquez y el propio Celso Emilio, dejo atrás el burgo medieval de Vilanova dos Infantes, parte del municipio de Celanova y patria del presidente de la Real Academia Galega, Méndez Ferrín, con su esbelta torre, sus casas palaciegas, los hórreos recién pintados, la memoria de los primeros judíos que se registraron en Galicia y la Virgen del Cristal cantada por Curros. El cementerio está en un lugar apartado. Hay panteones del siglo XIX que contienen epitafios como el que copio, "...duermes aquí ilustre descendiente, del divino Apolo en lóbrega morada, ya no se abre tu benéfica mirada, en su agonía a la humanidad doliente, ¡duermes! ¡ilusión!". Está firmado con las iniciales R. L. Después de un rato de búsqueda, a la entrada, a la izquierda, sobre la tapia principal, encontramos el lugar del último reposo de C. E. Ferreiro Minguez (1912-1979). Su epitafio dice así: "Mais o lume que alampea, xamais o veredes morto" (pero la lumbre que relampaguea, jamas la veréis muerta). Bajo estas palabras, también grabadas en la piedra, está el nombre de su mujer, Moraima (1921-1997), "Viuda de Celso Emilio Ferreiro", y su propio epitafio, "Ronsel da longa travesía, meu diario de abordo" (rastro de larga travesía, mi diario de abordo). Me quedo pensando en ellos, repletos de vida, cuando en los años setenta los conocí y traté en Madrid. Celso Emilio siempre cargado de buen humor, amable y generoso con los jóvenes como yo inquietos y desorientados. Me entristece verlos aquí bajo este techo de piedra. "O teito é de pedra. / De pedra son os muros / i as tebras. / De pedra o chan / i as reixas. / As portas, / as cadeas, / o aire, / as fenestras, / as olladas, / son de pedra. / Os corazós dos homes / que ao lonxe espreitan, / feitos están / tamén / de pedra. / I eu, morrendo / nesta longa noite / de pedra" (el techo es de piedra. De piedra son los muros y las tinieblas. De piedra el suelo y las rejas. Las puertas, las cadenas, el aire, las ventanas, las miradas, son de piedra. Los corazones de los hombres que a lo lejos acechan, hechos están también de piedra. Y yo, muriendo en esta larga noche de piedra). Cerca de Celanova se puede visitar el castro de Castromao, con sus piedras perfectamente asentadas unas sobre otras y cubiertas de maleza, que llevan siglos (desde el VII-V antes de Cristo) luchando contra la intemperie. A unos 30 kilómetros de la villa, camino de Portugal, encontramos otras ruinas, las del campamento romano Aquae Querquennae, en medio de un bosque a los pies de un lago artificial. Un centro de interpretación sitúa al visitante en la Galicia romana. El paisaje de amplias ruinas, las aguas del embalse de As Conchas y el bosque de robles, abedules, alisos y fresnos es emocionante. Paseo entre los vestigios de los barracones de la tropa, el hospital de campaña y el cuartel general. Cuando llueve mucho parte del yacimiento se anega al subir el nivel del embalse: una imagen fantasmagórica. Trastero de almas Siguiendo hacia Portugal, como último destino del día llego a la solitaria basílica visigótica de Santa Comba. Es de finales del siglo VII y, por tanto, la más antigua de Galicia. Si la capilla de San Miguel era el templo al dios desconocido, esta es la casa del hombre. Torpe en su construcción, apenas iluminada, bella en su rudeza. En este interior, donde uno anda como en casa, hay numerosos objetos de la época romana: un miliario haciendo ahora la función de fuste de una pila bautismal, un ara dedicada a Júpiter, un sepulcro marmóreo... Santa Comba, casa de los dioses compartidos, trastero de almas perdidas. Quisiera poner mis manos sobre las columnas y capiteles para comprobar con el tacto que pertenecieron a mi casa. Santa Comba, casa del hombre y sus dioses y su nada y su vacío y su desván de objetos perdidos.
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  • Ruta orensana con parada en la emocionante San Miguel de Celanova
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  • Una capilla para uno
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