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  • Fue un tótem de la moda, un icono del estilo. Reinventó a la mujer y fue estrictamente fiel a sí misma. Vivió y murió en París, porque Coco Chanel era incapaz de imaginarse en otra ciudad del mundo. Muchos de los sitios que frecuentaba se mantienen. Como Mademoiselle Chanel, han sido capaces de sobrevivir al paso del tiempo. La historia de Coco Chanel comienza en un pequeño piso del Bulevar Malesherbes propiedad de su amante, Etienne Balsan, que la animó a abrir allí una sombrerería. Poco después, en 1912, Coco abandonaría el local y a Balsan para caer en brazos del que sería su gran amor, el inglés Boy Capel, que le prestó dinero para inaugurar su primera tienda en el número 21 de la Rue Cambon. Capel pensaba que para la joven la moda era solo un entretenimiento. Se equivocó: estaba poniendo las bases de un imperio. Coco devolvió a Boy Capel el dinero que le había prestado: "Sabré que te quiero cuando no te necesite", le había dicho. Y así fue. Coco no necesitaba a nadie. Hoy, la Maison Chanel sigue ocupando los números 29 y 31 de la calle, que se ha convertido en lugar de peregrinación de los nostálgicos y los adictos al lujo. Famosa, rica y amada, Coco Chanel vivía su particular paraíso. Pasaba con Boy todo el tiempo que le permitían sus negocios. Recibían a sus amigos en el hermoso apartamento que compartían en la avenida Gabriel, o cenaban en Chez Maxim's, epicentro de la frivolidad de la década. Con el tiempo, las cosas entre ambos se enfriaron. Coco estaba volcada en su trabajo: "Empecé a perderte cuando te hice libre", le decía Boy. Él se cansó y se casó con otra. Coco aceptó ser su amiga. Cuando Capel murió en un accidente en 1918, ella se sintió morir. Desolada, se refugió en su taller y se propuso universalizar su dolor: "Vestiré de luto a todas las mujeres del mundo", dijo. Había nacido la petite robe noir (el pequeño traje negro), que se convertiría en un must de todos los armarios. Chanel no volvió a ser la misma. "Lo perdí todo al perder a Boy", decía. Seguía trabajando con fiereza, pero cada vez salía menos. Sus amigos la arrastraban al Café de París o a las veladas del Pre Catalan, en el Bois de Boulogne, y la novelista Colette la invitaba a almorzar a Le Grand Vefour, un suntuoso restaurante abierto en 1784 en las galerías del Palais Royal. Hoy el establecimiento sigue funcionando bajo la batuta de su jefe de cocina, Guy Martin. También con Colette conoció el Moulin Rouge. Ella se dejaba llevar de mala gana: Montmartre no era su sitio, aunque tenía amistades entre los pintores emergentes y solía visitar a Picasso en su casa de Montrouge. En 1921, Coco decide instalarse en el Ritz. Desde la muerte de Boy ninguna casa le parecía un hogar y le apetecía vivir en un hotel, vecino además de sus oficinas en la Rue Cambon. Su universo vital se reducía al ámbito de los alrededores de la plaza Vendôme: "El mundo exterior", decía, "se presenta como irreal". Salía muy poco. A veces se la veía comprando macarons en Ladurée, o curioseando en la perfumería Guerlain de los Campos Elíseos. Quién sabe si fue ahí donde Chanel decidió que debía tener un aroma propio. En 1923, el perfumista Ernest Beaux creaba para ella el Número 5, posiblemente el perfume más célebre de la historia. Esta es la época de su amistad con el coreógrafo Sergue Diaghilev, que ofrecía grandes fiestas en su suite del Hotel Intercontinental de la Rue Castiglione. También de sus amoríos con Stravinski y las cenas con el telón de fondo del lujo barroco de La Tour d'Argent, que hoy conserva los vasos de plata y la decoración hermosa y excesiva que cautivaba al maestro Igor. A principios de 1924 conoce al duque de Westminster. A pesar de que llegó a amarlo, Coco no quiso casarse con él. Compartieron, eso sí, veladas en Lapérouse y en los salones de Lucas Carton, marcados por el peso de la historia: allí se había señalado, en 1918, la hora del armisticio de la Gran Guerra en presencia de los mariscales Joffre, Foch y French y el general Pershing. El restaurante sigue abierto con el nombre de Senderens y conserva su preciosa escalera belle époque, casi tan interesante como otra de la misma época que hay en el restaurante L'Escargot, favorito de Sarah Bernhard y Marcel Proust. Los castaños en flor La relación con Westminster duró hasta 1930, cuando él se casó con una aristócrata inglesa. El corazón de Coco volvió a latir en 1933 por el dibujante y diseñador de joyas Paul Iribe. Con él, Coco -que era una mujer de espacios cerrados- conoció el París de los jardines: admitió que junto a Iribe se fijó por primera vez en la explosión de los castaños en flor en las Tullerías. Chanel iba a cumplir 50 años y barajaba por primera vez la posibilidad de casarse. Pero Iribe murió de un infarto en 1935. Coco siempre le recordaría con afecto, pero también con poca piedad: "Paul me asfixiaba", llegó a decir. La II Guerra Mundial paralizaría la vida en Europa, y también la actividad de la Casa Chanel. Mademoiselle desapareció de la vida pública tras un oscuro episodio romántico con un oficial nazi. Cuando el mundo empezaba a olvidarla, en 1954 presentó una colección en el número 31 de la Rue Cambon que supuso una nueva edad de oro para el imperio Chanel. Pero no para Coco, que se recluía cada vez más insistentemente en su suite del Ritz: "Hoy, entre el sol y la nieve... continúo trabajando y viviendo sola", confesó a Paul Morand. Triunfó hasta el último día. Cuando murió, en 1971, la iglesia de la Madeleine fue escenario de un espléndido funeral en el que todos los grandes de la moda le rindieron sus armas.
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  • Un recorrido por los lugares que marcaron la aventura profesional e íntima de la fundadora de Chanel
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  • París con aroma a Coco
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