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  • La saturación turística de la Costa del Sol, que tiene hoy ocupada hasta la quinta línea de playa, obliga a los hoteles más poderosos a construir en primera línea un beach club donde hacer verdad el reclamo publicitario de que en ellos se ofrecen unas dignas vacaciones en el mar. A pesar de lo cual nada evita que los sufridos veraneantes alojados en este hotel marbellí de la cadena Vincci suden la gota gorda cada vez que recorren a pleno sol los 400 metros que lo separan de la playa... Si lo soportan, y tan ricamente, es quizá porque el ambiente minimalista del casetón, la piscina de horizonte infinito y un almuerzo con notas nobles bajo la brisa fresca del mar hacen olvidar pronto el infierno que se vivió sobre el asfalto para llegar. El lugar tiene algo de ibicenco, especialmente cuando se enchufan los gruesos bafles que señalan el perímetro del restaurante. Por detrás se intuyen las instalaciones del spa Nammu, que añade sensorialidad oriental al minimalismo de libro que exhibe el edificio, realzado por dos piscinas climatizadas. Aunque la foto que subyuga a la clientela es desde las hamacas con las cuatro palmeras al fondo y la línea espumosa de la playa. De regreso a las instalaciones puramente hoteleras llama la atención, cuando no incomoda, la torpeza de su diseño, excesivamente laberíntica. Cuesta trabajo tomarle el pulso al espacio, hallar la lógica de las circulaciones, desentrañar el misterio geográfico de los pasillos, de las escaleras que no conducen a ninguna parte, de los callejones sin retorno, de los arcos de herradura sin moros en la costa... Durante la efervescencia del ladrillo en Marbella apenas había tiempo para otra cosa que no fuera construir a toda prisa. Salvo en temporada alta, el servicio cumple con su cometido y basta. No por falta de voluntad ni de gestos amables, que los tiene, sino por la carestía de personal como consecuencia de la irregular ocupación de la costa. Imposible tumbarse frente a las piscinas y esperar que alguien te sirva un piscolabis. Tampoco la terraza del bar es atendida como cabría esperar. Las habitaciones, eso sí, son amplias y confortables. Sin mucho devaneo en su decoración, pero generosas en detalles y con un sentido utilitario que a veces se extraña en los hoteles de playa. La ducha es bien agradable, fruto de un diseño que ha tenido en cuenta los gustos y exigencias más actuales. Qué pena que el chorro sea tan modesto y tan fastidioso de atemperar. El baño merecería también unos cosméticos de mayor calidad. Vistas, ninguna. La playa está ahí, pero ni se siente. Sí se escucha sin embargo el ronroneo del tráfico por la cercana autovía. Claro que el verano en la Costa del Sol no es para alejarse de los ruidos, sino para la diversión.
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  • Diario El País S.L.
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  • Vincci Estrella del Mar, un club de playa de moda en Marbella
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  • Verano de hamacas
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