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  • Era cuestión de tiempo el que los riads (en árabe, casa con patio interior) se convirtieran en el principal atractivo turístico de Marrakech. Ante su evidente glamour han sucumbido las agencias del mundo entero que publicitan estas casas en la medina como si fueran palacios del Rajastán y promotores cosmopolitas que las adquirieron a bajo precio para hacer un buen negocio y un apetecible objeto de deseo para viajeros. Bruno Oliver e Inés Bultó, primos y residentes en Madrid, son el ejemplo. Por casualidad se hospedaron en un riad cercano a la plaza Jemaa el Fna y ya no quisieron salir de él, tanto que allí mismo decidieron comprar el antiguo palacete Derkaoui, perteneciente a una familia de la aristocracia local, decorarlo con objetos de la tienda que inmediatamente montarían en la ciudad y operarlo por su cuenta y riesgo. De gerente colocaron a Hicham, el mismo que los atendió en aquel riad de la medina. Abracadabra es una invocación al placer visual desde su atalaya en el callejón Derb Dabachi, inescrutable en el dédalo hechicero de los zocos gremiales, a escasos 80 metros de la famosa plaza de los aguadores, saltimbanquis y encantadores de serpientes. Nada es superfluo. Todo parece simple y cuerdo, como si sus dueños hubieran encontrado en el fondo de un desván el breviario arabigoandalusí de una modélica restauración arquitectónica. Los tabiques estucados de tadelakt, los suelos de bejmat (terrazo), los zócalos de zellij (azulejería), las ventanas de rejas y celosías mozárabes, las alfombras bereberes... Un ambiente refinado se respira en las tres plantas de la casa que, por requerimientos de ese mismo manual, orbitan en torno al delicioso patio, mrah, decorado con mosaicos de Fez y una fuente central en permanente gorgoteo. Sus ocho habitaciones reflejan la personalidad marrakchí no exenta de exquisiteces a la europea: colchones viscoelásticos, edredones, anaqueles llenos de libros, cosméticos artesanos (Los Sentidos de Marrakech). Oliver y Bultó entendieron desde el inicio que un establecimiento así sería inclasificable. Ni una estrella, ni siete; sino un millón de emociones. Como las que ofrece la azotea del riad en las sucesivas horas del día, en parte abrigada del sol para desparramarse sobre las hamacas y los sillones, en parte abierta al cielo para sentarse a cenar a la luz de las velas o darse un chapuzón en la piscina con vistas a los tejados de la ciudad. No hay semana, ni mes en el año, que no se hospede allí un grupo de españoles aprovechando que el bueno de Hicham perfecciona el idioma en el Instituto Cervantes. Ni una, ni siete. Un millón. ¿Cuántas estrellas si no distinguirían a un riad que para llevarte al aeropuerto carga tus maletas a lomos de un asno por la medina?
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  • Diario El País S.L.
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  • RIAD ABRACADABRA, la casa-patio de unos españoles en Marrakech
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  • Magia en la medina
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