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  • Un atractivo de Madrid para cualquier urgencia es su red de autopistas radiales, como la A-6, que comunica, a través de cuatro carriles por sentido, el centro peninsular con Galicia. En el punto kilométrico 22,500, a la altura del Parque Empresarial Las Rozas y junto a los centros Heron City y Rozas Village, en la margen derecha, se vislumbra una fachada en ladrillo crema con un rótulo de color verde característico por su campanario de bóveda eslava. Es el emblema de los hoteles Campanile, la alternativa low cost a los precios de la capital. Claro que no ofrece los lujos ni el glamour de un clásico en el Triángulo del Arte, pero a 39 euros la noche es para pensárselo en estos tiempos. Después de todo, el centro de Madrid apenas dista media hora de este feliz extrarradio. Al igual que sus homólogos en Francia, Italia o Alemania, el Campanile de Las Rozas es un hotel accesible a cualquier hora de la noche. Cuando llegas, un aparcamiento descomunal te engulle hasta aparecer con la maleta ante el mostrador de recepción. Aquí sobra, quizá, el recepcionista de guardia: para anotar los datos, hacer una fotocopia al DNI y ofrecer el acceso a la habitación, bien podría ceder su puesto a un robot. La tramitación por demás es diligente. Sin demora alcanzamos la habitación, propia de un destino funcional, con una decoración de tipo Ikea, plenamente satisfactoria a la vista: mobiliario modular y utilitario y tonalidades luminosas y un punto alegres. En los detalles aparecen los desajustes propios de su uso intensivo: la ducha está dentro de la bañera y el flujo de agua es insuficiente, el kit cosmético carece de interés, la cama no es todo lo cómoda que cabría exigir en un hotel válido solamente para dormir, pues afloran los muelles del colchón y el remate de la lencería no parece muy profesional, aunque esto no pase de ser una mera eventualidad. No existen enchufes en las mesillas de noche: hay que dejar el móvil cargándose enfrente y levantarse de sopetón cuando suena el despertador. Pero lo peor e inaudito en un hotel tan pegado a la autovía es su deficiente insonorización, que provoca desvelos en buena parte de la clientela, si consultamos las hojas de reclamaciones. A la mañana siguiente, camino del desayunador, saltan a la vista otros defectos desapercibidos cuando se llega exánime de un viaje la noche anterior. Las habitaciones evidencian limpieza, es verdad, pero la moqueta de las zonas comunes está llena de lamparones: un aspecto lamentable. Casi lo mismo que en el servicio de desayuno, esmirriado y desatendido, por mucho encanto que se haya pretendido crear con su decoración de acuarelas y estampaciones banales. ¿Renunciamos entonces a los Campanile? No del todo, hacer una parada hotelera a precio de pensión y tan cerca de la capital justifica estas líneas.
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  • Diario El País S.L.
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  • Campanile Las Rozas, funcionalidad económica en el extrarradio madrileño
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  • Cabezada y poco más
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