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  • Hay que atravesar el túnel del tiempo para llegar hasta el país perdido. Lo llaman el túnel de Cotefablo, un subterráneo monotubo de 683 metros de largo, excavado en 1935 a más de 1.400 metros de altitud, que separa (o une, según se mire) las localidades de Biescas y Broto (Huesca). Pronto las nuevas carreteras le darán de lado, como le ocurrió a la americana Ruta 66, pero siempre será el túnel del tiempo. Cruzarlo es adentrarse de lleno en otra dimensión, donde las coordenadas espacio-tiempo se dislocan. Se trata, como ese lugar habitado por los hobbits en El señor de los anillos, de La Comarca, en este caso del Sobrarbe, en el corazón del Pirineo. Es un lugar extraordinario, la puerta de entrada del Monte Perdido y del parque nacional de Ordesa, una zona regada por los ríos Ara y Cinca, en la que cualquiera podría pensar que habitaron hobbits en algún momento. Sus gentes son incondicionales amantes de su tierra, de la tranquilidad y del gusto por perderse en el placer y el disfrute. Y es, por supuesto, un nido de leyendas... Esta puerta de entrada a un paraíso natural -15.608 hectáreas del Pirineo aragonés declaradas patrimonio mundial por la Unesco en 1997-, este acceso a ese macizo calcáreo de 3.355 metros con sus tres jorobas, tiene su historia. A las protuberancias las llaman las tres sorores, que significa hermanas: el Cilindro de Marboré, el Monte Perdido y el Pico Añisclo. Lo bautizó con el nombre de Perdido un escalador francés porque es un pico difícilmente visible desde Francia, a veces se ve y a veces no. Cuenta la leyenda que su peculiar forma dromedaria se debe a que tres hermanas fueron sepultadas por las rocas después de traicionar a sus pretendientes autóctonos y emparejarse con conquistadores. Estas tierras fronterizas, pese a su dificultad, han sido siempre un reducto de soterradas batallas, de pequeñas y grandes conquistas, de huidas y exilios. Una ronda, convertida en himno, El país perdido, cuenta la historia de la comarca que lidera el municipio de Boltaña: Perdido debajo del Monte Perdido / perdido estuviste país. / Mi viejo Condado, señor de los montes / te estabas dejando morir. / Perdido el orgullo, perdido el futuro / perdido, perdido país. En el Sobrarbe siguen funcionando leyes no escritas. Dicen los de "el país" que El Pirineo, con mayúsculas, se ha despoblado por una de esas normas: en las familias, ganaderas en su mayoría, toda la herencia pertenece al hijo mayor, por lo que los pequeños han ido yéndose a la ciudad buscando mejor fortuna. Lo cuenta Miguel, "el de Asín de Broto", que lleva la savia de los montes en sus venas y que permanece pegado a ellos con resina. Un tipo jubilado y viudo que sigue viviendo como un acontecimiento maravilloso la odisea de cambiar las vacas de monte. Camina solo con su perra Reina entre pistas y senderos sin temer a que llegue la noche, eternamente enamorado, hasta las lágrimas. No les gusta a los de "el país" que se diga, pero casi el 50% de los aproximadamente 400 pequeños pueblos de esta preciosa y recóndita comarca pirenaica que colinda con Francia están abandonados. Y no les gusta que se hable de eso porque son muchas las poblaciones que han sido saqueadas o mal cuidadas por okupas de todo pelaje. A las gentes de este lugar -muchos de cuyos mayores cruzaron a pie y con lo puesto al país galo con la llegada de la Guerra Civil y regresaron con menos aún- les duelen estas montañas como si fueran sus propias piernas. Conocen sus picos, sus pozas, sus cuevas, sus collados, sus praderas como las palmas de sus manos y cada cual tiene sus rincones secretos. Ahora, los que se han quedado, hacen lo imposible por mantener su forma de vida a la vez que tratan de sacar rendimiento a las frondosas tierras escarpadas pobladas de caballos salvajes. El turismo rural se ha convertido en lo más rentable y ya hay pueblos enteros, como Torla o Broto, que se vuelcan en atraer visitantes españoles y franceses. La industria del cine también ha puesto el objetivo de sus cámaras en estos lares, donde acaba de rodarse la película española Tres mil, que se estrenará a finales de año, y se cuenta que en breve se rodarán algunos planos de Cloud Atlas dirigida por los hermanos Wachowsky (los realizadores de Matrix) y protagonizada por Halle Berry. Torla. Un pueblo sobre una roca Puede que sea por encontrarse en el punto más alto del valle (a mil metros de altura), o porque su nombre proviene de la palabra torre. O quizá porque desde la roca sobre la que se asienta esta pequeña localidad medieval de 318 habitantes (217 torlanos), que conserva con esmero joyas de la arquitectura altoaragonesa (como el casón de los Viu, del siglo XIV), se domina todo ese grandioso paisaje. Desde los ríos hasta el imponente macizo calcáreo de Mondarruego, que recuerda a El Gran Capitán del Yosemite Park de California. O puede que la clave esté en el hecho de haber servido de fortaleza contra las incursiones de los franceses en el pasado, el caso es que los de Torla son, en un primer momento, unas gentes reservadas ante la llegada del forastero. Pero, como en todas partes, el roce hace el cariño. Y cuando uno entra por segunda vez al bar de José Mari Samper (Borda Samper), y le pregunta de dónde han salido toda esa colección de ginebras aromáticas que exhibe en sus estanterías enseguida se gana un montón de inmerecidas atenciones. Lo mismo ocurre al visitar El Duende, una especie de casita de Hansel y Gretel convertida en un magnífico restaurante donde la calidad y el precio van muy bien cogidos de la mano. O en La Cocinilla, donde hacen una crema de calabacines con gambones al ajillo difícilmente superable... El mejor sitio de Torla, ese rincón de placer infinito y buque insignia del valle, está a un kilómetro del casco del pueblo. Se trata del hotel Ordesa, un hotel de alta montaña perfectamente equipado para invierno y verano. Un lugar en el que uno puede darse un masaje mirando al valle o tumbarse a la bartola en la piscina. Y tomarse después un café o una cerveza en el jardín. Un lugar con carácter, en concreto el de Antonio Sanz (Toñín). Un hombre hecho a sí mismo, que empezó vendiendo periódicos al peso en Zaragoza y que hoy es un poco como "el padrino" de la comarca, a pesar de muchos (en los pueblos, ya se sabe...). Un auténtico crac, amante de la vida y el hedonismo sin complejos. No duden en preguntar por él si pasan por la zona. Broto. Flores y quebrantahuesos No hay más que ver la cárcel de Broto (231 habitantes) y sus mazmorras (visitables), con las increíbles pinturas y grabados de los que allí estuvieron presos, para hacerse una idea de cómo se impartía justicia en estas tierras. Pero también, no hay más que hablar con alguno de sus longevos habitantes para encandilarse con este lugar cuyos cielos dominan los buitres quebrantahuesos y cuyas altas praderas están salpicadas de edelweiss (las famosas flores de las nieves que popularizó Sonrisas y lágrimas). Ambos son huidizos, más fácil de encontrar es la espectacular cascada Sorrosal, a un fácil paseo del centro del pueblo. "Mi abuelo se acordaba perfectamente del día que volvieron después de huir a Francia", cuenta Carmen Muro Gracia, la alcaldesa de Broto. "El pueblo estaba todo quemado y habían dinamitado el puente del Ara [el río que atraviesa la localidad]. Se metieron en un pajar y durante años fueron descubriendo en las casas de los que pudieron quedarse sus antiguas pertenencias: el mantel de la abuela secándose al sol en la casa del vecino, las joyas de la familia en otras manos y en otros cuellos...". Los republicanos de la llamada Bolsa de Bielsa, amparados por el monte, mantuvieron una resistencia numantina hasta el final. El 4 de abril de 1938 cayeron Torla y Broto, pero hasta el 16 de junio no claudicó la 43 división dirigida por Antonio Beltrán Casaña, conocido como El Esquinazau. Aunque las poblaciones resistieron juntas las embestidas de los nacionales hoy, entre los habitantes de una y otra, situadas a tan solo dos kilómetros de distancia, se mantienen rivalidades ancestrales. Se concretan en hechos tan curiosos como que cada pueblo tiene sus propios caminos para subir a distintos puntos del valle, y hasta hace poco no estaban bien vistas del todo las parejas que unían ambas poblaciones, y así... Buesa. 'Jacuzzi' en la era Entrar en El balcón del Pirineo es como entrar, de repente, en la casa de una familia, la de Dominica Pérez y Marino Rabal. O mejor dicho, en su terraza. Junto a su hijo Jorge han montado un pequeño restaurante en los bajos de una vivienda colgada del valle. Está en Buesa, a dos empinados kilómetros desde la mitad del camino que va desde Broto a Sarvisé. Una pequeña aldea de 30 habitantes, en una cornisa en la falda de la Punta de Guliana (1.892 m) y del Tozal del Bun (1.550 m), con abundantes vistas sobre los llanos de Plandeluviar. Cuando en los años noventa Marino se percató de que el turismo rural era un negocio compró una era de trillar, un lugar expuesto al viento para separar el trigo de la paja. En esa azotea natural hoy hay unas poquitas mesas en las que degustar unas de las mejores carnes a la brasa de las terneras y los corderos del Valle de Broto a un precio mucho más que razonable. Trabajan también mucho y muy bien las setas, tanto en otoño como en primavera, los boletus a la brasa con foie son de 10. Por si fuera poco, Karine, la compañera de su hijo, aporta el toque francés a los postres con ricas crepes y tartas de chocolate con crema inglesa. Si uno no se quiere ir de allí puede preguntar por esos tres apartamentos que alquilan con un jacuzzi posicionado para ver, literalmente, las estrellas. Sarvisé. Chiringuito de altura Hay un lugar de paso ineludible. Un pequeño rincón que mima y dirige Mónica Palomo, una chica de Barcelona de 30 años que cayó prendada de "el país" por casualidad hace dos. Se trata del chiringuito de Sarvisé, una minúscula población con una bonita iglesia románica (a dos kilómetros cuesta abajo de Broto). Otro reducto de paz, donde recalan muchos de los disfrutones de la zona y punto de partida de las rutas a caballo y el camino hacia la poza del Chate, un buen sitio para remojarse tras un pequeño paseo por esos bosques de ensueño. El chiringuito es una caseta bien montada con barra al jardín, donde, sobre mesas y bancos de merendero, y bajo la sombra de las manzaneras, se pueden comer ricos productos de "el país". Longanizas, butifarras, chorizos... en plato o en bocata y, después, unos mojitos muy especiales, con receta de la propia Mónica, o unos gin-tonics cargados de cariño. Un sitio para enamorarse y, por qué no, para casarse si se tercia.
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  • Cumbres, casitas de cuento y longanizas. La comarca de Sobrarbe, en Huesca, a la sombra del Monte Perdido
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