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  • Hay hoteles, no importa cuál sea su tamaño, que se proyectan como el brazo y las manos de su propietario. Si son pequeños, la condición es entonces sine qua non. Eso lo comprendió desde el primer momento el ingeniero de Telecomunicaciones José Antonio Higueras, renegado del estrés urbano, junto a su mujer, Clara, que regentaba una agencia de viajes en Zaragoza. Sus habilidades al frente de una empresa de montajes electrónicos quedan hoy demostradas en la terraza del hotel donde invirtió todos sus ahorros y que representa ese abrazo personal a la vida campestre: con una webcam importada de China, dos cacerolas adquiridas en Ikea y muchísima imaginación emite desde la azotea una imagen rotatoria de los tejados de Ráfales y los campos de alrededor. Así es su Alquería, una invitación a la sorpresa y, sobre todo, la expresión natural de su ingeniosa personalidad. Llegar hasta él no tiene pérdida. Basta con apuntar hacia la plaza Mayor de la localidad y percibir su fachada azulada entre tanto monumento en piedra, que le ha valido al pueblo una declaración de bien de interés cultural (BIC). La Alquería es el resultado de una rehabilitación integral de un edificio de tres plantas construido en el siglo XVII con una balconada corrida y otro balcón más pequeño sobre la entrada. Tranquilo de noche y también durante el día, aunque en fines de semana los niños irrumpen en la plaza con sus juegos hasta el filo de la madrugada. El hotel se reduce a eso y poco más. La decoración de los dormitorios es rústica, simple, en las antípodas de un hotel con tamaña carga tecnológica: señal wimax de Internet, televisión con películas, la susodicha webcam... Sus apelativos han sido extraídos del libro de relatos Los duendes del Matarraña, de Francisco Javier Aguirre: Angélica, La Cueva del Floro, La Campana de San Rafael, Pantxampla, Rafelgari y La Roca de la Luna. Se respira una atmósfera culta, generosa, apacible. Nadie esquiva una conversación con los propietarios acerca de los tópicos referidos a un Teruel que cada año existe más, a un modelo de desarrollo turístico para la comarca del Matarraña. Cuando la noche extiende sus sábanas, La Alquería presenta a todos los huéspedes su mejor cara. Abre el comedor y se anuncia el festín. Al frente de los fogones, Clara borda unos platos que elevan la categoría del establecimiento. José Antonio, mientras tanto, oficia con inusitada buena educación en la sala. Por necesidad, si no por una vocación oculta de juventud, se ha acabado convirtiendo en un experto en vinos que guía al comensal en su propósito de maridarlos con el menú del día. ¿Se puede pedir más?
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  • Diario El País S.L.
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  • La Alquería, una casa del siglo XVII en la plaza Mayor de Ráfales
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  • Duendes en Teruel
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