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Nada más entrar, llama la atención su gran vitrina refrigerada repleta de mariscos y pescados. Cuatro metros de exposición donde se amontonan soberbios ejemplares capturados por pequeñas barcas artesanales en el contorno de la isla. Según el día, salmonetes, rapes, meros, doradas, sargos, cabrachos, pargos y pescados azules, además de espléndidas gambas rojas, calamares, pulpos, langostas, cigalas y lo que aporte el mercado. Surtidos deslumbrantes a los que se suman dos especies de temporada como los yonquillos y los cotizados raons. Desde 1980, Casa Fernando, situada en segunda línea de playa, no lejos de Palma, rinde homenaje a los productos del mar. Y también a ciertas verduras y setas que los clientes seleccionan a capricho. Restaurante de producto, sin recetas sofisticadas, en el que priva la calidad de las materias primas. Un lugar bullicioso, de ambientación marinera y decoración decadente, cuyas paredes aparecen repletas de fotografías de los personajes famosos que han pasado por sus mesas. Para comer es obligado cumplir con el protocolo. Los recién llegados eligen los pescados y mariscos expuestos en el mostrador e indican la cantidad que desean de cada uno. Luego, la casa los pesa para saber el precio del pedido, limpia las especies y las pone en espera de que les llegue el turno. Algo parecido a lo que sucedería en un restaurante situado a pie de mercado o próximo a alguna pescadería. Por tandas, los pescados se cocinan a la vista sobre la plancha situada detrás de la vitrina. Ni frituras, ni guisos, ni asados. Nada. Solo una plancha en la que de manera lenta y con un dominio perfecto se da un punto exacto a cada especie, así como a las verduras elegidas para acompañarlas. De postre, tres especialidades: leche frita, tiramisú y tarta de limón. Aunque la lista de vinos no destaca, basta para salir airoso. En pleno verano, más que en ningún otro momento, es preceptivo contar con reserva.
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