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  • Aquella casa solariega que a principios del siglo XX funcionara como núcleo de una finca de recreo abrió sus puertas hace casi 10 años como un hotel para bodas, bautizos y banquetes varios. Eso sí, refinado en sus maneras y distinguido en la clientela que desde el inicio lo eligió para sus ritos y su boato. La comarca en que se emplaza tiene su alcurnia: aquí se concentra la mayor densidad de fábricas que han hecho de la cerámica un producto exportable por España. Quizá por esta razón lo que comenzó como un altar para las alianzas entre castellonenses está hoy consagrado con no menos litúrgicos argumentos a las reuniones de empresas y eventos corporativos de las industrias de Villarreal, Alcora, Nules, Onda o Burriana. Gozosos naranjos Un damero de jardines muy cuidados entre gozosos naranjos conforman el recinto, accesible desde la carretera por medio de una ilustrada rejería de forja. Al fondo aparece, como en un filme de Disney, el extraño edificio modernista, dígase ecléctico o medievalizante, que bien podría haber llevado la firma de Gaudí si no supiéramos que no lo diseñó de ninguna manera el autor de la Pedrera. El cuerpo principal, culminado por una torre de trencadís, invita a pasar de inmediato y vivir sin recato un cuento de hadas. En las antiguas caballerizas, que no han perdido por fuera su sabor rural, se localiza el restaurante, administrado con los perifollos clásicos de quien aspira a celebrar allí una boda privada. Porque el gran espacio del salón de banquetes se sitúa en un edificio posterior, en acero y vidrio estructural, demediado por una canalización brutalista del aire acondicionado. Esfuerzo de modernidad que se aprecia entre tanto pitiminí. Puede que el servicio no dé abasto en días movidos, pero en general se respira quietud en el lugar y una atención pulcra, disciplinada, eficiente como pocas. En los años de la Guerra Civil, todo este complejo sirvió como hospital, por lo que hubo, de una parte, que acometer una rehabilitación con ciertos riesgos. De otra, encajar en el edificio madre ocho suites al gusto repollo de los contrayentes. No las hay para todos los gustos, pues su tesitura decorativa es la misma, pero sí para ocho opciones toponímicas: La Salmantina, con un arco separador entre la alcoba y la zona de estar; La Regenta, en sienas clarinianos; El Replà, con reclinatorio de terciopelo; Las Hayas, con un baño clasicista; El Molifont, la más campestre; El Capote, por el rojo sanguíneo de la colcha; El Baró, la más sobria, y Torre La Mina, recargada como cabría suponer, aunque entrelazada con su altillo por una exuberante escalera helicoidal. ¿Dónde, si no, habríanse de hospedar los novios?
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  • Diario El País S.L.
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  • Torre La Mina, un hotel para bodas y reuniones corporativas en Castellón
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  • Un cuento de hadas
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