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  • Con la llegada del otoño, la vendimia en la Ribera del Duero atrae cada año más a los entusiastas del enoturismo. En la paramera de los montes Torozos, más conocida por la Ruta del Clarete, el pueblecito de Valoria la Buena acoge desde hace tres generaciones el viñedo y la bodega de la familia Concejo. Enrique, nieto, se hace cargo hoy de la hospedería añadida al complejo, una antigua fortaleza de la Orden de Calatrava transformada a finales del XVII en un palacio muy señero cuyos materiales originales se palpan al embocar la arteria principal del pueblo. Su pasión por el vino justifica las veces que el propietario se ausenta de allí, dejando en su representación a un personal de servicio muy atento, pero a veces despistado. Jorge Gómez, el cocinero, ejerce las más de las veces de maestro de ceremonias animoso y amable, pero no conoce la clave para acceder a Internet desde la habitación. Ayuda con las maletas, aposenta al viajero y ¡ciao! Todo servicio, a partir de entonces, hay que solicitarlo en los vastos salones (para bodas) del hospedaje, que se queda desaliñado después de un banquete. El viñedo no se ve por ningún lado (está en las afueras de Valoria), lo que provoca cierto desconsuelo a los adictos al turismo enológico. Un laberinto de pasillos, escaleras y portones dificulta el reconocimiento de los dormitorios, se supone que ideado para impedir que los comensales de las bodas se internen por estos vericuetos. El camino lo flanquean salones vacíos, salas con desechos de catas y alguna más con aspecto de comedor de época con muebles imperio y monitores de televisión. Para acceder a la habitación se usa la misma llave electrónica que abre el portón de entrada al hotel. En su interior, nada especial. Las dobles, pequeñas, demasiado encajonadas en los recodos del edificio, decoradas sin mucho sentido, como por casualidad. El televisor pende de la pared, por la que se descuelga un cable zarrapastroso en busca de la toma de corriente. La ducha tiene sus complicaciones de uso, aunque luego se muestra efectiva y benéfica. No hay repisa sobre el lavabo. Lo peor llega a la mañana siguiente con el desayuno en barra o, en su defecto, bajo un porche con vistas al patio de bodas lleno de barriles ornamentales y cubos de basura... Se sirve con amabilidad un zumo plasticoso, un café expreso y una bandeja con bollería industrial. Menos mal que la presencia del propietario, a la hora de recogida, apacigua el malestar del huésped ante tanta desidia y lo dispone a visitar las instalaciones propias de la bodega. Enrique Concejo se explaya en mil detalles sobre esta honorable actividad cuya enseñanza debería ser obligatoria en todos los colegios. ¡Qué meritorio sería iniciar a los niños en la enología y el consumo responsable de vino!
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  • Diario El País S.L.
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  • CONCEJO HOSPEDERÍA, tímida aproximación a la Ribera del Duero
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  • Otoño de vinos
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