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  • Un hotel que ofrece a sus huéspedes un ejemplar del Retrato de un artista adolescente, de James Joyce, en la mesilla de noche de sus habitaciones es que tiene su aquel... A poco que haya buen tiempo, el propietario los invita además a compartir mesa y piscolabis en la terracita lateral al portón de entrada. Sencillo e intimista, este caserón instalado desde el siglo XIX en el casco urbano de Navafría goza de una milagrosa tranquilidad gracias al empeño de la familia Lobo por gestionarlo como un aposento aparte de su negocio principal, el restaurante Lobiche, no muy lejos de la posada Mingaseda. La estación fuerte aquí es el otoño, cuando los montes permutan sus tonalidades y los primeros fríos invitan a descubrir los puertos que inspiraron al Arcipreste de Hita. Sencillo encanto Muros de piedra, balcones de forja y portón de madera: así de bucólico pinta el lugar. Sin esconder cierta obsolescencia en su mobiliario -que no significa mal conservado-, lo cierto es que todo aquí guarda su primigenio y sencillo encanto. Podríamos pensar que ya no se llevan las casitas de muñecas con las paredes tintadas de burdeos, el mampuesto a la vista, las puertas de cuarterones, los medios portones, los suelos de gres, las escribanías antañonas, en fin... Pero para qué cambiar nada si lo esencial es la personalidad que transmiten al huésped sus dueños y las ganas manifiestas de seguir con una idea de negocio rural. Después de las presentaciones, sin ningún trámite registral, los dormitorios. Cada uno de un ambiente y un color. El Carrizal, Peñalara, El Duque, Los Cerrillos, Los Pinos, El Navar, El Cega, El Martinete, El Bosque, La Bardera, El Retamar, El Nevero, Cerro Picardeña, Las Lagunillas. Difícil escoger uno, aunque el más sobrio y luminoso es este último, que une de algún modo el rigor de la sierra y la austeridad del yermo castellano. Esto se hace notar mucho en el cuarto de baño, cuyas toallas con encajes de abuela confeccionados artesanalmente en Toledo (y a la venta en recepción por 26 euros el juego) suponen una lija para la piel de lo gastadas que están. En el mismo baño, bajo la encimera de los lavabos, resuena el motor del minibar, un sitio verdaderamente insospechado para esconder un artefacto así. Abajo se encuentran los salones, muy lindos según la añeja definición del encanto. Y el comedor, decorado con lamparitas de jaula, sillas con lazos, potros de alfarería, sillones llenos de cojines, un banasto de gavillas, manzanas sobre el alféizar... pero clausurado en cuanto desciende la ocupación de sus mesas. No importa: el cercano Lobiche asegura buen vino y mejores carnes a la brasa.
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  • 20110923
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  • Posada Mingaseda, un caserón del XIX en Navafría (Segovia)
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  • Otoño castellano
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