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Te confieso, Rosa, que los cinco años que pasé en su despacho representaron algo semejante a las vivencias en un monasterio, pero éste dedicado a la arquitectura. Todo lo que sé, poco o mucho, lo aprendí allí pues tuve la suerte añadida que no era un gran despacho, en el sentido de tamaño o número de colaboradores, pues sólo éramos dos estudiantes trabajando allí, codo con codo con el maestro. Lo dicho, inenarrable.
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