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Viva el hijo, viva el padre y viva la madre que lo parió. El perro me recuerda la apostura de Trasto, un precioso Airedale Terrier que fue nuestro amigo durante nueve años hasta que enfermó tanto que perdió su ser y estar antes de perderse definitivamente. En casa lo recordamos como uno más. Abría las puertas cuando te dejabas las llaves dentro, patrullaba la casa para tener todo controlado, ladraba por el balcón para que supieran que él nos defendía, se moría si le disparabas con un dedo, sumaba hasta tres si se lo pedías, y todas las mañanas desayunaba gallegas María sentado a mi lado y mojadas en mi café como es de ley. Me acompañó tardes enteras peleándome con el óleo, me sacó de paseo a horas intempestivas y en la aldea saltaba como una cabra por las hierbas. Allí escapaba todas las noches durante al menos una hora a darse un garbeo y volvía tan ufano que parecía haber ligado, todos pensábamos que con las ovejas del vecino, somos unos degenerados. ¡Tenía pelo de oveja, no era tan desatinado! Y colorín colorado este cuento se ha terminado. Bicos!
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