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Era la primavera del año 2002 cuando un grupo de 8 personas, de Barcelona, decidimos hacer una gira turística por Castilla y León. Informados de que en un pueblecito de Valladolid había un pequeño museo rural decidimos acercarnos a visitarlo. Nos recibió un señor que dijo ser su dueño. Lo visitamos y, al final, yo me erigí en portavoz del grupo y pregunté: ¿cuánto hay que pagar por la visita? Nuestro guía me miró fijamente y me dijo: "mire usted, esto que acaban de visitar es un sentimiento, y los sentimientos no se pagan con dinero". Quedé sorprendido. La conversación que siguió no creo que tenga ninguna importancia. Este pequeño pueblo se llama Camporredondo.
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