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  • Volver a los Pedroches no es sólo una alegría, sino más bien un privilegio. He rehecho el camino que de Granada a Córdoba me llevó a través de Jaén y Porcuna hasta el río ancho, para repetir el alto en mi camino a la sombra de la mezquita de Pedro Abad. Sentado al sol primaveral repongo fuerzas gracias al buen hacer de la cocinera del bar 'Melchor Bollero' donde tan sólo hay que tener en cuenta que la tapa (aperitivo por estas tierras) sólo acompaña a la bebida si se pide ésta directamente en la barra.\n\n

    Me cuelo hacia los Pedroches por el camino hacia Adamuz, siguiendo el Guadalquivir que se remansa, ancho y calmo, entre el monte mediterráneo y olivos montaraces. Estaciono el vehículo tras franquear la puerta de Sierra Morena: el arco neomudéjar de la presa del Salto, que sustituyó a partir de los años veinte del pasado siglo a las aceñas tradicionales del Carpio. Un corto paseo me lleva a inspeccionar la umbría de la propia carretera, allí donde la vegetación se derrama sobre la calzada; junto a la cortina de agua del rebosadero se forma un arco iris que patrullan decenas de aviones comunes en busca de pitanza. La ladera selvática aparece repleta de flores, de interesantes orquídeas y tulipanes silvestres que se abren en mil colores, tapizando la ladera. Bajo el frescor de los árboles, las estribaciones de Sierra Morena muestran su mejor cara, una carretera estrecha y sinuosa, pocos vehículos transitando, tranquilidad y silencio, ¡la puerta al paraíso!\n

    \nEntre curvas, rayos de sol, verdes y pardos, se llega a Villanueva de Córdoba y desde allí, de la mano del río Matapuerca, una corriente limpia de agua pintada de blanco por los ranúnculos acuáticos, a Los Pedroches. Frente a ella, la oscura uniformidad del follaje del jaral se rompe con vistosas flores albas recién abiertas. Al culminar los cerros se abre la dehesa y los Pedroches dan la bienvenida. Es entonces cuando su color, su olor y su sonido devuelven al viajero a lo auténtico, al origen añorado.

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    \nEsta vez atravesé la penillanura, las dehesas y los cerros boscosos hasta los límites septentrionales de la comarca, recalando en Santa Eufemia, y desde allí, a bordo de nuestras bicicletas recorrimos las ahora desiertas carreteras de la comarca, prestando atención a las aves, al paisaje y a la gente. De Santa Eufemia nos dirigimos hacia Belalcázar, confundiéndonos con el color brillante de la mies y los pastos; utilizar la bicicleta como medio de transporte para potenciar el turismo ornitológico es uno de los desconocidos recursos existentes. De esa manera, aprovechando la luz del día, descubrimos los lugares secretos donde recalan las 'churras' -gangas ortega-, y exploramos los retamares observando a los críalos que buscaban parasitar los nidos de urracas. Durante la jornada el cielo se fue cubriendo de estelas pajariles con cigüeñas y abejarucos que nos acompañaron hasta vislumbrar el grandioso castillo-palacio de los Sotomayor, cuya prominente silueta anuncia la proximidad de tierras extremeñas.

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    De Santa Eufemia hacia el sureste, y en bici, se interna uno por las mejores dehesas del mundo, extensiones inabarcables de encinas y alcornoques interrumpidas por las cañadas, las autovías de la trashumancia, y prados encharcados donde se concentran parte de las riquezas desconocidas de esta comarca: los anfibios. De toda Andalucía, es probablemente el norte cordobés la tierra más afortunada en ranas, tritones y sapos. Estos aliados del hombre, injustamente tratados durante los últimos dos milenios, son algunos de los recursos más fotografiados de la vida silvestre en Los Pedroches. Aunque no lo parezca, son los responsables de parte de la banda sonora nocturna de la comarca cuando los machos de la amenazada ranita meridional, junto a los más escasos de la ranita de San Antonio, compiten en las noches templadas por el amor de las hembras; tritones que se escabullen por las riberas herbosas y noches de luna amenizadas por los silbidos de los sapos parteros que imitan con maestría la insistente llamada del autillo. La mitad de los anfibios de la Península Ibérica habitan en los Pedroches y su conservación ha sido posible gracias al mantenimiento natural de abrevaderos, regatos y arroyos, gracias a cuidar el patrimonio natural colectivo.

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    Son los arroyos y los ríos pedrocheños otros de sus grandes atractivos. Cabalgando con las bicis entre paredes de piedra se sale del Guijo buscando las cañadas reales Soriana y de la Mesta, pasando junto al Arroyo de Santa María, donde el crotoreo de las cigüeñas en sus nidos saluda al viajero que allí se detiene a visitar la ermita de las Cruces, o los restos ibero-romanos de la perdida 'Solia'. Camino de San Benito, la corriente transparente del Guadalmez une Andalucía con Castilla la Mancha, en un enclave solitario donde las águilas culebreras, los buitres leonados y en invierno -también- el águila imperial ibérica, sobrevuelan los parajes cortados de las laderas boscosas. Con firme pedaleo, entre vuelos de abubillas, siluetas de alcaudones moriscos y planeos de milanos negros recalamos en el Guadamora, uno de esos ríos donde aún la nutria campea a sus anchas.\n

    Cerca de la confluencia entre la Cañada real de la Mesta y la carretera a Torrecampo se cruza la ruta 'Trans-Ándalus' que se aventura entre brozas de veredas y cordeles. Una inspección detallada del monte y el matorral nos depara sorpresas agradables, como los trepadores azules volando entre voluminosos árboles o los invisibles alcaravanes invisibles entre terrones de tierra, colores rosáceos de las orquídeas mariposa o el púrpura profundo de los cantuesos.

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    Pocas comarcas lo ofrecen casi todo. Los Pedroches mantiene una naturaleza sobresaliente, algunas de las aves más interesantes que pueden encontrarse, desde avutardas a currucas rabilargas pasando por abubillas y críalos; los mejores anfibios del sur de España; costumbres y tradiciones vivas, una gastronomía de calidad y algunos de los mejores paisajes de todo el mundo. Es una unión casi perfecta entre el mejor patrimonio natural y el riquísimo patrimonio cultural e histórico-artístico que atesora. Una vuelta a lo auténtico, entre el sonido del despertar de la dehesa y el trasiego de los rebaños de ovejas. Una primavera infinita para el turismo de observación de la naturaleza y si el viajero lo recorre en bici, apreciar también la excelencia a la que suelen permanecer ajenos muchos de los afortunados viajeros que, a bordo de un vehículo, pero sólo con él, recorren las carreterillas escondidas.

    \n\n\nJorge Garzón / al-Natural ©2010\n\n\n\n
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  • 2010-05-18 07:00:37
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  • La primavera infinita
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