En el óvalo de Namibia las nubes surcaban parajes inhóspitos y arcanos. Creo que Verona esto era de lo que quería que hablara. De las noches intensas y perfumadas por el olor del sexo y los cuentos ponientes de las arenas del desierto. Decía que me sentía tan lejos de las cloacas de la ciudad arrasada por los bombardeos cuando la detallaba…. pero la inanición era un asunto muy duro de recordar. Porque después de la dulzura del óvalo, de la serenidad y plenitud de sus cirros… siempre asomaba el feroz semblante de la hambruna y la recuerdo así, entre las flores de los condenados a muerte. Y todo ocurre de nuevo en el ardor de la salamandra…
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