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 Desde siempre he sentido una terrible atracción por las cataratas y los saltos de agua. Desde un pequeño salto de medio metro en un arroyo de montaña hasta las grandes cascadas del planeta. Me fascinan. Con el tiempo he tenido la fortuna de ir conociendo las más importantes incluidas las cuatro más grandes: el salto Angel, Victoria, Iguazú y Niágara. Bueno, a decir verdad en América se encuentran algunas joyas envueltas en el anonimato y que miden por encima de los !700 metros!. Supongo que la recién descubierta (hace ya algunos años, pocos, de esto) en el corazón del Amazonas peruano como segunda en altura todavía no se ha hecho famosa por su complicado acceso, o como es el caso de otros saltos de agua que caen al abismo desde el Auyán Tepui desde las inmediaciones del Salto Angel, en la Gran Sabana venezolana, y su fama queda eclipasada por los 980 metros de altura de la que es la cascada más alta del mundo. \n\nEl caso es que después de las Cataratas Victoria y las de Iguazú, las siguientes en la lista de estas maravillas naturales serían las del Niágara. Por motivos naturales no desmerece con su cascada de la Herradura como gran atracción (apenas 52 metrillos pero muy estética y caudalosa). Las opciones de contacto con las cascada de la Herradura y otros saltos menores en el lado estadounidense están bien: miradores, senderos, barcos que se aproximan hasta la base y garantizan un buen remojón, etc. Lo normal en este tipo de lugares. El problema es que a ambos lados de las cataratas del río Niágara, que hacen frontera entre el estado americano de Nueva York y Ontario en el lado canadiense proliferan de forma atroz los rascacielos, discotecas, casinos e incluso no falta un parque de atracciones... y es que ¡14 millones! de turistas al año son muchos turistas. El impacto visual, eso si, lamentable.\n\n
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