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    El viaje hasta aquí ha sido largo pero, como siempre, las muchas horas de vuelo entre Madrid y Buenos Aires y el enlace de Buenos Aires a El Calafate se olvidan en cuanto uno pone el pie en esta ciudad con nombre de arbusto. Cada vez que vengo, aunque ya atenuada por aquello de la familiaridad y complicidad con el sitio, la sensación de lugar inhóspito al aterrizar y salir del aeropuerto es impresionante. A ambos lados de la carretera que une el aeropuerto con la ciudad el páramo más absoluto. Nada a la izquierda y nada a la derecha. Sólo una estepa pedregosa de espacios abiertos e infinitos. Si hablaran swahili por estas tierras, sería sin duda el Serengeti argentino. Por el significado de “llanura sin fin”. Ni siquiera la más mínima señal de los arbustos que dan nombre a El Calafate. Sus frutos (muy rico en antioxidantes), alimento vital en el bosque patagónico, se empleaban para calafatear los barcos y de ahí el nombre del lugar. \n\n

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    El calafate es una pequeña población que surgió de una casa de postas. Un parador a orillas del lago Argentino para ofrecer comida y descanso a los carreteros y bueyes que cubrían el arduo camino con la madera y la lana hasta el mar, a 350 kilómetros de distancia. Ese parador que un día compró una familia de emigrantes coruñeses es hoy la capital de los Glaciares y está habitada por 20.000 personas. Creo que pocos lugares en el mundo han evolucionado tanto y tan rápidamente. Especialmente en los últimos 5-6 años desde que se abrió el aeropuerto. El ecoturismo se ha convertido en el principal motor de evolución a la sombra del inmenso poder de atracción de su vecino más ilustre: el Glaciar Perito Moreno.

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    El Calafate está vertebrado en torno a su avenida principal donde se acumulan librerías, restaurantes y tiendas de montaña, así como los muchos hoteles que se han edificado en la entrada y especialmente la salida del pueblo. Me recuerda, sobretodo en algunos rincones, al ambiente de una estación de esquí. Siempre me dejo caer un rato por la fábrica de la Ovejita de la Patagonia para degustar sus excepcionales chocolates y echar un vistazo a las fotos antiguas de carruajes, carromatos, estancias ovejeras, y demás de los años en los que El Calafate comenzaba a formarse. Por cierto el chocolate relleno de dulce de leche es para morirse…\n\n

    En esta ocasión me ha traído hasta aquí el lago más grande del país: el lago Argentino. Sus icebergs, sus cóndores, sus glaciares, sus estancias, sus bosques… Es pleno verano austral (la temperatura media en enero es 18,6º C) así que ningún momento mejor que ahora para acercaros hasta el lago. Bueno miento, el otoño (pero las temperaturas son otras). Es momento de relajarse y preparar todo para el día de mañana: el lago aguarda. Eso sí, antes degustaré un buen cordero patagónico a la brasa en La Tablita o Casimiro Biguá. Procuro no perdonarlo siempre que vengo por aquí. \n\n

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    Al llegar la sensación es siempre la misma: estoy en la nada más absoluta. Al marcharme (y eso que acabo de aterrizar pero ya me lo veo venir…), también la sensación se repite una y otra vez pero en esta ocasión en sentido contrario: NO ME QUIERO IR!!\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n

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  • El Calafate, capital de los Glaciares
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