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  • 26 de diciembre 2009\n\n

    En el año 1520 el navegante portugués Fernando Magallanes descubrió un archipiélago del que salían numerosas hogueras. Allí vivían, se supone que plácidamente, los indígenas onas y yámanas, que utilizaban esos fuegos como forma de calentarse, pues apenas llevaban ropa. Ése es el origen del nombre Tierra del Fuego, en el mismísimo Fin del Mundo.\n\n\n\n

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    El Parque Nacional Tierra del Fuego tiene una superficie de 63.000 hectáreas, de las que sólo se visitan 2.000. Está compuesto por lagos, montañas y glaciares, que forman un paisaje espectacular. Predominan los bosques de lengas, ñires y coihués. El viento azota muy fuerte y muchos ejemplares adquieren una particular forma ladeada, y son llamados árboles bandera. El recorrido por el parque tiene un aliciente más para nosotros: las explicaciones de Gastón, con su saber enciclopédico y su calma en la exposición. Nos muestra dos parásitos que abundan en las ramas de los árboles: el farolito chino y el pan de indio (o llao llao). La furgoneta para en el lago Verde, en los turbales (restos vegetales) y en la castorera. Impresiona las modificaciones del paisaje que son capaces de provocar los castores. Y así se llega a la bahía Lapataia, y ahí sí que está el Fin del Mundo. Y allí habitan los cauquenes y las bandurrias, entre otros. Junto al inmenso lago Roca podemos observar al picamaderos, o sea, el pájaro carpintero, que nos obsequia con una jornada de trabajo que nos deja boquiabiertos. \n\nDurante el recorrido por el parque se aprecian los restos de las talas de árboles, que efectuaban los presos del penal de Ushuaia. Desde la ciudad partían los trenes que transportaban a los reclusos para efectuar estos trabajos, y regresaban con la madera, todo ello en unas condiciones brutales. Ahora se puede recorrer parte del parque en el Ferrocarril Austral Fueguino. Es el llamado Tren del Fin del Mundo, un reclamo turístico que recuerda un tramo del viaje que efectuaban aquellos presos. Son 7 km. de recorrido, conducido por una pintoresca locomotora. Desde los vagones se puede ver el zigzag del río Pipo, o la cascada Macarena. Todo mucho más agradable que el infierno a que se veían sometidos los presos hace 100 años.\n\nDe vuelta en Ushuaia, quedan todavía muchos alicientes. El canal Beagle, por ejemplo, compartido geográficamente por Argentina y Chile. Es de obligado cumplimiento navegar por este canal. Hay muchas empresas que ofrecen diversas excursiones en diferentes tipos de embarcaciones. Cualquiera de ellas sirve para alcanzar la Isla de los Pájaros, poblada por cormoranes. Más adelante aparece la Isla de los Lobos, donde los leones marinos retozan sin prestar el mínimo interés a tanta embarcación. Y se llega a una de las postales de Ushuaia, el faro Les Eclaireurs, pintado en tres franjas roja-blanca-roja. También es conocido como el Faro del Fin del Mundo, aunque no está muy claro si fue en éste en el que se inspiró Julio Verne para escribir la novela del mismo título. El recorrido continúa por el canal hasta la Isla Martillo, donde habitan los simpáticos pingüinos magallánicos. Siempre que alguien se refiere a un pingüino, antepone el calificativo “simpático”. Este enclave es una buena forma de ver pingüinos si no se tiene previsto, como es el caso, visitar la Península Valdés.\n\nEn la avenida San Martín, la principal de Ushuaia, un bonito cartel de madera señala las distancias kilométricas a diversos puntos del mundo. Estamos a 13000 kilómetros de casa. Y dan ganas de quedarse.\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n

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