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    En este pueblo cordobés pasé unos días de ensueño, unas jornadas de sensaciones agradables y placenteras, allá por los años setenta, cuando estudiaba magisterio y fui invitado por una amiga a pasar un fin de semana.\n\n

    Bascula su arrítmica estructura desde un cerro arrugado y carcomido a una planicie elevada y socavada por un arroyuelo escabroso, el Marbella, que sólo vocifera en los días de tormenta, el resto del año es manso y callado. \n\n

    Su ascendencia romana y sobre todo el tronío que tuvo en la Córdoba califal, una hermosa muestra es el conjunto amurallado de la Almedina con su castillo y su mezquita, hacen de esta población, un referente de primer orden en el abanico primoroso de la campiña cordobesa. \n\n

    Sus calles, pendientes y empedradas, son un museo de hermosas casas señoriales, excelsas mansiones de puertas robustas y claveteadas, rejas y balconadas arabescas, poderío que deja bien palpable que fue y es, pueblo de grandes fortunas y de jornaleros aguerridos. \n\n

    Subir a la plaza de la constitución por estas calles adoquinadas, pequeñas explanadas de blancura esmerada, es un ejercicio de lenta admiración, es una lección de historia, una letanía de sensaciones ancestrales, de sentimientos que se agolpan en la garganta y no te dejan respirar.\n\n

    En la noche, alguna vez lo he visto a estas horas cargadas de oscuridad en mis viajes a Córdoba, es un ramillete de nardos encendidos, una guirnalda blanca de verbena que se descuelga lentamente por las faldas del montículo que le sirve de aposento.\n\n

    En aquellos tiempos, rudos y acartonados, no había muchos lugares donde divertirse, la virtud estaba muy controlada y los jóvenes la única alternativa que teníamos eran los pequeños guateques caseros que montábamos para pasar un rato de divertimento. En este pueblo asistí a bailes eléctricos, a fiestas sensibles y sobadas.\n\n

    Percibí, en aquel entonces, que este pueblo tenía un porte señorial nada engominado y un arrojo vital controlado; el señorío, herencia de gestas y heráldica, convivía armónicamente con la bravura de unos campesinos que habían defendido siempre su tierra y su libertad con uñas y dientes. La prestancia que destilaban unos no había fagocitado la rudeza de los otros y, por sus calles, se respiraba un polvo secular de armonía. \n\n

    Hoy la cal sigue resplandeciendo las fachadas, las rejas cribando el sol de las estancias de unas estructuras sociales que han cambiado con la venida de la democracia. Baena camina por senderos de olivos centenarios a la búsqueda de nuevas estructuras productivas con las que perpetuar la noble esencia de su pasado y el férreo ímpetu de sus moradores. \n\n

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  • 2010-11-24 08:00:16
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