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\n\nMajestuosa, imperial, se te presenta a la vista a medida que te vas acercando a esta ciudad de la Rioja llana. Asentada sobre una colina en la margen derecha del río Ebro, sus orígenes se pierden en la edad del hierro, domina una fértil vega a la que le arranca jugosas verduras y hortalizas que le proporcionan fama y fortuna.\nNumerosas muestras romanas encontramos en su casco antiguo, durante la edad media una pujante colonia judía habitó en ella y los musulmanes dejaron su impronta en el diseño de sus calles y en la agricultura. Así es esta ciudad mediana, recoleta y deslumbrante que no te deja impasible, muy al contrario te atrae, te oprime y te convierte en un fiel devoto.\nMe he perdido en este pueblo pardo y altivo, en muchas ocasiones; he visitado su catedral, he vuelto a subir a lo más alto de sus barrios desde donde las vistas son tan esplendorosas como los paisajes de Rembrandt, las sensaciones, de rancio abolengo señorial, te abren el alma de par en par y la luz parda y lacónica que se quiebra sobre las fachadas de sus iglesias, te envuelven en un halo de misterio, así como el parsimonioso caminar de sus habitantes.\nEn esta tierra como en ningún otro lugar, te apetece comer y beber. Sus recetas son de una variedad y calidad inigualable y la excelencia de sus vinos tan elevada que, sin lugar a equivocarme, asevero que una copa de sus vinos te engrasa el alma para toda la eternidad.\nSiempre que he visitado estos parajes me he vuelto con una buena dosis de este vino porque su ingesta moderada no sólo lubrica el corazón sino que también te aligera el peso del alma en las noches tercas de pesadumbre. \nHe de volver pues tengo, en uno de los pueblos de sus contornos, dos botellas de vino del lugar esperándome con las que regar un buen plato de cordero, para revivir tiempos pasados, para retomar nuevas inercias.\n
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