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    Bill Clinton, ex presidente norteamericano, dejó para la historia dicho que la puesta de sol más bella del mundo era la que se veía desde el mirador de San Nicolás. Yo, granadino, orgulloso de mi ciudad y más modesto, que no tengo la proyección internacional que él tiene, digo que la puesta de sol más bella y espectacular que he visto en mi vida ha sido en Isla Cristina, pueblo marinero de Huelva.\n\n

    Andaba yo por los veintitantos, no lo recuerdo bien, y por aquellos días acampado en medio de unos pinares centenarios, como los que canta la sevillana famosa, “lloran los pinos del coto”, cercanos a este pueblo fronterizo, marinero y luminoso, cumplía un requisito necesario para obtener el título de maestro, una quincena de acampada, imposición, siempre lo he pensado, no sabría decir la razón, de la OJE o del entramado socio-político de la época, cuando mis ojos se extasiaron y mi alma gozó como jamás lo ha hecho ante una puesta de sol.\n\n

    La verdad es que si no llega a ser por este castigo que el régimen nos imponía, nunca hubiera visto esta joya de luz y claridad, jamás hubieran visto mis ojos tal cantidad de color prendida en el alfeizar del cielo, en las tardes de verano. Aquel rojo intenso salteado de luz blanca y radiante era un castillo de fuegos artificiales que cada atardecer se podía ver desde su pequeño puerto pesquero. Las noches, junto a su faro, eran tersas y suaves como los brochazos de un pintor impresionista. Durante el día, cumplidos los deberes que nos tenía allí recluidos, en sus amplias playas, los baños y la búsqueda de la coquina, llenaba nuestras horas de asueto.\n\n

    Sin embargo la semana pasada en Huelva, capital, en aquellos años tercos de la dictadura, fueron duros, agrios y peligrosos. Los mosquitos volaban por encima de nuestras cabezas, como los camicaces nipones en la segunda guerra mundial, asaeteándonos con su cruentas picaduras; eran tan voraces y tanta su crueldad que tuvieron que evacuar a cuatro o cinco chavales de tan en mal estado como los dejaron después de su rampante vuelo. A mí, sin embargo, ni una picadura; no sé si porque mi piel era demasiado dura o mi sangre extremadamente agria. A pesar de tanta calamidad pasada, aquellos días fueron unos de los más cálidos y frescos de mi juventud.\n\n

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  • 2010-12-23 08:04:41
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