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    Sabes que vas a ver un monumento árabe y tu mente revolotea por los cerros ingrávidos del oriente pero como el camino que te conduce a él es tan árido, tan despersonalizado, no presupones que te vayas a encontrar con algo tan maravilloso. Después de la primera impresión, dura y descorazonadora, un hilo de miel te ata los sentidos, te conduce por calles derruidas, arcos que han perdido la ingravidez y te carameliza el alma. Comienzas a percibir, entonces, toda la sensibilidad allí enterrada, los ojos escudriñan el encanto y la sensualidad de una civilización que, sobre esta ladera parda, desarrolló un esplendor de única policromía.\n\n

    Fue concebida como la ciudad del placer, sobre una falda que mira al Guadalquivir, en tres escalones labrada, por el califa cordobés Abd al-Rahman III, tuvo una efímera existencia porque tanto esplendor y magnificencia atrajo las envidias y los celos y en guerra fratricida fue arrasada y a fuego devastada. \n\n

    El guía se afana en explicarte los encantos y las maravillas de este pasado, hoy desmantelado, mientras que el sol cae de plano y bulle por los pasadizos emperifollados de madreselvas y rosales asmáticos, como un lobo estepario que vigila los restos cadavéricos de una ciudad sensual y amante del arte creada para complacer a la favorita del califa.\n\n

    La exuberante decoración en piedra, en ataurique, fue el referente de ciudad lujosa que si le añadimos la fantasía con la que fue concebida, pasó a ser la más exótica y exuberante del mundo conocido, sólo comparable a la mítica Babilonia. \n\n

    La vida, en esta antesala de la gloria, tuvo que ser de una fastuosidad y galanura que sólo un pueblo tan sibarita y hedonista como el árabe ha sabido desarrollar en el devenir de la historia. Este espíritu sensual se siente en el fluir del agua por las acequias, en la luz que se cuela por los lucernarios, en el aire cálido y apretado que vuela entre los arcos repujados de epigrafías, en la quietud de los estanques.\n\n

    Cuando te alejas de estas piedras doradas, una punzada de congoja te abre el pecho en dos, por una orilla bogan los pesares del sonrojo por ver el abandono en el que han estado, por la otra el gozo de haber contemplado las reliquias de un pasado carmesí que te salpican y te empapan el alma de luz y de quietud.\n\n

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  • 2010-12-29 08:10:35
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