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Fue un día emotivo, de mirada al pasado, de reencuentro con la vida. En este pequeño pueblo, derruido completamente por las fuerzas franquistas, Joan Brossa, hombre comprometido, díscolo y provocador, descubría un poema visual que simbolizaba la patada al horror, a la tiranía, al pensamiento único. Sobre un pequeño promontorio desde el que aún se podían ver algunas casas derruidas, el poeta había esculpido una bota de bronce, imagen sólida y perenne de rechazo a la guerra.\n\n
El pueblo, escalonado sobre un suave montículo que domina la ribera del río Ebro, es pequeño, jugoso y verde. El horror de la guerra, a pesar del tiempo transcurrido, se huele en las chimeneas, se palpa en las paredes recién reconstruidas, se ve en los ojos de sus habitantes.\n\n
El resto del día, un puñado de nostálgicos, la mayoría personas mayores que habían combatido en estos parajes, caras ya cansadas, manos rugosas y temblorosas, pensamientos gastados, lo dedicamos a pasear, comer y recordar aquellos terribles momentos.\n\n
Fue un día de esos que te dejan huella, una jornada en la que la nostalgia te invade, te embadurna el alma con tanta brea que no te deja respirar otra cosa que no sea repudio, dolor y veneración por unas personas que padecieron la guerra, que después sufrieron una implacable represión y han dado un ejemplo magnánimo de perdón y reconciliación.\n\n
Con muchos de estos ancianos, desde aquel día, mantuve una entrañable relación; unos me contaron vivencias que jamás olvidaré, otros penalidades que la barbarie les infirió y no han conseguido arrancarse del alma, algunos sólo silencio y miradas tristes.\n\n
Aquel día fue vital en mi vida, aquella experiencia me abrió los ojos de la reconciliación, y me propuse relatar algunas historias escuchadas en la niñez, relatos que me contaron en largas tardes de plática, ideas fundadas en las atrocidades que los perdedores de la guerra sufrieron.\n\n
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