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El “tajo de Ronda”, corte navajero que da el Guadalevín a esta ciudad embrujada, cuna de la patria andaluza, le ha dado porte y tronío pero no deja de ser una herida que la divide en dos.\n\n
Esta ciudad esparce por el mundo entero sus encantos por revoleras y manoletinas; su misterio nace de las profundidades de su herida y sus hechizos, envueltos en lazos de colores, son un reclamo jugoso para los románticos.\n\n
Ronda juega un equilibrio constante, bascula sobre las bridas de un barranco ahogado en sus propias fauces, esperando que las aguas de la generosidad suban por sus paredes cortadas y se expandan por los arrabales ensortijados de plata y caracolas. El puente nuevo une las dos orillas de esta ciudad romana que ha ido recopilando, a lo largo de la historia, el legado de cada uno de los pueblos que la han visitado.\n\n
Los rondeños son serenos y jactanciosos, alegres y tocados con la varita de la elegancia que no sólo enseñorean en las tardes gloriosas y pintorescas de las corridas goyescas, si no que es como su segunda piel y no pueden desprenderse de ella.\n\n
Ciudad que inspira romanticismo por los cuatro costados, patria de bandoleros, de inconformistas solidarios, vive asomada al precipicio con el mismo temple y valor que los toreros despliegan sobre el albero, cada corrida, a las cinco de la tarde. Ronda te inyecta, a la entrada, una pócima, mezcla de misterio y atrevimiento, mitad ensueño, mitad ardor que te seguirá haciendo efecto, aunque la abandones, aunque te alejes muchos kilómetros de ella.\n\n
Por sus estrechas callejuelas de piedra y sombra paseé embelesado un día entero, en lo más profundo de su tajo hinqué mi vista a ver si vislumbraba el rictus de su dolor; frente a los casones de piedra selecta y rancio abolengo percibí olores de celosía, en cualquier rincón brotaba la constatación de sentirse única, de ser una ciudad señorial y galana.\n\n
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