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Pueblo marinero y viñador que mira el horizonte sentado en su tranquila bahía rodeada de huertos chiquitos, de pámpanos verdes y hortalizas jugosas.\n\n

Plana como la palma de la mano, esta bucólica y espumosa villa en las noches de crudo invierno es azotada por un satánico y bruto viento que descompone las actitudes de sus moradores, inyectándoles engendros de incongruente proceder. Cuando estas terribles tempestades, vociferan lejos de sus entornos, los roteños, son afables y constantes, quizás huérfanos de simpatía, faltos de mano izquierda pero sencillos y sinceros.\n\n

Su casco antiguo, calles estrechas e irregulares que caen hacia el mar, conserva la fisonomía y los aromas de épocas pasadas, los rasguños que cada pueblo ha ido grafiando sobre las tersas arenas y que le han imprimido carácter y esplendor. \n\n

Me gusta lo natural, lo que no tiene artificio, así que cuando leí “arranque roteño”, no puede resistirme y pedí probarlo. Plato fuerte, potente, para paladares roncos, duros y sufridos como los pescadores o los mayetos, desaparecidos estos últimos por las prisas que han impuesto los tiempos modernos. \n\n

No es este, tal vez, el espacio más idóneo para recetas pero no me resisto a desgranar los aditamentos del arranque roteño, porque, con diferencias, es un plato muy socorrido en todos los pueblos, de ingredientes sencillos de la huerta que reconfortaban las fuerzas después de un duro día de trabajo. Tomates, ajo, en mi pueblo en abundancia, cebolla, miga de pan, sal y aceite de oliva. Les aseguro que después de su ingesta el cuerpo se fortalece y el alma chorrea lujuria y ardor. También un tufo fuerte y hondo para las pituitarias demasiado sensibles o cursis que nunca sé distinguirlo.\n\n

De no haber sido por mi hijo Antonio, comenzó aquí su aventura docente, no habría conocido este pueblo marinero que debe proyección mundial, sería necio negarlo, a la base militar que los americanos tienen en su término municipal. \n\n