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    Salimos de San Adrián sin rumbo fijo y estas decisiones, a veces, salen bien, otras no tanto; ésta, salió muy bien. Hacía un día espléndido de primavera, semana santa, olor a incienso, a cera derretida en las calzadas, redobles de tambores, una variedad cromática enorme en los campos; transitábamos, casi siempre, por carreteras de segunda, cuando llegamos a Calanda, tierra de Luis Buñuel, genio de séptimo arte, reino de la tamborrada. Recorrimos sus calles repletas de animosos y aguerridos tamborileros, nos mezclamos entre ellos y el ruido era tan ensordecedor que parecía temblar la tierra. A media tarde, después de haber visitado la iglesia, seguimos nuestro camino guiados por la intuición, sin plan preconcebido, al acecho de que algo interesante nos saliera al paso. \n\n

    Hicimos noche en Utrillas, pueblo minero ya desde los romanos, en una fonda, acorde con los tiempos que corrían, pero perdidos en aquellos parajes montaraces, a la hora que era, no podíamos andar con remilgos. Tengo que hacer constar aquí, que mis hijos eran pequeños, creo recordar que ocho el mayor, tres el pequeño, y que el remarcar las deficiencias de ciertos asuntos es precisamente por ellos, de ir solo, las incomodidades no serían resaltadas porque uno se amolda a cualquier situación posible y por eso el camino y la estancia había que cuidarlos medianamente bien.\n\n

    Después de desayunar, atravesamos el puertos de san Just por unos parajes que rompían el alma por la desolación y el olvido pero que para el viajante que busca paz y tranquilidad son de una plasticidad pobre pero apabullante y cegadora, llegamos a Teruel, ciudad pequeña y terrosa, que imprime integridad y sencillez, baluarte del arte mudéjar. Fundada por Alfonso II para consolidar las fronteras, ante la inminente conquista de Valencia, tiene un marcado acento medieval, donde sus torres mudéjares, visibles desde cualquier rincón de la ciudad, esbeltas, altivas pero al mismo tiempo recatadas, vigilan la tumba de los amantes para que nadie perturbe su silencio eterno y que el toro no se escape por las noches al reclamo de la luna.\n\n

    A la mañana siguiente partimos hacia Albarracín, abigarrado mazo de casas pardas agarradas a un rojizo montículo pelado. Esta sierra modesta, a vista de caminante, tiene una belleza difícil; sus profundos tajos, labrados por ríos infantiles, no te dejan indiferente, te aprietan el pecho, te duele el alma por su desnudez.\n\n

    En Calatayud, donde la copla dice que hay que preguntar por la Dolores, paramos sólo lo justo para tomar un bocado y reponer el resuello. No sólo la famosa de la copla encumbra esta ciudad aragonesa, ya Marco Valerio Marcial, escritor de los famosos Epigramas, o Baltasar de Gracián, autor del Criticón y otros muchos dan a esta ciudad empaque y proyección internacional.\n\n

    Repuestos corporalmente, también el cariñena con moderación ayuda, ponemos rumbo a Zaragoza. Urbe milenaria, de pasado brillante, murallas romanas, templos románicos, góticos, neoclásicos y muestras de la cultura islámica como la “Lajafería” muestran al visitante su historia y el pozo de sabiduría que almacena en sus calles abigarradas. Con el Ebro, lazo que engarza la tolerancia y la cultura, Zaragoza, es crisol de convivencia que mira al futuro con garantías de éxito. Nombrar esta ciudad y no mencionar a Francisco de Goya y Lucientes, “Goya”, sería un lapsus demasiado grave que yo no quiero tener, aunque yo no pretendo relatar ni la historia, ni la cultura de los sitios que visito.\n\n

    A esta ciudad aguerrida, no sólo por Agustina de Aragón, volví años más tarde, a uno de esos cursos que organizaba la FEMP para los concejales. Esta vez sí que conocí la ciudad en su salsa, la viví con pasión y alegría. Las noches mañas son jacarandosas y las zaragozanas alegres y bulliciosas. Alguna vez más volví pero con menos tiempo para amarla.\n\n

    Como podrá suponer el lector fueron muchos más los pueblos que visitamos, Teruel y Zaragoza dan para más, numerosos los parajes que contemplamos, varios los cambios climáticos que soportamos pero, después de veinte años, no me pidan que refleje con exactitud todos y cada uno de los momentos vividos en estos cuatro días, porque la memoria ya no está para rebuscar mucho en sus entrañas, el tiempo es un corrosivo perverso que lo devora todo pero lo más reseñable ha quedado reflejado. \n\n

    Algún viaje más hicimos juntos, toda la familia, recuerdo con especial cariño el de Collioure, otros más cortos en el tiempo y en el contorno, pero menos de los que debería haber realizado con ella, porque soy de los piensan que viajar estimula, ayuda a aprender y nos convierte en ciudadanos más tolerantes y comprometidos. La culpa de no haber podido realizar más viajes y con más asiduidad, la tuvo el ajetreo de la vida, la dedicación exclusiva a la búsqueda de cosas muchas veces banales, la pérdida del sentido común que la civilización nos impone.\n\n

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  • 2011-01-31 08:30:42
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