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  • II LA MANCHA\n\n

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    Después de la última eclosión de luz que estalla vigorosa, exultante, al ser escupidos del seno de la tierra, comienza un leve descenso, rodeado, aún de verdes claros de pinos, de mustias y serenas encinas, que desemboca en un lugar distinto, que recala en un mar ralo y sereno: La Mancha.\n\n

    Aquí, el verde no existe, aquí, el color es uniforme, aquí, la tierra se confunde con el sol, todo es luz, todo es soledad.\n\n

    Los últimos vestigios de color verde son unas pequeñas y enclenques encinas que tienden a desaparecer porque les da miedo crecer, porque el paisaje que les rodea es seco, áspero, es negativo para sus intereses. Son náufragos en un mar ocre, en un mar plano, en un mar ralo.\n\n

    Las casas parecen más bajas, están pegadas al suelo, postradas ante la triste inmensidad del medio, como para guardar el espíritu austero de los caballeros, como para silenciar las penurias amargas de los hidalgos. No impactan como los cortijos blancos en medio de un verde cansino; parecen camuflarse para pasar desapercibidas, para perderse en su entorno monocolor, el amarillo ocre. El cielo de Castilla es distinto, es más amplio, es más extenso, hay más cabida bajo su bóveda.\n\n

    Castilla, antiguo granero del imperio romano, perpetuo lagar, completa la trilogía por la que nuestros primeros visitantes, yo no les diría conquistadores, sino nuestros primeros conductores en el devenir histórico, vinieron a esta tierra, vinieron a Iberia. Después ha seducido, a través del tiempo, a muchos más, a algunos con afán de posesión, como nuestro pequeño vecino, de allende los pirineos, Napoleón, que fue seducido como las sirenas sedujeron a Ulises. A todos ha dado algo y todos han dejado su impronta, su sello; de todos ellos conservamos gratos recuerdos, de retazos de todos ellos estamos nosotros hechos.\n\n

    Los primeros viñedos, fuertemente lapados, nos indican que estamos llegando a Valdepeñas, tierra de buen vino, loado por Don Quijote, generosamente bebido por su autor. También nos contemplan, desde su atalaya horizontal, los impertérritos molinos de viento, que otrora fueran encantados y convertidos en gigantes para gloria del caballero, “deshacedor” de entuertos, amador de Dulcinea, el sin par, caballero de la Mancha \n\n

    Este verde es un espejismo, aquí el color es siempre el mismo, uniforme, "unicolor"; el verde de las vides es momentáneo, temporal; arrancado el racimo, valor supremo, se tornará rojo intenso, devendrá en ocre, se caerá, será arrastrado y esparcido por el viento seco y austero y sus brazos, también ocres, quedarán, en el ocre infinito, como orugas en hilera.\n\n

    La estación de Valdepeñas, es coqueta, juguetona, pintada color vino rosado, no del auténtico, el tinto. Son las dos menos diez; hay niños en la estación, seguro que van camino del colegio. Ha subido un matrimonio mayor. La dejamos rápidamente y marchamos sobre una alfombra verde pardo de vides, agarradas al suelo como hiedras, hundiendo sus escuálidos sarmientos en lo más profundo de la tierra para succionarle el néctar precioso, el vino.\n\n

    El cielo está sembrado de nubes radiantes, nubes que configuran, con sus dibujos, el complemento armonioso de esta inmensa extensión de quietud, de este pecho de varón como describiera a esta sólida tierra, mi bien amado poeta Antonio Machado.\n\n

    Manzanares; no me seduce nada este nombre, no me inspira nada este pueblo, no lo conozco, tampoco a la mayoría de los que llevamos pasados; será uno más de los que, perdidos en el amplio centro de España, viven, trabajan, sueñan. Lo dejamos atrás sin pena ni gloria.\n\n

    Galopamos, desbocados, como caballos salvajes por la pradera, como búfalos furiosos en estampida, sólo que nuestro trotar, es dirigido, está encausado, es más seguro.\n\n

    Este artefacto ruidoso, quebranto del sosiego, ruptura de la armonía de esta tierra, de estas gentes, hubiera sido blanco de las iras de D. Quijote; seguro que hubiera organizado una cruzada contra este escurridizo lagarto pardo, encantamiento de un dragón mayor, obra de su enemigo más furibundo, el Mago Merlín. ¡Pobre don Quijote! si en su cuerda locura se hubiese atrevido a embestir a este dragón moderno, a esta serpiente eléctrica con su lanza de madera, con su yelmo aboyado y quebradizo, con su débil caballo, sus huesos no sólo hubieran topado con la adusta tierra castellana, sino que él y su enclenque compañero, Rocinante, hubieran sufrido un aparatoso accidente, una muerte segura. Por suerte, las coordenadas del tiempo no suelen interferirse.\n\n

    La monotonía domina la vida aquí dentro; tal vez nos hemos contagiado de la uniformidad del paisaje. La mayoría va dormida. A pesar de todo, el silencio no tiene cabida porque el rodar del tren, ahora no es estridente, sí monótono y monocorde, no es amortiguado por la estructura del vagón, ni se pierde por el vasto paisaje. El prolongado solo de raíl no nos abandonará hasta el final, hasta que cansados y mustios, abandonemos la estación. No me espera nadie, sólo la soledad.\n\n

    En Alcázar de San Juan, entramos a las dos y treinta minutos en punto. Tiene una estación grande, concebida con el mismo patrón y construida de la misma forma que Renfe construye todas las estaciones. Frente a ella, en la margen izquierda, hay un edificio de ladrillo rojo con cenefas amarillas y ventanales de trazado clásico, que llama poderosamente la atención del viajero. Paramos en la vía junto a las dependencias. No se oye el altavoz; no sabemos cuánto pararemos, ni cuándo saldremos. Suben varios pasajeros; la mayoría gente mayor. También sube un vendedor, que pasa raudo por el pasillo anunciando su variada mercancía: "lotería, tabaco, navajas de Albacete".\n\n

    Dos viejas en el rellano de la entrada del vagón escenifican las típicas y aireadas despedidas de la gente de pueblo; gente sin complejos, ajenas al qué dirán, hombres y mujeres sencillos que expresan sus sentimientos a borbotones, a golpes de sinceridad. Hablan a voces, nerviosas, como queriendo decirse, en el último instante todos los consejos, como intentando recordarse todos y cada uno de los momentos vividos, como deseando transmitirse todos los saludos a repartir a toda la familia. El tren sale a las tres menos cinco con nuestro vagón un poco más repleto, casi lleno.\n\n

    Luce todavía un sol espléndido; hay más nubes; algunas de color rosado. En la estación daba la sensación de que el sol se había ocultado, como si se hubiese retirado, como si estuviese cansado de vernos, hastiado de seguirnos.\n\n

    En dirección de Albacete, recorridos unos cientos de metros, bordeamos un pueblo, pequeño, encogido en un leve teso, coronado por ocho o diez molinos de viento, es Campo de Criptana, cuna de la bien nombrada, bien famosa y célebre actriz y cantante Sara Montiel, .\n\n

    Los viñedos nos acompañan en nuestro rectilíneo camino. Hay un movimiento febril en el campo, la recolección de la uva está en su apogeo; los coloristas tractores recorren, lentos, parsimoniosos, repletos de uva madura, las parcelas. Los vendimiadores, a nuestro paso, se levantan y con las manos llenas de racimos maduros, turgentes de buen sumo, antesala del vino, nos saludan. Otros, con la mano libre, airean al viento sus sombreros de paja.\n\n

    El profesor, acaba de dejar el libro que estaba leyendo en su asiento primero, donde está su mujer que en estos momentos hace ganchillo; se ha vuelto a marchar; su intelectualidad, no debe soportar el vulgar quehacer de su compañera. Me he dado la vuelta para ir en la dirección del tren, lo mismo han hecho los demás. Hace calor, no sé si porque no funciona la climatización o porque penetra por la ventana un sol de justicia. Debe ser esto último, porque la refrigeración la siento.\n\n

    El pueblo pasado, Socuéllamos, única población que nos recibe de cara, sus vías son el centro de una larga avenida, sus casas no nos dan la espalda, no se vuelven como avergonzadas, nos enseñan lo mejor de sus fachadas, la puerta de entrada, los balcones, la caída del agua de sus tejados, aprecia al tren, le rinden pleitesía como a un rey, lo adora como a un Dios. Han subido tres mujeres, se han sentado al otro lado del pasillo; dos van a Albacete, una rubia, alta, mayor, a Barcelona. Continúan con una conversación ya iniciada en la estación, en la espera; en ella mezclan temas como el gobierno, la carestía de la vida, los políticos, el paro, de las distintas cosas que interfieren en la realidad cotidiana que les rodea, de las distintas formas de aceptarlas que tienen los personajes de su entorno. Sólo hemos estado el tiempo justo. Una roja y esbelta, chimenea, restos de antigua opulencia empresarial, nos despide desde su solitaria ubicación como mudo testigo del paso del tiempo.\n\n

    Las nubes son gordas, espesas, oscuras; a mi derecha son un manto de lino arrugado que cubre el firmamento; A veces me quedo fijamente mirándolas y me parece ver, tras su espesa tersura, a Helios, Dios del Sol, trotando con su cuadriga de corceles amarillos, por la vasta planicie del firmamento. Bajo él, la reiteración de los viñedos, agazapados, como hidras voraces, que a nuestro paso saludan, con sus brazos de serpiente, se hace cansina, pesada. Atravesamos, raudos, veloces, Villarobledo, pueblo que divide su actividad a los dos costados de la vía; casas bajas a la izquierda para vivir, a la derecha, a un tiro de piedra de la estación, monstruos de almacenaje, pantalanes para los aperos, guaridas para trabajar, para producir. A mi izquierda, ahora, que no siempre ha estado ubicada en la misma dirección, esta mañana tenía la ventana inmediata, el pasillo a la derecha, en estos momentos, es completamente al revés, ventana a la derecha, pasillo a la izquierda, también comienza a encapotarse el cielo de algodón oscuro.\n\n

    Se han perdido, de súbito, como tragados por la tierra, como borrados de un plumazo, los viñedos. El tren avanza sin darle importancia al cambio de paisaje, sin reparar en el recubrimiento amenazante del cielo, sin importarle la gente que vamos dentro, sólo tiene una idea, avanzar, correr, él tiene un único compromiso, llegar.\n\n

    La Roda de Albacete nos recibe con pequeños rayos de sol que se filtran por el cada vez más encapotado firmamento. Pasamos lentos, pero sin pausa y nos adentramos en un paraje amorfo, anodino, sin personalidad. Esta llanura es más uniforme, más plana, más amplia.\n\n

    El sol ha sido devorado por las nubes grisáceas y densas. A lo lejos, en el infinito, aún se pueden ver sus destellos que rebotan en las densas aristas de algunas masas de algodón. La tarde se va acercando a su fin; la noche, muy lejana, le va hurtando a dentelladas cortas sus últimos soplidos, en morbosa complicidad, con las nubes.\n\n

    Algunos artilugios de riego, modernos gigantes metálicos, permanecen, hieráticos, esqueléticos, en medio de la densa llanura, desafiando al nuevo rocinante que galopa por la densa explanada despavorido, huyendo de sus afiladas zarpas, haciendo caso omiso a sus reclamos. No es que él no sea valiente como el esquelético trotón de la mancha, es que el don quijote que lo conduce no está loco, está demasiado cuerdo, es descaradamente realista, no cree en los gigantes.\n\n

    El sol puja por volver a salir, a veces lo consigue tibiamente, pero las nubes ponen espesas colchas de lona en cada rendija.\n\n

    En la entrada de Albacete un esquelético y frío rayo de sol nos sale al paso y nos sirve de cicerone, lo hace con altanería, como reprochándonos que no era necesaria su presencia porque esta estación es amplia, clara, abierta. En una de sus vías apartadas, un convoy de automóviles, aguarda llegar a su destino para competir en el esquizofrénico mundo del transporte. No hemos parado apenas en la estación; el tren herido por el desprecio y fingiendo querer recuperar tiempo perdido, la abandona, con desdén, afectado por el frío recibimiento que le han dispensado. Enfila fugaz su carrera hacia su destino final.\n\n

    El sol ha hecho un agujero enorme en el manto blanco y sus rayos se han precipitado sobre el vacío y nos baña y nos envuelven en su débil luz cenital. La densa estepa, también agradece este esfuerzo y sonríe. \n\n

    Un castillo, a nuestra izquierda, fuerte, robusto, bien conservado, sobre una colina gris, desforestada y en su falda, abrazándola, colgado, un racimo de casas dispares, nos previene que el apeadero más próximo es Chinchilla y que estamos a punto de alcanzarlo.\n\n

    La horizontalidad, la uniformidad del entorno ha dejado de ser, a nuestro paso por Chinchilla, pulcra, limpia, como limpios son sus contornos, porque tiene una charca donde lavar su soledad, su aislamiento y en la que no nos paramos, es la tónica dominante; pequeños montículos de pinos que semejan macetas en medio de un paraje hostil dan una configuración esperpéntica al ambiente.\n\n

    La carretera nacional Albacete-Valencia extiende su remozada textura, al parejo nuestro, no circula casi nadie. La vegetación arbórea va emergiendo, con cuenta gotas, pero estas pinceladas, dan al terreno una temática más fresca, más cálida.\n\n

    Poco a poco vamos bajando de la altiplanicie a los valles, que escalonados, nos conducirán hasta el mar. Una zona de encinas y pequeño matorral se esparce, esporádicamente, creciendo o decreciendo, formando formas dispares.\n\n

    La tarde está triste, está anquilosada a mi derecha; a mi izquierda quedan destellos de luz solar y su vitalidad le empuja a burlarse, le incita a provocar a la segura noche. \n\n

    El armazón de Higueruela está anclado con sus cuatro paredes, aún de pie, hasta su desguace total. De Bonete, que hace honor a su nombre y a su forma, sólo queda el nombre.\n\n

    Unas montañas suaves, van acercándose lentamente por nuestro frente como un ejército bien formado en el campo de maniobras, como unos batallones disciplinados en su avance implacable en el día de la batalla. No sé si es el final de la pendiente o un escalón intermedio y necesario en la bajada, en la búsqueda del mar.\n\n

    La prisa con que salimos de Albacete se ha desvanecido; el tren se ha parado; esperamos no sé bien qué; Fuera los árboles y las matas secas mueven sus ramas, sus hojas; no nos saludan, es que a la cada vez menos lejana noche, le ha salido otro aliado contra la vieja tarde, Eros, que comienza a soplarla hacia el olvido.\n\n

    Viajar en tren te da una cierta prestancia de juez del tiempo, de árbitro de la velocidad. Mirar sentado, tras los cristales, como va pasando, todo, a tu espalda, ver cómo, todo, corre en dirección contraria, te hace ser cómplice, copartícipe en el juego.\n\n

    La tierra se está quedando mustia, silenciosa y sola; los recoletos tesos pretenden subirse al cielo para optar a un poco más de luz pero la pesada capa de nubes los empujan hacia abajo rencorosas, amenazantes.\n\n

    Aquellas montañas, se han acercado, eran un espejismo de montañas y se confirma efectivamente, que no era el final de la pendiente, no era el fin de la campiña y el principio de los valles, es simplemente un eslabón más en la cadena descendente hacia el mar.\n\n

    He reparado en el periódico que dejé esta mañana sobre el asiento; no he tenido tiempo de leerlo; en la estación, en Granada, lo ojeé un poco, los titulares; ahora no quiero, no tengo ganas de leer.\n\n

    Estamos a punto de bajar al primer páramo, a la primera plataforma, a Almansa; ésta queda a nuestra izquierda, atónita, con su castillo, cincelado en la roca, como un estandarte ondeando al viento en medio de su pequeño valle, porque no hacemos caso a su pasado, no hemos respetado su alta alcurnia, no nos paramos. \n\n

    Unas incipientes montañas, espesas de pinos jugosos, nos hacen compañía en nuestro machacón descenso, hacia La Encina, pueblo pequeño, esquelético, casi sin vida, un racimo de casas pardas perdidas en el páramo. No nos detenemos, el tren sigue con la cerviz fija en su camino, terco en su avance, ligero en su bajada. \n\n Pasado el pueblo nos cruzamos con el Talgo, no nos saluda es demasiado altivo, pasa con prepotencia, nos deja tirados.

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  • 2011-02-10 08:18:29
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  • Viaje a Barcelona en tren, aquel viejo tren de antaño. 2
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