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  • III EL AZAHAR y LA NOCHE\n\n

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    Entramos en un valle encajonado entre montañas y vigilado, en su entrada, por un pueblo, patria de Juan de Juanes, pintor manierista, compañero de aquellos imagineros de imágenes sagradas que cada Semana Santa salen a las calles de nuestros pueblos llenándolas de piedad, de recogimiento, Fuente la Higuera. Lo bordeamos, al valle, si no estoy mal orientado, si mis escasos conocimientos geográficos no me fallan, por el noroeste, al pie de una poblada serralada irregular. Avanzamos fieles a nuestro destino, alcanzar el mar; indiferentes con nuestro entorno exabrupto, convencidos de nuestro deseo. Este valle conduce irremediablemente al mar; nos obligan: sus costados, cual empalizadas de piedra, nuestro fluir predestinado sobre las vías, la ligera caída hacia él de los bancales.\n\n

    Aquí, los recoletos valles quedan cortados repentinamente por la sierra y ésta, algunas veces, le da cobijo en escalonadas bancaleras. Los pueblos se arraciman en las laderas como vigías en mástiles pétreos, como jirones de azahar encendido.\n\n

    Los naranjos son la expresión agrícola de esta tierra, su verde, más fresco y jugoso que el olivo y la encina, se hace menos reiterativo, menos cansado, debido también, a la escuálida luz de una tarde voladiza. Uno de los valles, al fondo, ha robado un trozo de sol y ha estallado, pletórico, exultante, fosforescente.\n\n

    En la aproximación a los pueblos, el verde naranjo, se torna en una multicolor gama de verdes, acotados, diminutos, parcelados. Huertos funcionales, familiares y extensas dehesas cerradas arrancan a la fértil Seres toda clase de productos.\n\n

    El castillo de Játiva, impertérrito, intemporal, contempla, altivo, nuestro paso; no paramos como queriendo hacerle un plante a su altivez, como para darle una cura de humildad. Atravesamos su rica vega de naranjos cargados de fruto y penetramos por esta inmensa y espesa alfombra, cortándola como el corte sabio de un dependiente de tejidos, rasgándola de lado a lado, como la cuchillada oscura del ladrón en una tienda de campaña, en medio de la noche, a una velocidad endiablada, rumbo a nuestra meta, directos a Valencia, al mar.\n\n

    Pueblos y más pueblos, en los que no paramos, van quedando atrás, sembrando blancos contrastes en el verde denso, en el verde naranjo. Los caseríos son gotas de azahar que han resbalado del cielo.\n\n

    Echo de menos, en este viaje, el bullicio de los niños, las risas de los jóvenes adolescentes, las charlas intrascendentes y banales de los adultos, que en otros viajes realizados, me he encontrado. No va alegría en este viaje, no hay tropel; todo es seco, todo es seriedad, todo es movimiento cansino y tedioso, el vagón es un inmenso lagar de tiempo pasado, un almanaque que está a punto de expirar, un triste árbol frutal cuyos pomos, con la inercia caerá a tierra madura, pasada, inservible; me parece que el más joven soy yo y ya voy por la cuarentena.\n\n

    Por Silla, el tren pita, reitera su silbar como queriendo rendir homenaje a esta tierra, cuna de la música, artesa de músicos, mecenas de tantas y tantas bandas de música.\n\n

    El verde de los naranjos se va oscureciendo. La tarde se apresura a esconderse.\n\n

    !Qué presunción la mía¡. Me acabo de acordar de la joven que me taponaba la entrada en Linares-Baeza, cuando intentaba subir, después de comprar la botella de agua. !Por cierto, que no sé como expresarlo¡ "está medio llena o medio vacía", el resultado, el mismo. Ella, la chica, es la más joven del vagón.\n\n

    Una leve neblina comienza, desde el infinito, a acercarse a nosotros, a tratar de envolvernos con su fino tul, a extender, sobre los orondos naranjos, una delicada gasa, como queriendo salvarlos, como queriendo esconderlos de la cruel venganza de la noche. Algún retrasado rayo de sol, la hace más trasparente, menos tangible.\n\n

    Debemos estar cerca de Valencia; se suceden las fábricas, las grandes naves de almacenaje y las pequeñas factorías, el mundo fabril que precede a las grandes aglomeraciones humanas, el nauseabundo estercolero de nuestro vivir diario, que nos está alertando de que vamos a llegar a un mundo de asfalto, a un lugar duro, a una forma de vida agobiante, enloquecedora. También el tren nos advierte, con su andar cimbreante, que desea parar, que tiene que aligerar la carga, que necesita cumplir compromisos contraídos.\n\n

    La entrada a Valencia, es suburbial, tercer-mundista, espeluznante; tampoco esta ciudad cuida el espacio del tren, también le da la espalda. Son las seis menos siete de una remozada tarde, se ha peinado su blanca cabellera y se ha dado pastelosos y precipitados coloretes. El sol deja sus últimos coletazos sobre la ciudad del Turia, sobre los tejados de la conquista del Cid. Sigilosamente, como a escondidas, entramos en esa ávida boca barroca que es su estación. Aquí si hay vida, aquí hay movimiento humano, flujo de relaciones, idas y venidas. \n\n

    He bajado a comprar una cerveza; me agrada la cerveza; es mi bebida preferida; no bebo ni whisky, ni coñac; no me agradan los cubatas, ni los mejunjes que presiden la vida social de hoy; lo único que conservo es la cerveza, en las tertulias, en las charlas de los bares y, en las comidas un buen vino, si tinto, mejor.\n\n

    Me ha dado tiempo comer dos bocadillos, mustios, que más que eso, parecían dos grandes chicles de lo fláccidos que estaban, de lo insulsos que eran, antes de salir de la lúgubre estación, más libres de equipajes como glosó Machado; el cielo se ha tornado densamente gris, la ciudad está queda, el tren retrocede, violáceo, para coger la costa. Volvemos a cambiar de dirección, por lo tanto giro de nuevo los asientos; me acomodo en dirección de la marcha. Me he encontrado al profesor de ética, en los asientos que van delante de mí.\n\n

    La noche se aproxima, cada vez más veloz, cada instante la sentimos más cerca; la tarde, presta, a enlutarse va.\n\n

    Lo terminal, lo marginal, nos grita desgarradamente, nos indica con su presencia descarnada que estamos saliendo de la ciudad, que vamos a recorrer, paralelos a la costa, en ocasiones, casi sobre las olas, el tercio final de nuestro camino. Un largo paso subterráneo nos despide de la ciudad del azahar, de la ciudad de los fuegos, de la tierra de cañas y barro, que tanto glosara Blasco Ibáñez. Una dispar distribución de bancales hortícolas nos dan el último adiós, antes de encontrarnos, otra vez corriendo, como huyendo de la miseria, entre naranjos y limoneros. Nosotros no podemos cogerlos, como Antoñito el Camborio, a su paso por el Genil, porque el tren, esta serpiente articulada, no nos deja, va raudo, porque no hay río y porque no son, todavía, de oro.\n\n

    Las luces de las urbanizaciones, pensativas, los faros de los coches que corren paralelos, desafiantes a nosotros, ya están encendidos. La tarde está dando las últimas bocanadas, está perdiendo, en negros borbotones, el instante postrer, la razón del ser y no ser, el hilo entre la vida y la muerte. \n\n

    Sagunto, nos dice adiós en medio de tintes negros. Ha quedado sumido en serias y profundas cavilaciones, anclado entre negros naranjales. El tren silba, medroso, en su loca carrera entre estos agachados fantasmas, mientras que la noche extiende sus reales sobre la vega. Hemos entrado en un largo y angustioso túnel, hemos sido absorbidos por la magia oscura del tiempo, sepultados en el negro lodazal de la tarde; la vida, aquí dentro, es lánguida, silenciosa, fantasmagórica. \n\n

    El tren, además de hacer relación social, amistad, compañía, ayuda a pensar, incita a la meditación trascendental. El tren es un monasterio largo, rodante que tiene los complementos necesarios para la reflexión: tiempo, de sobra; soledad, si la quieres; tema, tu vida misma.\n\n

    Mis hijos, seguro que están viendo los dibujos animados de la tele y su madre exigiéndoles que estudien, que trabajen. Me he acordado mucho de ellos, a la hora de la salida del colegio, a la una; cuando aquellos niños pasaban por la estación de Valdepeñas, a la vuelta a clase, a las tres; a las... Pero no he querido que ellos irrumpiesen continuamente en este relato, que fueran los protagonistas, no porque no se lo merezcan, que para mí ya lo son en mi vida cotidiana, sino porque en estas líneas los actores principales he querido que fueran: el tren como galán que sorteará todos los peligros y que nos llevará sanos y salvos a nuestro destino, el paisaje que extiende el escenario donde se desarrolla la acción de esta historia, el ambiente que pone el toque de tensión, de alegría, de aburrimiento y los pasajeros, los dobles que inciden en la película en función de mi necesidad. En definitiva, este es mi viaje.\n\n

    Fuera, el mundo es negro, el camino negro, la velocidad negra. Dentro, débiles susurros iluminados por mortecinas luces atemperan la negritud circundante.\n\n

    La oscuridad total se rompe, de cuando en cuando, con hileras de farolas que nos acompañan, estáticas, obedientes pero que desaparecen como tragadas por la vorágine negra. El vagón va medio vacío, bajó mucha gente en Valencia.\n\n

    Es noche cerrada la entrada en Castellón. El viejo profesor, habla con su mujer; mejor, parlotea incansablemente ella y él mueve la cabeza, afirmando, negando. Van evocando recuerdos de seres conocidos, lejanos en el espacio, van comentando vivencias de amigos ya perdidos en el tiempo, van desgranando tiempos ya pasados, tiempos ya vividos. \n\n

    Estamos parados en la estación. Estoy cansado, literalmente agotado; físicamente, porque los asientos son muy rígidos, poco anatómicos, nada adaptables y llevo en este escenario incómodo desde las siete de la mañana y síquicamente porque no he dejado descansar a mi espíritu y a mi cerebro desde que salí de Granada, está en permanente ebullición. Pero me he propuesto contar en este viaje todo lo que me acontezca y pretendo conseguirlo.\n\n

    Castellón queda sumido en sus ensoñaciones, esparcido en su vivir, vigilado por luciérnagas lunares. Son las diecinueve y diez, algunos viajeros, la mayoría, diría yo, dormitan. El mundo exterior es negro, el interior lánguido.\n\n

    Es la tercera vez que me levanto; he ido al lavabo; ¡estaba limpio!, ¡había papel!, ¡corría el agua!; es explicable esta admiración mía; va poca gente, la escasa que viaja, es mayor; los comportamientos son correctos, los usos comedidos. En mis viajes anteriores, a estas altura del recorrido, esto que pasa hoy, que me ha admirado tanto, hubiese sido imposible, sería poco menos que inimaginable, sería todo un milagro y, estos, abundan poco hoy día. Es cierto que el comportamiento generalizado de los viajeros es muy poco recomendable, no es el adecuado, pero no es menos cierto también, que la reposición de materiales como papel, el mantenimiento, el estado de limpieza de piezas tan básicas, necesarias y tan usadas como los urinarios, es algo que brilla por su ausencia, es algo que dista mucho de ser una realidad palpable en este tren; ¿ Otros ?. Sólo he viajado, multitud de veces, en este. Cómo son, cómo están cuidados los demás que pululan por esta nuestra España de las autonomías, es algo que desconozco, algo que no puedo juzgar.\n\n

    Estamos parados en Oropesa del mar; he podido leer el letrero, en medio de la oscuridad cansina que envuelve a esta estación. Como el ambiente que nos rodea es opaco y oscuro como boca de lobo, los pueblos van quedando atrás, van pasando sin que queden reflejados, no pretendo ignorarlos, pero no me preocupa, no es lo fundamental, no es una narración geográfica, es la historia de un viaje.\n\n

    Vuelvo a Cataluña con un día de anticipación; yo tendría que regresar, mañana, miércoles, pero unos hechos extraordinarios, graves, unos actos espectaculares en mi ciudad de residencia, de la que soy concejal, me han obligado a dejar Granada, han acelerado mi vuelta a Sant Adrià. \n\n

    Anoche, mi hijo Pablo, me decía que lo había engañado; la inocencia, no entiende de precipitaciones, la ternura no comprende la ruptura de promesas, la niñez no alcanza a comprender la tozudez de los mayores, el estrés de la vida adulta. ¡Bendita candidez de la infancia!\n\n

    "No entiende mi hijo, mi pequeño, que donde vuelvo, definitivamente, es a mis orígenes; que vuelvo a encontrarme cara a cara, con mi gente, que tengo que integrarme de nuevo en mi paisaje originario.\n\n

    Cuesta mucho tomar una decisión tan drástica, no es fácil cambiar de trabajo, es complejo dejar hábitos y adquirir nuevas costumbres, es lento encontrar nuevos y verdaderos amigos; pero las circunstancias me han llevado a tomar esta determinación: "volver".\n\n

    A partir de ahora voy a ensamblar un modelo de vida con un sentimiento profundo; voy a mezclar un concepto vital abierto con un modelo socrático que dejé aparcado; porque no puedo ocultar trece años de vida catalana, no pretendo sepultar cinco años de vivencia pública, no deseo silenciar tantas y tantas amistades aquí encontradas. Posiblemente cuando intente la ósmosis, ésta, no se produzca o la reacción, la mezcla que resulte sea de inferior calidad a la que yo deseo y espero, pero tengo que intentar que sea perfecta, que ligue armoniosa, que sea vivible, porque los componentes, los elementos básicos que la sustenta, ambos, son sólidos, son válidos, son de primera calidad; porque lo necesito para mi desarrollo como persona y para recordarles a todos aquellos que hablan, la mayoría de las veces, en contra, sin conocimiento de causa, que la suma de sentimientos, el conocimiento profundo de pueblos distintos, la integración de vivencias dispares, hacen al hombre más rico, hacen a los pueblos más estables; que los individualismos empequeñecen, los desprecios a otras gentes reflejan la pobreza humana, la cortedad personal. Lo que no seré jamás es descortés; no renegaré de trece años que han dejado un substrato profundo en mi desarrollo; no puedo olvidar, así como así, los primeros días de mis hijos, las más tiernas y alegres vivencias como padre. Éstas, estarán para siempre, emparedadas entre los primeros lustros de mi existencia y los que, desde ahora, emprenderé con mi retorno.\n\n

    Este bocadillo, que es mi vida, quiere servir de alimento de los que propugnan divergencias, critican, negligentemente, culturas distintas, instigan a la ruptura, para que, masticado lentamente y absorbido mentalmente, se les caiga el caparazón de la ceguera que los atenaza y despierten a la cordura de la pluralidad social.\n\n

    La diversidad cultural y vivencial que este país produce es tan exquisita, es de tan buena calidad, son tan homogéneas en su diversidad, se pueden hacer tantas y tan diversas combinaciones, que no ha lugar a los exclusivistas, a los que preconizan que no son combinables lugares tan distantes como la Línea y Rosas, o Finisterre y Cartagena.\n\n

    La obstinación es un tajo que cercena la proyección de la persona; el exclusivismo es una amputación en el desarrollo del conocimiento humano; la visión localista es una torpeza, una cortedad intelectual de la humanidad. Si todos estos retacos mentales echaran un vistazo al pasado, si revisaran con ojos claros y profundos la historia, no con miopía, no con sectarismo, se darían cuanta que el ser, cuanto más abierto, más libre; cuanto más comunicativo, más culto; cuanto más generoso, más ser humano.\n\n

    Esta reflexiones de un andaluz, con un enorme bagaje catalán en su desarrollo personal, que vuelve pronto a sus ancestros, quisiera que sirvieran de referencia, de toma de conciencia e incitara al trabajo permanente contra los cortos de objetivos ciudadanos, contra los retrógrados, contra los que despreciando las singularidades de los demás, degradan al ser humano que está por encima de etiquetas clasificadoras".\n\n

    Cuando ralentiza el tren la marcha, la oscuridad es más pesada, la soledad más grave, salgo de mis cavilaciones, de mi ensimismamiento.\n\n

    Sentado, relajado, me doy cuenta que en estos cuatro días que he estado con mi familia, he engordado; el pantalón me está muy justo, a punto de saltar el botón de la cintura.\n\n

    He dejado por unos instantes el relato; estaba terriblemente agotado. He cerrado los ojos, no he podido dormir; la machacona letanía de relatos de la mujer del profesor jubilado, lo ha impedido.\n\n

    Este tramo, antes de Tarragona, es sumamente cansado, terriblemente pesado. Pasado Tarragona, como es sabido por todos, que sólo quedan cien kilómetros, es decir, una hora de camino, ésta, comienza a deshojarse como una margarita y cada cinco minutos restas un pétalo oscuro al camino.\n\n

    En estos momentos, yo, estoy perdido geográficamente; desconozco por qué lugar corremos, por qué paraje deambulamos. El tren en su programación, en su hoja de ruta, sabe perfectamente por dónde pisa. Esto me reconforta.\n\n

    Hemos pasado por Vinaroz, sin enterarnos, como a hurtadillas; hemos parado el tiempo justo de bajar los dos peldaños que separan la plataforma del tren de la acera de la estación.\n\n

    Quedan poco más de dos horas; una y algo de Tortosa a Tarragona y una exacta de Tarragona a Barcelona; esta aseveración tan categórica la ha hecho, en medio de la lectura de una carta de su hermano, Fermín Alguacil, médico en Estados Unidos, mi supuesto profesor, a su soñolienta compañera. Por los retazos que voy acumulando, por los datos que estoy reuniendo, va a resultar cierta mi intuición primera, mi bautizo al azar. Aunque el hábito no hace al monje, mi referencia continua, mi actor secundario en esta historia, se asemeja a un viejo profesor; tiene un corte de pelo, ya cano, a lo Harvard, manos estilizadas y blanquecinas, rostro de educador, modales de universitario, vestimenta clásica de docto maestro: camisa, corbata y jersey sin mangas que complementa con una americana, azul marino, que sólo tuvo puesta en la salida, en la antesala de este viaje. No me interesa saber su identidad real, su oficio marchito, su verdadera vocación en declive, en esta historia, él, es un sabio profesor de filosofía, de ética, porque el papel le va que ni pintado, porque este personaje ya forma parte de mi relato.\n\n

    Acabamos de pasar por el Ebro; las farolas de su ribera han caído sobre él sin dejar de iluminar en su lento y negro discurrir. \n\n

    Mis recuerdos son oscuros como su cauce, los susurros históricos, que mi abuelo me contaba, lejanos en mi mente. El me relataba que estuvo aquí con otros camaradas; aquí participó en una batalla brutal, de una guerra cruel. Aquí, sentenciaba, dio el último estertor de muerte "del millón de muertos" que relatara Gironella. Brossa, más recientemente, ha perpetuado aquel horror fascista, aquella fuerza represiva y de brutalidad, en una bota sólida y de bronce; yo estuve en su colocación; muchos combatientes, manchados ya por el paso del tiempo, lloraban evocando, aquella amarga pesadilla, aquellas horas de tórrido horror.\n\n

    Son las veinte y treinta, cuando entramos en la estación lúgubre de Tortosa. Parece que no paramos, nos movemos, al menos da esa sensación; al cabo de varios segundos nos percatamos que el que se movía, el que avanzaba, pero en dirección contraria, era el tren de la otra vía; nosotros permanecemos parados. Diez minutos más tarde reiniciamos la marcha.\n\n

    En este viaje no he visto el mar; ese mar otoñal, ese mar Mediterráneo con el que tanto comparto. Ese mar de sabiduría, crisol de culturas, surcos llenos de aventuras, de intrigas, de soledades, repletos de sueños; mar surcado por los héroes mitológicos, solaz y recreo de los dioses eternos, mar de nuestros padres, mar al que yo pertenezco. Mar grisáceo, mar verdoso, mar azul, mar eterno, mar primero, "mare nostrum". El mar es algo necesario en mi vida, es consustancial con mi ser; su brisa me alienta, su música me reconforta, su vista me da color y calor. Yo, también nací en el Mediterráneo, como Serrat, como Sorolla.\n\n

    Pasamos por Vandellós, mejor, casi la rozamos, la central nuclear, me refiero; ella temible, amenazante, disfrutando de la brisa marina, ni se inmuta, no le interesa este juguete, movido con la energía que ella produce; sabe que si para, nosotros también nos paramos y, esto, le infla el pavo, la llena de altanería. No sabe, este monstruo henchido de veneno, que nosotros, los pasajeros, la soportamos a regañadientes, la consentimos en aras al progreso, la aceptamos por una necesidad creada.\n\n

    Sorprenderá que en esta larga y extensa narración no aparezca ningún otro personaje, de carne, fuera del reiterativo profesor y de la escasamente señalada joven de la puerta, pero la verdad es que el resto han pasado, durante todo el viaje, ajenos, de soslayo, distantes porque no he visto ningún rasgo interesante que resaltar, no he recabado ningún dato reseñable de relatar. El personaje el principal, inanimado si se quiere, es el tren; él cobija nuestro aliento, él transporta nuestras inquietudes e ilusiones, a él confiamos nuestra esperanza, en él depositamos nuestro destino.\n\n

    Por Salou, un mendigo ha pasado pidiendo limosna y, tras de sí, ha dejado un reguero de inquietud, con sus letanías ha esparcido por el vagón un piadoso tufo de misericordia, también un pestilente aroma de suciedad.\n\n

    Después de unas paradas desesperantes, que han llenado al viajero cansado, de zozobra, llegamos a Tarragona. La ciudad ha sacado a sus dragones eternos a la calle a recibirnos, a que con su fuego nos ilumine el camino, nos guíe por entre las espesas y tortuosas curvas de la costa del Garraf. Nos ha recibido como antaño recibiera a los emperadores romanos, como vitoreara a Lucio Licinio Sura, general de Trajano el que acabó con la insurrección de los pueblos del norte de la península, allá por el año doscientos diecinueve antes de Cristo.\n\n

    Tarragona ha sido siempre una ciudad generosa, una polis cosmopolita, a través de los tiempos y, nosotros, apenas si agradecemos su gesto, apenas si saludamos a sus dragones; nos marchamos de largo, despreciando la fiesta de bienvenida que nos han dispensado.\n\n

    El tren no es amigo de fiestas, el tren no espera, no da respiro al usuario, no se detiene en la contemplación del paisaje. El viajero, ve las ciudades, los campos, los pueblos correr hacia atrás, perderse tras el alféizar de cada ventanilla, como ve perderse sus días, como ve marchitarse sus sueños.\n\n

    Las urbanizaciones, recostadas en las laderas, límites a la playa, semejan un estadio iluminado, una multitud con bengalas encendidas que escuchan y saborean su canción favorita en un concierto cara al mar. \n\n

    La salinidad del agua penetra en los vagones e impregna el ambiente de su sabor áspero salado.\n\n

    Las luminarias ya no nos abandonarán; nos acompañarán hasta nuestro destino, nos irán señalando cada una de las traviesas que sostienen las vías por donde corre el tren, hasta adentrarnos en el subsuelo de la ciudad.\n\n

    Este plácido cortejo funerario, este sigiloso fluir de cirios mortuorios se convierte, como por arte de magia, en desproporcionados cíclopes pestilentes, en desafortunados mausoleos contra la ecología, en aberrante culto a la imbecilidad humana, cuando entramos en el valle del Llobregat.\n\n

    Parados en medio de esta caótica ciudad fabril, envueltos por un manto sigiloso de polución espesa, como sintiendo vergüenza de la estupidez del hombre, el tren está parado. El horario previsto ha sido ya ampliamente rebasado; mientras se camina, aunque lentos, el pasajero aguanta estoicamente, soporta que se vaya por debajo del tiempo marcado; lo que es inadmisible, lo que colma el vaso de la espera, es que después de doce horas de pesado vagar, que después de doce horas de insoportable incomodidad, llevemos ya cuarenta y cinco minutos parados, en medio de una soledad absoluta, en la más oscura información, en un insondable mar de dudas.\n\n

    ¿Qué esperamos? ¿Qué desconcertantes pensamientos obligan a este enorme mamut cansado, deseoso de llegar, a detenerse? ¿Quién pretende alterar el sosiego que hasta ahora tenía su vientre? ¿Quién desea que sus inquilinos se le subleven y tenga que soportar sus impertinencias, sus iras, sus aberraciones?\n\n

    La tensión se puede cortar; es densa, tensa, pasional. No hay nada que pueda convencer al viajero, harto de camino, que esto es necesario, que este parón en su vida está justificado, tiene una lógica, máxime, cuando nadie da la cara, ninguno responde, todo es silencio.\n\n

    Si al menos el entorno que nos camufla, que nos oscurece, que nos envuelve, fuera vistoso, tuviera una buena luminaria, hubiera un rico trajinar de personajes, en definitiva, una escenografía, digna, aceptable, atractiva y algún responsable, explicara las causas que motivan esta tardanza, este obligado paro, es posible que los ánimos se calmaran, los exaltados callaran, los pacientes respiramos tranquilos.\n\n

    Las comparaciones con otros pueblos, los ejemplos de otros hechos, las exageraciones de experiencias vividas, o no, están subiendo de tono, son de todo tipo, de toda índole; cada uno refiere una más gorda que el anterior; yo he ido también al extranjero y no todo es superior a lo nuestro, pero cada cual cuenta la feria según le va, según le viene en gana.\n\n

    Llega otro tren, el del aeropuerto, para unos minutos a nuestro costado y luego marcha; nosotros permanecemos anclados en este mar tenebroso, varados en esta playa grotesca como si estuviéramos averiados y no pudiéramos zarpar. ¡Con lo poco que queda por recorrer!\n\n

    Son las once de la noche, pesada y larga y, aún, estamos esperando que alguien nos diga algo o que comencemos a avanzar.\n\n

    La paciencia del viejo profesor tiene un límite; se levanta, avanza perezoso, pregunta en un pequeño corro que se ha formado, los más exigentes, los más críticos, los más folloneros y se vuelve a su asiento sin haber podido averiguar, cuándo esta inmóvil caja metálica tornará a caminar. Uno de los revisores pasa corriendo, sin saber dar la más mínima e insignificante de las explicaciones.\n\n

    Comenzamos a movernos, suspiramos; sin darnos cuenta, el deseo es tan grande y el trecho que queda tan pequeño, que nos plantamos sobre el cinturón, en el límite entre Hospitalet y Barcelona, en un santiamén; hace un amago de pararse otra vez pero, no, despacio, muy lentamente, la estación nos traga y nos engulle. La noche la negra noche, tapa, esconde, la hosca entrada, entre tétricos espaldares, que la gran ciudad, una vez más, dispensa al tren.\n\n

    Paramos en la estación de Sants, con hora y media de retraso, ¡puntualidad inglesa! Los andenes están vacíos, apenas unas cuantas personas, desesperadas, angustiadas, esperan la llegada de sus seres queridos; no hay futuros pasajeros que aguarden la salida de su tren, ya ha debido partir el último.\n\n Todos los viajeros del rápido García Lorca, procedentes de Granada, Almería y Málaga, bajan, salen y se funden con el asfalto, se pierden en la gran devoradora de seres que es la ciudad de Barcelona.

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  • Viaje a Barcelona en tren, aquel viejo tren de antaño. 3
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