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    En unas de mis visitas, de las muchas que hice a San Adrián de Navarra, a finales de los ochenta, mis amigos programaron una excursión al castillo de Javier, patria de san Francisco Javier. En más de una ocasión he dejado patente que no soy devoto, ni siquiera creyente, pero no por eso dejo de visitar aquellos lugares, donde otros ven fe y religiosidad y donde yo encuentro silencios, vestigios del pasado que me ayudan a comprender la cantidad de enigmas que aún me acechan.\n\n \n\n

    Una fría mañana de una primavera incipiente, el pueblo estaba envuelto con una gaza de ceniza matinal, un grupo no muy numeroso de amigos, unos de Cataluña, otros navarros, montamos en un autobús con destino el castillo de Javier. Una hora larga de viaje por carreteras estrechas, muchos tramos tortuosos, con ribazos jugosos y verdes, esta es una tierra, la de la ribera del Ebro, hermosa, galana que en esta época del año comienza a despojarse de los abrigos fríos que el invierno tiende sobre ella y entrega su lozanía a los ribereños para que sus manos rudas la moldeen, la fecunden y germine con la fecundidad que ella solo sabe. \n\n \n\n

    El primer pueblo que se nos vio pasar, en medio de esa alegría que provoca el comienzo de toda excursión, fue Peralta, mientras se lavaba los pies en las orillas del Arga. En Olite, íntimamente ligado al vino navarro, y donde se encuentra el castillo de los reyes de Navarra, tomamos un suculento desayuno, en un bar de carretera y seguimos nuestro camino hacia Tafalla, ciudad de transición entre lo meridional y lo septentrional, el Saltus Vasconum de la época romana. \n\n \n\n

    San Martín de Unx, es una aldea medieval que arranca a la tierra, la más montañosa de la merindad de Olite, unos caldos sabrosos y recios. Lerga, un poblado apartado y casi deshabitado, lo dejamos sumido en su silencio de siglos camino de un puñado de casas cobrizas a la sombra de un castillo llamado Eslava. Sada pequeña y terrosa aldea, Aibar de remota cuna, nos dan el pláceme para llegar a Sangüesa, mitad montaña, mitad ribera y jacobea. \n\n \n\n

    Del castillo de Javier ¿qué voy a decir? Que está bien, que es grande, que… mejor se ilustran en un libro de historia que se lo describirá mejor que yo. Un guía nos llevó de la mano exaltando las virtudes de cada una de sus salas, de los patios, también de la iglesia. Todo centro de este tipo, más si es religioso, está montado para gloria del venerado y para beneficio de sus regidores. No desaprovechan nada, recuerdos, bebidas, todo un merchandising que chocan con la idea de espiritualidad que quieren trasmitir. \n\n \n\n

    Cuando la mañana languidecía en su cansancio y la tarde llegaba lozana y primorosa dejamos el castillo y nos dirigimos a un restaurante, donde dimos cuenta de unas exquisitas pochas y una pata de cordero, regando ambos manjares un excelente vino del lugar.\n\n \n\n

    La vuelta de toda excursión es distinta como todos sabéis; el cansancio, un cierto mal humor, hacen que ya no te atraiga nada, ni la conversación de tu acompañante, ni los paisajes vestidos de atardecer, te apoyas sobre la ventanilla, la vista está cansada, la atención saturada y si vienes con unos vinos demás, una somnolencia pegajosa te envuelve y la noche se ha hecho cuerpo en el autobús.\n\n \n\n

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  • 2011-02-21 09:04:10
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