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Este pueblo no habría entrado en mi vida si no fuera porque un día encontré una flor que me inyectó su fulgor y me envolvió en su halo de sensibilidad y fragancia.\n\n

Había visitado este rincón privilegiado de la axarquía malagueña en los años noventa, tan deprimidos económicamente, pero en aquel entonces mis prioridades eran vender gestión y material deportivo para sobrevivir y las pasiones artísticas las tenía sumergidas en el fondo del alma, así que su visita no me dejó nada impreso, sólo una decepción más, de las muchas que coseché en aquel año fatídico. \n\n

Vélez, homónimo de otro que hay en Granada, morisco como aquel, es un pueblo anclado en una fértil vega que recibe los flujos cálidos del mar, a tiro de piedra, y lo convierten en despensa de la comarca. El Vélez del año dos mil seis es el que he recorrido, por él me he perdido y en el barrio de la villa, germen de lo que hoy es, he podido percibir bajo el barniz de los moradores de hoy, el sabor profundo de aquellos veleños con turbante, el murmullo de sus rezos, el trajín de sus quehaceres. \n\n

Asentado sobre una protuberancia de escasa relevancia, en cuya cima se levanta la torre del homenaje, restos de la antigua fortaleza que sirvió de defensa, se conservan dos de las cuatro puertas por las que se accedía a la ciudad antigua, por donde tuvo que entrar don Miguel de Cervantes en su ingrata labor de recaudador de impuestos, la ermita de nuestra señora de los Remedios y las capillitas callejeras, donde la devoción mariana se hace popular, configuran un centro histórico-artístico de indudable valor. \n\n

A pesar de los muchos zarpazos que ha dado la insulsa arquitectura moderna, conserva un aroma de pueblo señorial, acento de marcada nobleza. Sin embargo ese porte se pierde cuando recorres sus tortuosas y estrechas calles de la zona alta en la que el olor a pueblo agrícola te aprisiona y te devuelve a una realidad menos pomposa.\n\n

La brisa del mar te sigue tanto en la subida como en la bajada, aunque ésta se pierde en la parte baja por la interferencia de la mano del hombre con sus construcciones macizadas y de escasa relevancia. \n\n

Vélez es un pueblo que aún vive la calle, el saludo es moneda habitual en cada esquina, sus habitantes, curtidos por un sol costroso y una pátina de brisa marina, son afables, con esa esencia rural que los hace ser cercanos y al mismo tiempo recelosos. Dos realidades una ancestral, rural y otra que quiere dejar ese lastre para acercarse a la modernidad, como si conservar las raíces fuera pecaminoso. El estar siempre venteados por la espuma marina, una maciza sierra les corta la brisa del norte, también los ha cuarteado y les ha conferido una personalidad dual.\n\n

Si conoces su entramado urbanístico, y el suyo es esplendoroso, si parlamentas con sus moradores, los veleños son afables y dadivosos, pero no degustas el aroma dulzón de su calabaza o el sabroso ajo bacalao, no te llevarás una imagen exacta de este pueblo, no sabrás que llenar las alforjas del conocimiento no es sólo historia y arquitectura, lo es también saciar el estómago, platicar con sus moradores.\n\n

En ningún momento de los paseos por este pueblo mediterráneo, lleno de fragancia de mar me sentí solo; siempre he estado acompañado; un calor interno me llenaba y me iba describiendo el pueblo, con dulzura, me guiaba a paso lento por sus calles y con voz aniñada me decía, aquí nací yo, con gesto adusto y casi serio, en esta iglesia me casé, con la responsabilidad que da ser madre, este es el colegio de mis hijos. \n\n

Así, unidos, recorrimos todas y cada una de las calles de su pueblo, ¡quién mejor que ella para mostrármelo!, porque todas tienen algo que interesa, una ventana de rejas abigarradas, un recoveco encantador, una mirada tierna de esa viejecita tomando el sol, estampa que ya queda en el negativo de la memoria.\n\n