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  • ¿Qué está pasando?, ¿Cómo le ha podido ocurrir una cosa así?, ¡No es posible!, ¡Esto no le puede pasar a él!; lleva miles y miles de años desempeñando este trabajo, lleva una eternidad ejerciendo este oficio; nunca, jamás había tenido un problema, siempre cumplió a la perfección con su cometido. El temor a los dioses regía sus razonamientos, el miedo al castigo eterno nublaba sus pensamientos. ¡Estaba muerta! El abrió su boca reseca, con el rictus “post mortis”, y cogió la moneda, el pago del transporte, el pasaporte al más allá. Al levantarla de la loza blanca en la que estaba postrada, sobre la que le habían rendido los últimos honores mortales, para meterla en la barca, su cuerpo frágil, poseía la débil ingravidez que produce la muerte. ¡Estaba inerte!, ¡Carecía de vida!, ¡estaba muerta!, repetía. Atolondrado por el enorme contratiempo que aquel percance podía producir en su expediente laboral, desconcertado por la trascendencia que aquel hecho iba a representar en la inmaculada hoja del servicio mortuorio de la laguna Estigia, miraba de lado a lado, escudriñaba nervioso el horizonte como queriendo esconderse, como pretendiendo ocultar su falta, pero sus ojos incandescentes, que penetraban ágilmente la oscuridad más densa, no acertaban a distinguir dónde se encontraba, en qué lugar de la laguna se había detenido la barca, en qué momento se encontraba su existencia. La depositó con mimo, como lo hacía siempre, el trataba bien a sus pasajeros, en el fondo de la barca. Una gota de su sudor, lo recuerda bien, se rompió en innumerables destellos cristalinos, sobre la mortecina frente de la chica. ¡Toda una eternidad de buen hacer, de un trabajo bien realizado, tirada por la borda, por un desliz, por un error! Por una equivocación, sufrirá el desprecio de los dioses, recibirá su ira divina. ¿Qué había pasado?\n\n

    La joven le mira fijamente, incrédula, sin moverse, sin pestañear; está desconcertada; no acierta a saber qué pasa, ni por qué está en aquella barca, con un barquero al que no conoce y en medio de esta soledad plomiza, envuelta en esta oscuridad letal. ¿Dónde están sus padres?, ¿dónde está su prometido?, ¿dónde están sus amigos?; estas realidades le martillean las sienes. Despavorida se echa las manos a la cara, palpa temblorosa su fina faz descompuesta y, en un arrebato cruel, arranca con gesto grotesco y rabioso, la máscara mortuoria, araña con rabia los ungüentos, estalla en una explosión de llanto. El rictus entrecortado de su miedo esboza una leve sonrisa, entre disculpa e interrogativa, pero no se atreve a decir nada. Los dos, Caronte y la chica, se miran atónitos, los dos están paralizados, los dos parados en medio de un mar proceloso, en medio de confusos pensamientos, en medio de una realidad incomprensible, sin atreverse a romper el tenso instante. Sólo sus miradas, inquisitivas, cortan el denso silencio que sofoca el ambiente.\n\n

    La barca, inmóvil, quieta, como petrificada, aguarda, de un momento a otro, comenzar su balanceo tosco y grotesco. Caronte, el remero, hierático, desencajado, no acaba de reaccionar. ¿Qué hago? se pregunta una y otra vez interiormente. No puedo seguir; no puedo presentarme en la orilla de la vida futura, del más allá, con una persona viva; esto sería terrible, sería romper el esquema de los tiempos; los secretos más recónditos corrían el riesgo de ser descubiertos, de ser desenterrados; los saberes más sagrados de los dioses serían profanados, el destino conocido por los mortales. Su dueño y señor, no le perdonaría esto, le mandaría para siempre al destierro, le arrojaría para toda la eternidad fuera de la laguna, perdería su trabajo, monótono, pesado a veces, pero era lo único que sabía hacer, era para lo que verdaderamente servía, era lo que había estado haciendo por los siglos de los siglos. Avanzar no debía, pero, retroceder, para depositarla en la orilla de los vivos, no podía; el tiempo no se puede recorrer hacia atrás; el trayecto de la muerte al más allá, el recorrido es exacto, milimetrado, está ajustado a los cómputos del tiempo, sigue los cánones seculares, es un paro puntual, es un soplo vertical, constante como la brisa en la sierra, rítmica como el romper de las olas en el acantilado, como el tictac del reloj.\n\n

    Su cerebro buscaba con urgencia una respuesta, necesitaba con celeridad una solución, con angustia un camino a seguir. Si avanzar no debía porque los vivos no tienen entrada en el mundo del futuro, si retroceder era ir contra la corriente del tiempo, cada segundo que permanecía, allí, estático, inerte, como si el muerto fuera él, estaba dinamitando el proceso natural del tiempo, estaba rompiendo el complicado entramado de coordenadas que confluyen en la ordenación, desarrollo y seguimiento de la vida. Qué respuesta le daría a la chica, que comenzaba a incorporarse, desvaída, aún, cuando le preguntara quién era él, qué hacía ella allí, a dónde iban los dos en aquella barca mortuoria... Pero más difícil sería encontrar una explicación coherente, lógica, elemental, a su jefe, al dueño y señor de la vida, al controlador de los hilos de la muerte, al poseedor de la vida eterna.\n\n

    Sus manos que en otros tiempos eran fuertes, seguras, comenzaban a temblar; su rostro otrora inexpresivo, clónico, irreal, tomaba tintes grotescos; su pecho rocoso, fuerte como una empalizada romana, enorme como una fortaleza etrusca, comenzaba a hacer aguas; era una cascada de diminutos cristales, semejaba una regadera gigantesca en medio de la laguna negra. Se meció el cabello exabrupto y esperó que la joven acabara de incorporarse.\n\n

    Una pálida voz, rompió el silencio eterno; una voz de tintes rosados reverberó en la oscuridad y se perdió, absorbida con avidez, por la seca aridez del silencio.\n\n

    - Por favor, ¿Quién es usted? - susurró. \n\n

    La frágil voz, la cálida ternura de la pregunta rasgó, como un cuchillo la eterna y pesada soledad de siempre. Aquel hilo delicado de voz rompía sus tímpanos milenariamente sordos; la luz que irradiaban sus ojos iluminaron, de súbito, su sempiterna oscuridad y la lúgubre laguna cotidiana, ahora, era radiante como un paseo en barca por el mar de Galilea, esplendorosa como un día soleado en medio de una extensa sabana. La dulce sonrisa que dibujaron sus labios descarnó las opacas pupilas de Caronte; la ternura invadió su alma sólida y vacía, la compasión llenó su soledad sempiterna, la emoción desmembró su entereza secular. Los lívidos labios de la chica trajeron a su memoria los primeros besos robados, los cálidos días de estío, las largas y tristes tardes de invierno, algunas fogosas noches de amor de sus milenios mozos.\n\n

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  • 2011-03-01 08:51:39
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