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  • - Soy Caronte, dijo. El barquero que transporta tu alma al más allá, soy el guardián del trayecto que recorre tu ser hasta el paraíso.\n\n

    La joven se estremeció...; se rehízo y espetó enérgica:\n\n

    - Pero, ¡yo estoy viva!\n\n

    - Ya lo veo, se lamentó Caronte y, esto me causa un enorme problema, me origina un terrible contratiempo. No puedo avanzar porque estás viva, no puedo retroceder porque el tiempo me lo impide.\n\n

    - Comprendo que volver no puedas porque el empuje constante y tenaz del tiempo hace imposible el retroceder; porque las manecillas del reloj de la vida sólo avanzan hacia el futuro, sólo giran en dirección contraria al pasado; por eso, se paró como para dar más solidez a su demanda, te suplico que me lleves a la otra orilla, a esa vida maravillosa que muchos días he soñado, que desde niña he deseado, para la que desde siempre estamos predestinados los mortales.\n\n

    -¡No lo comprendes!, atajó Caronte. En ese lugar tú no puedes entrar, tú no existes. Allí, no hay lugar, no existe el espacio, no se propaga la voz, no se necesitan los ojos para ver, no tiene cabida lo material, lo corporal, allí, sólo hay una manera de entrar, morir. Sólo tiene cabida el ser, el alma inmortal, el espíritu despojado de los tintes superfluos, liberado de las vanidades perecederas que le oprimen, que lo subyugan en vida. Y tú, le señaló con el índice amenazador, estás, aún, en ese estado terrenal, en esa imperfecta forma humana que acumula la riqueza, que ama los afeites, que..., quiso añadir algo más pero la joven le cerró la boca con su delicado dedo índice.\n\n

    Con el contacto de aquel sutil dedo, Caronte, creyó morir; se vio rodeado de todos aquellas almas, de aquellos millones y millones de pasajeros que había ayudado a entrar en el paraíso; sus miradas inquisitoriales le quemaban las pupilas le taladraban el cerebro. El roce de aquella delicada piel le estremeció los sentimientos más profundos, sedimentados en su ser desde eras antiquísimas, le despertó los deseos más humanos, los instintos más animales pujaron por emerger.\n\n

    - Pues quedémonos aquí; los dos, en medio de esta negra noche, en esta barca mortuoria, rodeados de esta larga soledad y olvidémonos del tiempo, hagamos caso omiso al destino, despreciemos el paraíso y vivamos los dos, juntos, hasta el final de mis días,- le susurró quedamente la joven.\n\n

    Caronte, estaba aturdido, estaba desconcertado, no entendía nada; en su larga y milenaria existencia, jamás, le había ocurrido una cosa parecida; que la carga, que la mercancía que tenía que transportar, que alma que debía pasar de una banda a la otra de la existencia, no hubieran caducado sus días, no estuviera a punto para la recogida, no fuera la fecha señalada por el destino; aquí alguien había cometido un error, alguien había obrado con negligencia, alguien tendría que dar una clara y extensa explicación. Pero lo que ya no podía asimilar tan deprisa, a pesar de su inicial y tímido arrebato pasional, lo que le turbaba y exacerbaba era la tentadora situación que su compañera de viaje le estaba proponiendo. El es eterno, es el albacea testamentario de un legado divino, de una herencia vencida que la ve, que la puede palpar pero que no debe usarla, no puede hacer uso de ella. Pero también él es humano; por sus venas fluyen deseos, de su alma brotan pasiones, su ser necesita proyección... Los sentimientos humanos le empujan a seguirla, los instintos carnales le incitan a la lujuria, las veleidades femeninas le provocan la pasión. El deseo finito, el placer perecedero, el instinto brutal le nubla la visión, le anulan la razón, le incitan al pecado. Por el contrario sus deidades eternas ponen sordina a sus pensamientos, echan freno a sus arrebatos, inhiben la lívido humano. ¡Qué hacer! Sus pensamientos son una caldera en plena ebullición, su voluntad un corcel desbocado, sus deseos un volcán en erupción. No puede más, su pecho no soporta por más tiempo aquella angustia que jamás había sentido, no aguanta más aquel dolor sofocante; sus sentimientos, que no pueden permanecer callados y encerrados por más tiempo sin poder expresar sus pareceres, sus necesidades, no acaban de coordinar, no aciertan a comprender. Alza los brazos; grita, grita muy fuerte, prolongadamente fuerte; el eco se vacía en la larga bóveda del silencio, su angustia se pierde en la soledad infinita del tiempo.\n\n

    -¡Caronte!, ¡Caronte!, ¡Caronte! - el eco truena de peña en peña en la caverna cenital del tiempo.\n\n

    Caronte rema cansino, metódico, como lo había hecho infinitas veces, como lo seguirá haciendo eternamente, hasta la consumación de los tiempos. La barca atraca lentamente, como teledirigida, con calma, suavemente.\n\n

    -¡Caronte!, eres la puntualidad personificada.\n\n

    Caronte, el barquero, lo mira fijamente, con una mirada hiriente, con una mirada eterna, con una mirada cansada. Baja de la barca, se inclina sobre su carga, con tiento coge el cuerpo, ingrávido, leve, rosado, insustancial, lo transporta con mimo, con cariño y lo deposita con suma ternura sobre la pira; lo mira por última vez; sobre su frente decrépita, quedan, aún, restos de diminutas cristales de sudor, por su cansado rostro eterno corren dos lágrimas de amor. Vuelve cansino, como el tiempo a su destino; sube a la barca, se sienta, lívido, metódico, como siempre; da un último vistazo plomizo a su alrededor y empuña, de nuevo, los remos del tiempo.\n\n

    \n\n

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  • 2011-03-02 09:09:24
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