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  • Aquella noche, la tapia del cementerio se asemejaba a las verjas de las casas de las películas de terror.\n\n

    Luna llena habían elegido para la psicofonía y su luz palidecía en los rostros que, contraídos, dejaban escapar histéricas sonrisas.\n\n

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    No importaba el hecho de estar acompañada de toda la pandilla. El sobrecogedor silencio del sacrosanto lugar se le inyectaba a través de los poros y tenía la sensación de que, en cualquier momento, una huesuda mano de muerto la atraparía y la obligaría a acompañarlo en su tétrica morada.\n\n

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    Las chicas caminaban abrazadas, estrechas, muy juntitas todas, unos pasos detrás de los muchachos, que eran los que, aunque se deshicieran por dentro, tenían que demostrar su valor.\n\n

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    Nunca había sentido tanto pánico dentro del cementerio como aquella noche.\n\n

    Sentía como si estuvieran haciendo algo malo. Como si fueran a profanar la paz de los que allí yacían. Como si, en contra de su trayectoria de niña buena, estuviese de alguna forma violando la ley.\n\n

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    - ¡Virgen del Perpetuo Socorro! – había gritado la abuela - ¡A profanar tumbas! ¡Os vais sin mi permiso!\n\n

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    Y, por primera vez en la vida, las cuatro primas habían desoído la prohibición.\n\n

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    Quizás eso, el desobedecer a la abuela, pesaba aún más en su conciencia. Quizás no tanto el encontrarse allí, entre los muertos del pueblo, en el cementerio que, para ella, era un sitio tan común.\n\n

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    Habían ido a pasear allí tantas tardes. Tantas de aburrimiento recorriendo arriba y abajo las distintas tumbas. Las humildes, los panteones de los ricos del pueblo, comentando ésta o aquella lápida, las flores secas de las abandonadas, los arreglos de plástico que tan patéticos le parecían.\n\n

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    Y ahora estaban allí, abrazadas a su miedo y riéndose como sólo se puede reír uno cuando aún no ha alcanzado, ni tan siquiera, incipiente madurez.\n\n

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    Jorge, comandando el cortejo de amigos, vaciló al depositar la cassette que sostenía. Las fachadas de los viejos panteones refulgían al tiempo que mostraban sus puertas como fauces hambrientas dispuestas a tragarse a quien por allí se quisiera acercar.\n\n

    Por fin, se decidió a colocarlo sobre los primeros escalones del cruceiro que dominaba la entrada principal camposanto.\n\n

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    - Para qué adentrarse más. – se dijeron. \n\n

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    Y ninguno encontró razón para seguir allí adentro.\n\n

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    La ría abajo. Las luces de Sada reflejándose en ella. La quietud de un momento que ninguno sería capaz de olvidar.\n\n

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    Sentados haciendo corro en el suelo, el tiempo de espera acordado para la grabación es amenizado por tétricas historias que él, como todas las noches, les repite. \n\n

    La tensión sube. Se sostiene con cada exhalación. \n\n

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    - Suerte que esta noche no habrá fuegos fatuos.\n\n

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    Ella no quiere ni imaginar que, además de todo aquello, encima hubiera fuegos fatuos.\n\n

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    La audiencia continúa aterrada hasta que alguien tiene que adentrarse de nuevo entre los sepulcros para recoger la grabadora.\n\n

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    Pese a su impronta feminista, igualitaria y aparentemente valiente, no le importó que esa noche, una vez más, los hombres demostraran ser los gallos del corral.\n\n

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    El comandante del cortejo tarda exactamente medio minuto en salir portando triunfante el equipo y, con manos temblorosas, pulsa el “play”.\n\n

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    El sonido es confuso. El cantar de los grillos, el arrastre de la propia cinta, el viento de la húmeda noche de verano, retazos de nerviosas carcajadas.\n\n

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    Descreída totalmente, con su mente analítica e implacable, recobrada la serenidad y a punto de blandir la guadaña sobre la cabeza de los creyentes, se detuvo ante un extraño sonido. \n\n

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    Como un lamento, un susurro de la tierra.\n\n

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    - Sada, non xoguen – les pareció oír.\n\n

    - Sada, non xoguen – repetía una y otra vez el rebobinar.\n\n

    .\n\n

    Las cabezas se acercaban turnándose para colocar la oreja sobre el micro de la grabadora.\n\n

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    Una advertencia. Una súplica. La queja de unas almas que, como un castigo, condenaban aquel juego insensato, inconsciente.\n\n

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    Las manos frías, las pieles erizadas, la incredulidad de lo escuchado.\n\n

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    Por la cuesta del cementerio tronó una voz. \n\n

    Es el padre que sube en busca de las hijas, las sobrinas, aquellas niñas que, habiéndolas dejado a cargo de la abuela, desobedecían por primera vez.\n\n

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    El pánico, nunca más terrenal, moró entre la pandilla toda.\n\n

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    Jorge, de nuevo comandante responsable, salió al paso a aplacar la ira del padre.\n\n

    .\n\n

    Pero su ira era ya incontenible.\n\n\n\n\n\n\n\n\n\n

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  • 2011-03-27 20:26:18
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  • Sin fuegos fatuos
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