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Es curioso. Vivimos en un sitio y nos parece que siempre está igual, que nada cambia, pero cuando salimos fuera y volvemos a casa nos damos cuenta de cómo nuestras ciudades y pueblos van evolucionando.\n\nEl pasado mes de diciembre, cuando volví a casa por Navidad, descubrí que la única estatua ecuestre de Franco que quedaba en pie en España había sido removida de la Plaza del Ayuntamiento de Santander (que ya les ha costado, pero bueno). Desde pequeña recuerdo ver a un ladito de la plaza consistorial la figura de ese señor con poco pelo, subido en un caballo y ya más blanco que negro (cortesía de la infinidad de palomas que por allí campaban a sus anchas). Recuerdo querer siempre subir al pedestal, pero era demasiado alto y nunca nadie quiso auparme. Y ahora allí, en su lugar, ha quedado sencillamente un hueco. Vacío.\n\nHoy esa estatua ya no está. Igual que no está la gran farola que se alzaba justo en el otro extremo, colocada sobre un pedestal con tres o cuatro (o cinco) escaloncillos, alrededor de la que los niños jugábamos despreocupadamente mientras nuestros padres se sentaban a vigilarnos de reojo en unos bancos de madera azules y blancos, que hoy tampoco están. Como tampoco están las palomas, aunque esas quizá se habían escondido...\n\n
  \n\nAyer vi la plaza adoquinada con grandes losas de cemento gris en las que se han empalado unas modernas farolillas de diseño. Además, se han construido accesos a un aparcamiento subterraneo a modo de grandes bloques de ladrillo, también grises, tristes, y muy geométricos. Y los asientos azules, los de siempre, han sido sustituidos por unos de color madera, que no son de madera sino de metal y algo que intenta parecerse a la madera. \n\nY es que en realidad, lo único que no ha cambiado es la gente llendo y viniendo de un lado para otro, aparentemente agena a todos estos cambios, atrapada en la rutina de su día a día.\n\n \n
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