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Qué hacer en Berlin en una tarde invernal, cuando caminar por la acera se convierte en una odisea digna poco menos que de una manada de huskys atravesando la estepa siberiana? Nada mejor que darse un garbeo por los edificios de la clásica calle Unter den Linden, sin trineo, caminando en fila india por el escaso hueco que queda entre los muros, esta vez de nieve, y desafiando a la inclemente nevada que, tras días proporcionándonos el ambiente navideño requerido, deja de ser bienvenida. \n\nRodeada por turistas españoles (me atrevería a decir sin temor a errar que el segundo idioma más hablado en esta ciudad, "pobre pero sexy", es el español) decido escapar enfundada en mis botas de mamá noel -mmm...rojas y con forrito calefactor- y atravieso la verja que envuelve a la universidad más solicitada y apreciada en Alemania y una de las más valoradas a nivel mundial: Universidad Humboldt. \n\nQue no, que no es Alexander, el viajero, geógrafo y naturalista. Es su hermano, Wilhelm, del que tomaron el apellido por ser uno de sus fundadores. Wilhelm: de letras, especializado en lenguas y literatura, en filosofía y política; impulsor de la renovación en la educación en su país, Prusia. \n\n--pausa: una lagrimilla, comparando la estima que se nos tiene hoy a la gente de letras.\n\n Sigo mi andadura por los vetustos pasillos de la Universidad Humboldt, emplazada en una calle en la que cada edificio aporta al viajero un rasgo del ser alemán. La ópera, la biblioteca, la isla de los museos, la catedral con ese inmenso espacio verde donde tumbarse al mínimo atisbo de sol...\n...y girando cualquier esquina: teatros, salas de conciertos, de cabaret... Unter den Linden, la calle de los sueños de cualquier intelectual, artista o aficionadillo (-a). Salteado todo convenientemente de cafés, enotecas, restaurantes, bares y todo lo necesario para acompañar al intelecto. \n\n Precisamente de intelectuales, de sabios pasados o futuros, están repletos los pasillos de la universidad. Sus paredes rezuman sabiduría. Sus aulas han lanzado al mundo una treintena de Premios Nobel. En sus laboratorios se tiraban de los pelos genios como Einstein. En el claustro departían acaloradamente filósofos como el idealista Hegel y el pesimista Schopenhauer. Por sus largos pasillos y laberínticas escaleras deambulaban poetas como Heinrich Heine, que pronunció una frase tristemente famosa y tragicamente premonitoria, allá por 1821:\n\n
Allá donde se queman libros, se acaba por quemar a los hombres. \n\nEsta frase está grabada en una placa, en el suelo de la plaza que alberga la Biblioteca Estatal de Berlin, antes Prusiana, situada frente al edificio de la universidad. La placa acompaña a un monumento simbólico: las estanterías vacías de lo que fue la Biblioteca Prusiana, situadas bajo el suelo de la plaza y visibles a través de un cristal. Estanterías que, por seguridad, tuvieron que ser vaciadas durante la Segunda Guerra Mundial, trasladando a lugar seguro todos los libros que habían sobrevivido a otros fuegos. Ese lugar seguro fueron castillos, monasterios, palacios...repartidos por media Europa. \n\nAllá donde se quiere a los libros, se quiere a los hombres \n\nDicen que Heine también rubricó estas palabras. \n\nEsto me recuerda a otro loco y a otra hoguera. En estos tiempos vuelve la necesidad de echar mano de algunos héroes. Uno mío de siempre ha sido un viajero muy especial: el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, al que juzgaron, como a muchos otros héroes que en los vetustos pasillos de la universidad me susurraban al oído frases como ésta de Heine:\n\n La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca. \n\nCuando me metí a estudiar letras, me preguntaban si estaba loca. Mi vida de nómada y mi forma, digamos, algo rarilla de ser, han dado la razón a amigos y familia. \n\nBendita locura.
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