LACOMUNIDAD.ELPAIS.COM_CRONOPIOS_2010_10_14_14-OCTUBRE-2004

Fuimos a la agencia de viajes. La señorita nos recomendó mejor que nos fuéramos a Túnez. Sale sí, más caro, pero en realidad no tanto como uno se podría imaginar y la ventaja aquí es que es con expedición, siete noches y con medias pensiones y pensión completa (alimentos) dependiendo del día y lugar, o sea que casi casi es todo pagado. En Roma hubiesen sido tres días, en un hotel con menos estrellas y con media pensión, ya será en otra ocasión, la promesa de conocer Roma juntos sigue, seguirá, mientras tanto: Ro y yo nos vamos a Túnez! Sin saber nada del país, por cierto...

Eso no evitó que en la tarde, luego de la comida, llegara la mega discusión, y el enojo, primer enojo real de todo el viaje. Fuimos hasta República de Argentina, a una fundación Tomillo donde yo había visto unos cursos que me habían llamado la atención, tanto por el lado de derecho (un curso de negociación) como del lado del escritor (un curso sobre técnicas de escribir). Así que hasta allá fuimos y para ello teníamos que bajar una estación y luego subir por la línea circular, la gris, eso o hacer dos transbordes y hacer una figura extraña hasta llegar allá. Mi cerebro de hombre, obvio, me impedía admitir que sería bueno ver el mapa, para qué, ya sabía a dónde íbamos y ya había visto antes cómo llegar. Ro era más bien de la idea de la otra ruta, a estas alturas y luego de la discusión, no tengo muy claro cuál decía cada quién, aunque la experiencia en estos casos, me dice que seguro Ro tenía en mente la ruta más práctica, la circular y yo, la más "directa" aunque con doble transborde. El punto es que al final, sin ver el mapa, nos fuimos por donde yo decía (eran mis cursos al fin y al cabo) y sí llegamos, pero en sí nadie estuvo contento y por eso la discusión llegó a enojo: Ro no iba a aceptar que sí habíamos llegado, yo no iba a aceptar que la otra ruta era más práctica. Y así estuvimos hasta el regreso. Por cierto, los cursos suenan bien.

Fuimos a la Escuela de Letras. Casi enfrente de la Catedral. Cuando llegamos, no había nadie, claro, era la hora de la siesta. LA siesta madrileña. Caminamos un rato por Ópera. Un ciego paseaba con su perro y en una que nos cruzamos con él, Ro lo acarició. No sé si fue que ya había pasado tiempo, o el perro o el momento, pero ya nos estábamos enojados y se sintió bien saludar al ciego y a su guía. Estuvimos deambulando un rato por la Plaza Mayor. Yo sabía que por algún lado estaba el Sobrino del Botín, el restaurante más antiguo del mundo y sí, dimos con él cuando ya menos lo esperábamos; vimos los precios y va a ser imposible visitarlo, una sopa no costaría todo el super de diez días (exagero, pero sí está imposible ir, quizá una carne sí realmente nos cueste el super de diez días).

Cuando regresamos a la Escuela de Letras, a Ro se le ocurrió subirse a uno de los bloques de cemento y saltar de uno en uno. Yo le dije que se iba a golpear o a romper la pierna y no sabía dónde está el hospital más cercano. A ella no pareció importarle mucho y al final lo que pasó es que se llevó un buen golpe y le dolió mucho; lo suficiente para ponerse a dar vueltas y vueltas alrededor del bloque. Yo me reí mucho.

Los cursos aquí también me llamaron mucho la atención. Ya tengo qué decirle a mi pa de los costos y de que sí ya me voy a poner a hacer algo acá.

En la noche, paseamos por Preciados. Ahí por donde está la FNAC y el Corte Inglés, nos detuvimos a escuchar a los virtuosos violinistas que tocan el Canon, junto a nosotros estuvo un galgo que claro, tuvo la cola entre las patas, pero al parecer disfrutó la música. Hermosa. Violinistas que llegan a emocionar a todos los que estábamos ahí reunidos y que tienen que estar aquí tantos días, tocando para una audiencia en movimiento, congelada unos minutos para luego seguir su camino, todo por unos poco euros. Qué lastima. Qué triste. Que gusto y alegría, haberlos oído...