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  • Hoy. Uno de esos días de los que no importa lo que suceda, jamás olvidaremos. Hoy. Uno de esos días...
    Nos levantamos a las cinco de la mañana, para que nos diera tiempo de bañarnos, que a la mera hora sólo lo hice yo, y comimos un poco, esperando que en el avión nos dieran comida.
    Llegamos muy temprano al aeropuerto, el avión salía a las nueve, pero teníamos que estar desde las siete. Por las prisas de pasajeros, casi me taclean al entrar, pero ya una vez dentro, vimos que no había casi gente, documentamos las maletas y luego ya nos fuimos hacia los detectores de metal para esperar la hora de abordar ya en las salas de dentro. Obvio, no podía faltar, me detuvieron y me hicieron una revisión más exhaustiva de lo que generalmente se hace. A Ro la dejaron pasar y ya me esperó a un lado a que me revisarán. Me enojé, ya que es muy arbitrario y sólo lo hacen por cómo ven a la gente.
    El brillo de los labios de Ro olía raro y al abordar tuvimos problemas para llegar al avión. Viajamos por Air Europa, y no tiene las facilidades dentro del aeropuerto que le dan, por ejemplo, a Iberia, hasta en esto hay clases. Una señora viajaba con un perico y también hubo discusión al respecto.
    Las fotos empezaron a punto de subirnos al avión. Dos fotos de Ro se quedan para la posteridad, una en las escaleras para subir al avión y otra ya a punto de entrar, con la vista de fondo, de la cabina del piloto, gorrito y chamarra blanca con vivos verdes y amarillas de bershka. La sonrisa, enorme, sincera y emocionada, no podía faltar.
    Cuando subimos nos enteramos que no iba a haber comida. Mi estómago ya empezaba a protestar. Ni modo será hasta que lleguemos allá.
    Cuando bajamos todo bien. Caminamos con los demás pasajeros hacia la sala donde te sellan el pasaporte, pasas a recoger tus maletas y está el autobús que nos lleva al hotel y... No, no fue así. Para nada fue así. Al llegar con el funcionario de aduana, vio nuestro pasaporte y nos preguntó primero en francés que si teníamos visa. Nos repitió la pregunta porque obvio no entendimos nada (imaginad a alguien que habla árabe, hablando en francés) y luego le dijimos que en inglés. Ya entendimos (con un inglés peor que su francés) y le dijimos que no sabíamos que necesitábamos visa. Nos llevó aparte. La fila de españoles que venía con nosotros se hizo más chica hasta que ya no hubo fila, ya todos se habían ido por sus maletas y cuando intentamos decirle a alguien que supusimos venía en el tour, que nos esperaran, ya era tarde, se habían ido.
    Gente de la aduana nos vio. Nos dijo que a qué veníamos, que por cuánto tiempo. Nos trajeron las maletas y ahí nos tuvieron una hora; sin saber qué hacer, sin saber a quién acudir. Ya cuando se decidieron, nos dieron un permiso de siete días luego de checar bien con nuestros boletos que ese dí nos íbamos. Pusieron el permiso en nuestro pasaporte y nos cobraron seis dinares que no teníamos y que pagamos con euros, recibiendo a cambio, la moneda local.
    Cuando salimos, nos dio miedo: nos habían dejado. El Tour se había ido. Fuimos afuerita del aeropuerto, donde están todos los autobúses, había mucho calor y preguntamos si eran el Tour. No, no eran. Preguntamos en otro y no, tampoco, sí, en efecto, se habían ido. Nos metimos de nuevo a preguntar a la gente del aeropuerto y nada, que preguntáramos fuera, con otros ni podíamos hablar porque sólo sabían árabe y francés. Volvimos a salir y le enseñamos a un chofer a dónde íbamos y nos dijo que sí que hacia ese hotel iba. Respiramos un poco. Un poco. Porque luego habló con otro, quién sabe qué le dijo y a la mera hora que no, que no nos iba a llevar, pero que nos metiéramos y que nos avisaban.
    Nos metimos y yo fui a la parte de arriba a cambiar unos euros y preguntar si alguien sabía algo. Ro abajo, preguntaba también, nadie daba respuestas. Ví a la gente en la cafetería del aeropuerto y me empecé a preguntar si tendríamos que sobrevivir toda la semana con el raquítico dinero que traíamos. No fuimos previsores. Sólo contábamos con cerca de 100 dinares. Muy poco.
    Justo cuando iba a bajar, Ro me gritó que me apurara, que nos iban a a llevar. Bajé corriendo y ua señorita del aeropuerto nos dejó donde estaba un camión. El conductor vio el hotel al que íbamos. El-Sol el Kantaoui, en Sousse. Sí, nos llevaría.
    Sin que el miedo se hubiese ido, nos subimos y empezamos el viaje. Vimos un poco de la capital, no mucho, o más bien no dio tiempo o cabeza para admirarla como debíamos. No podíamos. Nos habían dejado. Estábamos perdidos en África, en un país donde la lengua con la que podíamos comunicarnos era la tercera y apenas con muy poco dinero.
    Dejamos a unos ingleses en un hotel. A otros en otro. Otros más. Para este entonces ya era la tarde y apenas y comimos las galletas que habíamos comprado ayer. Luego, un largo viaje en carretera. Mucho. Más de una hora que nos hizo preguntarnos si íbamos en la ruta correcta. Ya estábamos lejos de la capital. El conductor, nos dijo que sí, que íbamos al hotel que decía en el paquete. Nuestra única compañía era una italiana sentada delante de nosotros. Todos los demás se habían bajado ya.
    Pasamos un pueblito donde vendían carne de camello. La tarde ya estaba bajando y el camión de turismo seguía avanzando. Hacíamos bromas. Ya veremos que hacer si nos cae la noche, si no llegamos a nuestro hotel.
    Llegamos a una zona turística y empezamos a ver los nombres de hoteles. Entró el turismo a uno y sí, era nuestro hotel. Ya más aliviados con las maletas ahí a un lado, vimos como el conductor discutió con la italiana, al parecer, su hotel no quedaba de este lado del país, o esa impresión me dio: que nos trajeron por un error. Pero aquí estamos. Infinitas gracias aún ahora a ese conductor.
    Al llegar a recepción preguntamos por el tour y nos dijeron que sí, que aquí estaban todos. Llegamos, llegamos.
    Se bajó la preocupación. Nos dieron un cuarto con el baño a la derecha y al fondo la cama del mismo lado. Una terraza donde alcanzamos a ver lo último del atardecer, ya eran más de las seis. Vimos tele con canales europeos y a las ocho bajamos a cenar. Nos atascamos de comida, teníamos demasiada hambre como era de esperarse. Probamos algo que se llama Couscous y está muy rico y al parecer aquí lo comen con todo. El mesero muy amable, nos dijo que de dónde éramos. Él, portugués (o nos dijo a nosotros si érmaos portugueses?), cuando le dijimos que de México, sonrió y exclamo Ah! Campos! Sí, de ahí venímaos, del país de el portero Jorge Campos. No supimos cuánto dejarle de propina, pero los agradecimientos fueron muchos.
    Pedimos en la recepción que mañana nos despierten que mañana empieza la excursión y no nos vayan a dejar. Al regresar a la habitación vimos un gato negro. Hay gatos rondando por todos lados en el hotel.
    Que día tan sufrido. Qué día. Pero llegamos, llegamos bien, y estamos en África. Comienza el viaje.
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  • 2010-10-20 21:19:33
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  • 21 Octubre de 2004
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