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  • Luego de desayunar, nos fuimos en una carreta jalada por un caballo, a una plantación de donde bajan los dátiles. El pobre caballo que jalaba la carreta, apenas y podía con ella, además había muchas moscas, pero estuvo bien el recorrido así, fue diferente y pudimos apreciar, más de cerca, por así decirlo, la ciudad. Lo mejor fue el señor barrigón en su burrito alegre! Ahí iba el burrito, de arriba a abajo, saltando y avanzando por la calle, parecían Sancho y su burro. La mañana está muy alegre y amigable, no hay nubes y como todavía era temprano, el calor no estaba tan fuerte. La impresión del lugar para mí, fue de blanco, azul y verde. Las casas y el pavimento blanco, el cielo muy azul, salpicado por todas partes con las palmeras. Bonita estampa de Túnez.
    Llegamos a la plantación. Aquí, además de couscous, todos comen dátiles. Que yo recuerde, jamás los había probado antes y están muy ricos, son dulces, un poco viscosos. El señor que nos hablaba de la recolección nos dijo que más bien se subían a las palmeras y de ahí los bajaban. Cuando pidió por un voluntario, luego luego salté y me dijo que sí, que me subiera, y ahí voy arriba hasta lo alto de la palmera, agarrándome entre los salientes de ella. Ya arriba, sólo es cosa de jalar los frutos y se los aventé a todos allá abajo para que todos comieran dátiles. Estuvo divertido.
    Luego pasamos a una chozita y nos dieron de fumar tabaco de palmera. Hay una foto del recurdo donde estoy vestido de azul, con mi mochila negra que cargo pa todos lados y la pipa, larga de madera mientras sale humo, cualquiera que no haya estado ahí, que no le haya contado, o que no lea esto, si ve la foto, seguro piensa que me estoy pachequeando, pero no, todo legal, sólo tabaco de palmera y que yo sepa nadie vio cosas extrañas, o no por culpa de la palmera.
    A mediodía anduvimos caminando por esta provincia tunecina. Por calles típicas. Calles con gente no tan acostumbrada a ver turistas. Calles de callejones. De arcos árabes. Calles de arcilla, de paredes color arcilla. Calles con señoras cubiertas completamente de negro y ligeras franjas azules rey, incluso cubiertas de los ojos, caminando por estas calles típicas, de esta provincia tunecina. Calles pobres. Calles bellas. Calles de Árfica del norte. Calles musulmanas. Calles de un domingo con gente que va, viene. Calles con perros y camellos. Calles con palmeras. Calles con gente tostada, no negra, no morena, de un color oscuro, áspero, de cejas pobladas, ojos profundos. Calles. Más calles.
    Nos llevaron con un largo viaje en el bus, a una parte donde hacían tapetes típicos. Había una señora hilando y nos explicaron el proceso para sacarlos y cuánto se tardaban. Sinceramente, unas obras de arte. Y muy laboriosas. Aquí también nos dijeron si queríamos intentarlo y quién dijo yo? Pues Ro! Se puso a ayudar a la señora, le explicó cómo tenía que hacerlo y ahí le dio algunas vueltas al hilo para trenzarlo y que quedara firme dentro del dibujo que ese tapete debía llevar. En alguna parte de Túnez, o de Europa por algún turista, hay un tapete tunecino bordado también por manos mexicanas, manos de Ro.
    Luego nos pasaron a un cuartito y podíamos escoger entre tomar té o café. Para probar de ambos, Ro pidió una cosa y yo la otra (adivinad quién pidió qué!) y ambos estaban deliciosos, la verdad no podría decantarme por uno. Un café fuerte, intenso, oscurísimo. Un te suave, volátil, al final dulce. Delicioso.
    La última parte del tour fue visitar una mezquita. Por la hora y el Ramadán, no pudimos entrar ya que estaban en oración, sólo alcanzamos a asomarnos desde fuera y recuerdo una bicicleta apoyada sola contra una columna y más allá, pies descalzos de personas de rodillas, inclinadas, orando. EL atardecer en su apogeo.
    (Ro y yo nos peleamos).
    Nos despedimos de Mohammed porque hasta aquí llega él. En los siguientes días otro tour y otro vendrá. Ro le rompió sin querer el Ramadán. No pueden tener contacto con mujeres. No importó, se portó muy amable y alegre todo el viaje con nosotros, se merecía el abrazo de ella. Nadie se enojaría de un abrazo sincero, ni siquiera los dioses.
    Regresamos a Sousse. Nos acomodaron en unas villitas y salimos a la playa. La luna reflejada en el mar se hizo de la vista gorda sobre los problemas de pareja y nos dijo, Venga, ahí va. una de mis mejores estampas, a ver, tú, mar, deja que me refleje en tí. Y así lo hicieron. La luna, reflejando su gran línea de luz, su línea blanca por todo el horizonte marítimo, rodeado del negro salado. Arriba, ella redonda, nos despidió, Para qué pelear si hay cosas tan bellas?
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  • 2010-10-24 05:59:41
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  • 24 Octubre de 2004
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