Despertamos tarde. Hace frío. Al parecer ya siempre habrá frío...aunque no tanto, ya que luego de almorzar y estar en la casa, Ro y yo fuimos al parque, aunque quizá sí tanto porque Ro se puso a leer, aunque quizá no tanto porque yo corrí con manga corta, aunque quizá sí tanto porque nunca entré en calor realmente. Pero lo mejor vino al terminar... Corrí media hora, cuando mi reloj, marcaba 29 minutos, yo me acerqué a la parte donde está la fuente, que en ese momento estaba apagada. Ahí poco a poco, comenzó a aparecer mi niña entre los árboles, sentada, leyendo en la banca de madera y metal negro, en la banca de madera, con su chamarra blanca con vivos verdes y amarillos, libro rojo, el sol y la grava del suelo, a un lado un poste coronado por una farola, y ella ahí, en esa banca, que voltea hacia la izquierda, al frente, tose y se lleva la mano cerrada a la boca, gira, me ve, ahí estoy yo, terminando de correr, estamos los dos, nadie más, el parque, nadie más, me sonríe, yo le sonrío con un gesto d que estoy cansado aunque no lo estoy tanto, porque me concentro y quiero guardar este momento, este momento de ella y yo, de ella sentada en la banca del parque de San Isidro, la banca de la fuente, la banca que será por siempre la banca donde ella me espera, leyendo, a que yo regrese, el cielo azul rey de Madrid y el sol, ella y la banca de madera...
Fuimos en la tarde-noche a pasear a Ópera. Los cuatro. Platicando del ya más de un mes que llevamos aquí y los meses que faltan. De nuestras impresiones, todo esto mientras caminamos por la calle Mayor, ya habiendo visitado al señor de bronce que mira las ruinas de la primera iglesia. Subimos a la Plaza Mayor y a Sol, platicando, sólo platicando, cuatro amigos...
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