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  • Tempranito, tempranito, nos fuimos los tres viajeros que no tenemos clases hoy a Guadalajara!
    Gabo, Ro y yo nos fuimos a Atocha de mañana. La idea era pasar todo el día ahí en Guadalajara. Fue un viaje bonito. Con la mañana fría entrando por las ventanas del tren. Llegamos y nos subimos a un camión que nos dejó en el centro de la ciudad. La super guía nos dijo más o menos a dónde ir, pero aún así tuvimos que preguntar, aunque tampoco hubo mucho problema porque nos dimos cuenta que en sí, la ciudad es muy chiquita y a casi todo lo importante, llegas a pie.
    –Qué ironía! No conozco la Guadalajara de México, pero sí la de España! –dijo Ro.
    Fuimos al Palacio de los Duques del Infantado. Lo malo es que lo estaban remodelando, entonces sólo pudimos ver una parte, pero nos estuvimos tomando fotos en su interior cuadrado, el principal, donde hay leones en las cuatro esquinas. Está bonito. La biblioteca estaba abierta y había ahí una persona. Pudimos entrar a una como capilla con las escenas de ángeles en el techo. También un espacio casi vacío donde se estaba montando una exposición y había de esas luces que son muy potentes y si mal no ví, un tipo de negro con una cámara muy profesional y digital, como la del fotógrafo del viaje a Túnez. Vamos a tener que regresar en alguna otra ocasión, ya que repito, el Palacio está bonito pero sí hace falta verlo cuando ya esté totalmente funcional.
    Paseamos por la calle principal. Es una muy larga. Pasamos por el Ayuntamiento y un reloj a la mitad. Luego seguimos caminando y llegamos a un jardincito muy bonito. Las palomas iban y venían y anduvimos haciendo bromas con lo de los Palomos de Animaniacs.
    Vimos bares, cafeterías, una muralla de cientos de años ya casi derruída, incluso con algunas pintas, sí, lamentablemente el vandalismo estaba en ese vestigio de hacía cuántos siglos. Nos tomamos unas fotos ahí, y regresamos a la parte de los palomos y del jardín. Desde casita nos habíamos preparado unos sandwiches y bajo un túnel de enredaderas, nos los comimos. Viendo a la gente ir y venir, ya más bien a sus casas debido a que la hora de la siesta ya se acerca, y si en Madrid la ciudad duerme, pues con mayor razón aquí.
    Caminamos por una calle larga, donde había un teléfono encerrado con un candado que sonaba y sonaba, y no pudimos contestarlo a pesar de que todo teléfono que suena, debe de ser contestado. Seguimos de largo, preguntándonos quién habría sido, o si esa calcomanía con un número, indicaba el de ese teléfono, o uno que alguien apuntó cuando hablaba por ese que ya deja de sonar y nadie contestó.
    Llegamos a la Plaza de Toros. Está chiquita, es metálica, y toda roja. Ah! Y cerrada, pero entre las rendijas se podía ver un poco del ruedo; estuvimos ahí poco tiempo y bajamos por donde el teléfono y seguimos de largo.
    Lo siguiente es otro, otro momento, un largo momento que duró horas, de esos que no se olvidan, que se guardan con cariño y que duró hasta que regresamos a casita: Caminamos por una calle que ahora recuerdo como peatonal. Y de entrada a la izquierda vimos un restaurante, que se llama Mafia, con el ventanal negro y una rosa pintada en él. Nos gustó mucho y le tomamos foot, aunque Gabo se haya colado en la toma. Seguimos de largo y de pronto ya estábamos viendo una imagen bellísima de una capilla grande, una iglesia pequeña que coronaba un cementerio, mientras el sol ya se iba, la aguja de la iglesia se alzaba en alto y parecía querer tocar el negro de la noche antes que cualquier otro en Guadalajara. Entramos a una calle lateral por donde se podría entrar al cementerio y vimos otra perspectiva del lugar. Regresamos y ahora no era el atardecer, sino el anochecer, y la estampa de la aguja fue aún más bella. Seguimos caminando, entre árboles y el frío; por allá un multideportivo, donde unos jugaban frontón y mientras Gabo y Ro platicaban, yo los veía jugar pensando en mi último día en México cuando fui en la mañana a jugar frontón con mi papá y qué estaría haciendo ahora.
    Regresamos a la calle principal y parecía que todos los habitantes de Guadalajara estuviesen ahí. Entramos a una tienda y nos dieron a probar unos dulces deliciosos, llamados bizcochos borrachos, con miel, dulcísimo y compramos una caja. Pasamos por una tienda de curiosidades donde lo que má snos llamó la atención fue una lonchera metálica de los Beatles. Seguimos caminando y nos detuvimos frente al ayuntamiento porque había una pista de hielo portátil, abierta, y llena de niños, que sabían o no patinar, no importaba, ellos a los suyo, a disfrutar la infancia en una noche de viernes mientras los padres, vecinos, todos, platican porque aquí todo se conocen y se ven contentos, felices. Y respiramos el frío y nos dio mucho gusto estar ahí, contagiados por toda esa gente de buen espíritu, que compraba castañas más allá, que reía, que pasaba de largo con una baguette bajo el brazo, los señores grandes de paso lento, las parejas jóvenes que se detenían en la librería donde Gabo me prestó dinero para comprar el diario del Che de Diario de Motocicleta, los bebés que no sabían qué pensar de todos esos más grandes yendo tan veloz bajo el piso blanco, las pijas con sus móviles y risas estruendosas, y ahí, tres viajeros sonriendo, observando todo a su alrededor, observando que toda Guadalajara cabe en una calle y es hermosa.
    Regresamos en camión para el tren. le preguntamos al conductor y nos dijo que sí, que sí pasaba por ahí. Luego de unos minutos se detuvo un buen rato. Las señoras en sus asientos platicaban, el conductor hacía los mismo con otra. No lo sabíamos, pero estaban esperando a que bajáramos, la gente es tan amable y estaban todos tan a lo suyo, que nadie nos dijo nada hasta que nos entró la duda y preguntamos a la anciana más cercana y nos dijo que sí, luego el conductor por el retrovisor nos vio y nos dijo que sí, que ahí era la estación; y ya entonces descendimos con disculpas nosotros y con sonrisas todos a bordo y despedidas por la ventana, sinceras, contentas, hacia turistas que visitaban su ciudad y se notaba que regresaban ya a Madrid maravillados de ella.
    El viaje, muy cansado y hermoso. Con estaciones de tren antiguas, de farolas y un en especial una con un pórtico bellísimo. Estaciones vacías. Blancas. Ámbar. Pocos viajeros. Gracias Guadalajara; regresamos a Madrid...
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  • 2010-11-26 03:14:45
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  • 26 Noviembre de 2004
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