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  • Hace dos meses y un día llegamos. En dos meses y un día, nos iremos. Hoy estamos justo, a mitad de viaje.
    –Tarde para no fallar! –dice Ro acerca de la hora en que nos levantamos.
    Pues sí, tan tarde que no fue desayuno, sino más bien almuerzo lo que hicimos. Y fue lo de siempre, cereal, que ahora acompañé con un huevo.
    Habíamos hecho planes para ir al cine. Luego yo ya empiezo mis cursos en la noche. Así que como pensamos que ya no regresaríamos a casa, nos llevamos unos sandwiches para la tarde.
    En este punto tengo que aclarar cosas personales: las uñas de mis pies se me entierran y llega un punto en que es bastante doloroso. Ya había previsto ésto y antes de venir, pasé con mi podólogo allá en México para que me dejara las uñas al ras... Pero las uñas no entienden de extranjerías y continuaron creciendo aún aquí en Madrid. Ví en días anteriores un podólogo sobre la Gran Vía, ya casi llegando a la Plaza de España. Luego de ir al cine a ver a qué hora había función, pasamos a lo de las uñas a ver qué hora había citas. Entramos y luego de un elevador y de entrar en un consultorio muy de doctor, nos dijeron que el podólogo sólo daba citas los miércoles. Como yo ya no aguantaba, dije que sí, aunque eso implicaba que hoy no iríamos al cine. Me dieron un formulario tipo doctor que me sacó mucho de onda y me hizo pensar que aquí nadie va a l podólogo simplemente para que le corten las uñas de los pies. Salimos ya con nuestra cita y con el precio (que era casi justo lo que traíamos) y fuimos a pasear por la Plaza de España. Fuimos a Asatej a ver qué onda con los paquetes que andamos cazando para hacer otro viaje fuera de España y nada. Luego anduvimos por atrás de Ópera y de ahí hasta la Catedral.
    Nos metimos por una calle lateral donde hay un parquecito, muchos negros y pintas en una barda. Seguimos y encontramos un jardincito, muy bonito, bien cuidado y simétrico. Ahí hicimos tiempo para lo de mi cita, comimos los sandwiches y les estuvimos dando de comer a los pajaritos marrón que hacían gritos de guerra por ver quién era el primero en llegar a la migaja de pan que les aventábamos. Luego intentamos darle a una paloma, pero creo que ella también se intimidaba por los gritos de los pajarillos, hasta que logramos que una miga cayera justo enfrente de ella y ahí sí se la pudo comer para descontento de los pequeños que seguían en su lucha por las migajas.
    Platicamos, vimos el atardecer y nos la pasamos tan bien Ro y yo, que no nos dimos cuenta de la hora y se nos hizo tarde para la cita. Corrimos y corrimos por las calles que llevan a Gran Vía, lo bueno es que la distancia no era tanta y llegamos con dos minutos de retraso.
    El podólogo me miró un poco extrañado que sólo quisiera que me cortara las uñas, pero creo que cuando vio el grado de entierro, entendió y me las cortó y mis pies descansaron. Total, no voy a regresar al podólogo en Madrid hasta dentro de un muy buen rato, no en este viaje, por lo menos. Un chavo serio, pero agradable, por cierto y que desde su consultorio se ven los tejados de Madrid.
    A las 7 me dejó Ro ahí en mi primera clase de la Escuela de Letras de Madrid, en la calle de Noblejas. Mi primer profesor fuer Recaredo, nombre que jamás se me olvidará por lo raro que se me hizo, y por ser mi primera clase de literatura aquí en Madrid. Hablamos un poco sobre técnicas narrativas, hicimos un ejercicio de narrar nuestro día y nos dio ejemplos de cómo dar información de manera paulatina y a través de frases secundarias o diálogos. Me gustó la clase. Duró tres horas y cuando escucharon mi acento, me dijeron o que de dónde era, o que si era mexicano. En general me cayeron bien mis compañeros pero no se ve que nadie vaya para socializar. Así que se quedarán al parecer en eso, compañeros. Yo soy el más joven.
    Mientras yo estaba dando mis primeros pasos dentro de las letras madrileñas, Ro anduvo paseando por Ópera hasta que se cansó y buscó un lugar dónde poder sentarse a leer y con buena iluminación. La solución: la Ramal Ópera-Príncipe Pío! Anduvo de un lado a otro, sin despertar mayor sospecha, esa pasajera que no baja y sólo lee, de Ópera a Príncipe Pío, de Príncipe Pío a Ópera. Me encantó, sinceramente, la solución y que hiciera eso. Genial, honestamente, genial.
    Regresó poco antes de las diez por mí y platicó un ratito con el portero. Dice que es muy amable. Regresamos a casita.
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  • 2010-11-03 03:10:19
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  • 3 Noviembre de 2004
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