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  • Los pajarillos cantaban en la mañana, trinaban dulces melodías para saludar a un nuevo día que ya había comenzado. Los árboles alzaban sus ramas para que las hojas le dijeran Hola!, al sol. Los vientos azules despejaban de algunas nubes, dejando otras, esporádicas, blancas e infladas como algodones de azúcar. El sol, lo orquestaba todo, con sus rayos amarillos, blancos, que nos invitaban a ponernos bajo su cobijo, como remedio al frío que hace. En resumen, era una hermosa mañana de jueves. Una mañana para disfrutar, para salir al día y decirle Aquí estoy!, con lo brazos abiertos y una gran sonrisa en el rostro. Dentro de una casa, en Rascón, en el número 23, desde el Interior Bajo, la voz de un Angelito le preguntaba, aún adormilado a Rosanita:
    –Rosanita, ¿Qué horas son?
    Y en eso, desde la cueva oscura, fría, no sucia, porque se bañó ayer, al final del pasillo, pasando el cuarto de Clau, se escuchó una voz grave, enojona, que rompió con el bello momento, con la hermosa estampa de un feliz día madrileño:
    –Ya son las doce y tengo hambre!
    Creo que sobra decir que fue (y sigue) siendo este momento la comidilla entre Ángel y Ro, contra mí. En la distancia, sí, lo admito, fue muy chistoso. Yo no podía levantarme a hacer el desayuno, de entrada, porque lo hubiese despertado, en segundo porque ahí en la mañana y en general en todo el día, me estuve sintiendo muy débil. Si ya había sentido una mejora significativa los últimos días, mi rutina hoy regresó a la de los primeros días que estuvimos aquí: desayuno, pastillas y dormir en la tarde.
    Cuando desperté ya no había nadie en la casa. Ro y Ángel habían salido a la Central de Autobúses para ver cuánto costaba y horarios para los buses a París. Regresaron hasta la noche.
    En la tarde llegó Gabo y estuvimos platicando de que ya hizo su último examen, así que a falta de que le den su calificación, ya prácticamente está de vacaciones (no es que se haya sentido mucho su ir a la escuela, pero bueno...jiji!).
    Luego llegó Clau y los dos jóvenes paseantes, con los que estuve platicando y bromeando. El punto es que lo volví a hacer, porque ya en la madrugada, desde la cueva, les tuve que gritar un SHHHHHHHHH!!! porque yo nada más oía cuchicheos y "jijijijijijijiji!" más cuchicheos y "jijijijijijijijiji!" y así muchas veces y luego se pusieron a pegar en una de las paredes, y no podía dormir. Luego ya de plano pasaron del "jijijijijiji!" a la carcajada y fue cuando les grité. Siguieron los cuchicheos, pero ya me pude dormir.
    No fue buen día para mí y la enfermedad. No, no lo fue... Pero se queda la posteridad ese momento donde los pajarillos cantaban en la mañana, trinaban dulces melodías para saludar a un nuevo día que ya había comenzado, y en eso, desde la cueva, oscura y fría (no tanto)...
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  • 2010-12-15 22:53:29
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  • 16 Diciembre de 2004
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