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  • Llegamos tarde al Thyssen. La puntualidad no es lo nuestro. De sobra ha quedado demostrado en este diario de viaje.
    Sólo para asegurarnos de que la lección había sido totalmente aprendida, Ro repitió lo del pato y el topo, salió muy bien. Ayer siguió practicando en la noche mientras yo me curaba la herida del chico rompecorazones de Ángel, y hoy el traba lenguas no significó ningún problema. ¿Cómo le habrá ido a la chava que ayer rió? ¿Ya le habrá salido?
    Entramos al Thyssen y entre pintura y pintura, encontramos a las mamás. No vimos el museo a fondo, en sí fue bastante por encima, viendo las pinturas rápidamente, pero nos gustó, en especial, obvio, las pinturas de Van Gogh que había, aunque sí habrá que regresar en algún momento, en algún otro viaje porque si faltaron varias salas por mirar.
    Comimos con mi mamá ahí afuera del Thyssen, donde hay un Vips. Nos va a quedar la duda si la cadena es igual a la que hay allá en México, aunque parece que no (por el logo, que es diferente y aquí todo es rojo y marrón contra naraja y blanco allá en México) puede que sí (porque el estilo, el concepto, parece el mismo, hasta tiene sección de revistas en la entrada para la espera, el formato de la carta -o menú- y hasta en el menú mismo vimos cierta similitud con el menú -o carta- de allá), pero lo más seguro es que quién sabe. Estuvo muy x, la verdad, pero más que nada lo que queríamos era tener algo en el estómago. Busqué la revista de ciclismo y la revista de corredores de enero, pero ya sé que más bien esas van a allegar hasta el quinto, sexto día de enero, cuando Ro y yo ya estemos de vuelta. (Algo que no había comentado en este diario, es que septiembre, octubre, noviembre y diciembre, he comprado, en los primeros días, estas revistas. La de ciclismo para enterarme todo lo que sucede en mi deporte favorito, aunque por los meses, no haya muchas noticias; y la de correr, para saber métodos de entrenamiento en ese deporte que también practico y que la idea es que corra el maratón de la Ciudad de México).
    Paseamos por Sol un rato, hicimos compras y acompañé a Ro a que hablara a Cuerna en lo que mi madre descansaba en el hostal.
    Nos vimos poco después de las cinco. Habíamos quedado por mail con Sandra para comer, tomar un café... A manera de agradecimiento por haber ido a verme cuando mi convalecencia de la varicela. Nos vimos en el metro Sevilla, en la línea roja, sobre la calle de Alcalá y rápidamente, al girar la cabeza a la izquierda encontramos la cafetería que me dijo.
    No recuerdo bien la cafetería. Según yo nos sentamos en una mesa, casi al centro del espacioso local de suelo amarillo pálido. Mesas y sillas y gabinetes marrón muy oscuro nos rodeaban. Había fotos en las paredes de escenas madrileñas de los anos veinte, quizá un poco antes, luego de los treinta con la guerra, y los cuarenta. Estuvimos cerca de dos horas ahí con Sandra y su novio (ahora esposo), platicando de su calvario para que le revalidaran materias de medicina para poder ejercer aquí, hasta que lo logró. Una de las frases que no sé por qué se me quedaron más grabadas de la conversación (quizá porque yo acababa de leer la extensa biografía del Che, quizá porque a la distancia, me había nacido un súbito espíritu latinoamericano de lucha y revolución) fue la que dijo el novio (ahora esposo) de Sandra:
    –Sí, pero la izquierda aquí en España es una izquierda de escritorio, de oficina.
    Si acaso algunas palabras menos, eso fue lo que dijo el novio (ahora esposo) de Sandra. Y me imaginé al Presidente en su escritorio, como si no correspondiera ahí y tuviese que estar casi listo para la batalla, con fusil en mano, a punto de salir a la selva, a la jungla, a la sierra... ¿qué significa que sea lo que más recuerdo de nuestras dos horas ahí? No lo se, aún no lo se.
    Salimos poco antes de las ocho, con más agradecimientos y saludos para mi primo (que en sí él es amigo de Sandra y por él la contactamos). Paseamos y compramos más cosas. Ahí estaba el segundo libro de los Alegatos de los Gatos, pero ya Ro está desencantada porque el que habla no es el gato, sino el dueño del gato, y al parecer lo más que leerá de ese libro, serán las primeras cinco páginas. Que breves fueron los alegatos de los gatos... Con los dueños no queremos alegar.
    Al final, el día acabó con discusión (ya con gabo y Clau que regresaron, y Gabo hace como que lo de la mega discusión del 25 no pasó) acerca de la táctica de la señora Concha: hacer como que todo está perfecto en la casa y hacer que no está en su casa... Malos presagios para que nos devuelva los 700 euros de depósito. Malos presagios...
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  • 2010-12-30 04:44:06
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  • 30 Diciembre de 2004
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