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  • En Lisboa, el Tajo, ese río niño que saludamos en Toledo, es el mar.
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    Sigue, sigue el dolor de cabeza. Esto ya es preocupante, no era la alta de comida y el cansancio, es algo más y no sé qué es.
    Despertamos a las ocho. El dolor en sí mejoró un poco con el desayuno, aunque había largas filas para conseguir jugo, leche, huevo duro y pan, que estaba muy rico. Salimos en el autobús hacia el centro de Lisboa. Subimos en un "tren-guía", un cochecito-tranvía amarillo, viejo y grafiteado, muy bonito que nos subió por una empinadísima calle. Nos tomamos una foto. Clau, Gabo y Ro, muy sonrientes. Yo lo intenté, pero sólo logré sacar media sonrisa. Tuvimos vistas hermosas desde la parte alta de la ciudad. Tomamos fotos ahí donde había un parquecito, hacia donde está el Castillo de San Jorge y a la fachada del hotel que se ve a la izquierda.
    Bajamos caminando. En una curva, allá abajo se vió una extensa mancha azul:
    –Es el mar! –dijo Ro. Y sí, es el mar, que a veces le dicen río, río Tajo, pero ya aquí es el mar. Es el río mar que no deja ver su otra orilla de lo ancho que está. En Lisboa el Tajo es el mar...
    Cruzamos la ciudad y subimos haciendo ejercicio, hacia el Castillo. Al llegar, la fila era tan grande que ya hizo imposible entrar, así que ahí va toda la excursión de regreso. Ro y yo casi los perdemos porque ella había ido al baño, pero los encontramos a la vuelta, en la iglesia de San Vicente.
    Nos detuvimos en un lugar para comer bocadillos y pudimos apreciar, junto a una señora enojona, de ceño fruncido, que salió en la foto, la ciudad blanca con tejados rojos que es Lisboa, la cidad de azulejos y mosaicos y banderas verdes y rojas en los balcones, que es Lisboa. Vimos las colinas, los empedrados, el sol chico que no logra calentar, los vientos, los barcos que llegan del mar Tajo para salir al mar Atlántico. Ro me tomó una foto desde un desnivel, a una barda con techo de enredaderas donde yo intentaba olvidar mis dolencias viendo el río, viendo el mar.
    Bajamos a la Plaza del Comercio. Hoy fue el maratón de Lisboa, y aún a las dos de la atarde había corredores llegando.
    Tomamos el camión hacia Sintra, donde lo primero que nos dimos cuenta es que hay un concurso para ver qué calle queda mejor adornada con motivos navideños. Tuvimos tiempo libre. Ro y yo nos fuimos a comer a una cafetería perdida de por el centro. Blanca por fuera, oscura de madera marrón casi negra por dentro. Los menús, en inglés y portugués. Ambos pedimos sandwich con jamón y queso, y papas. Muy rico. La Coca Cola que me tomé ayudó a mitigar la jaqueca. La barra con un foco detrás, la tele y la máquina de cigarros, nos vieron comer. También la mesera vestida de negro, muy blanca, que de vez en cuando aparecía y preguntaba si todo estaba bien.
    Al salir fuimos al Palacio, que en realidad era la casa de verano del rey Joao. Hay dos grandes chimeneas, que quedan muy bien para foto, junto al inmenso árbol de navidad que hay en la explanada del Castillo.
    Lo que más nos gustó a todos, creo que fue la sala con paredes de azulejo con representaciones de caza, y el techo de madera labrada, con 72 escudos de armas. Saramago incluso menciona esta sala en su libro de Viaje a Portugal, cuando llega El Viajero a Sintra. El busto en el centro, es de madera con hoja de oro; es el escudo en relieve, del Rey. La cocina tiene las mencionadas chimeneas y Ro y yo nos imaginamos hace siglos a la servidumbre usando el horno y sus cazuelas que aún están ahí. Todo tamaño gigante.
    Al salir, regresamos por donde habíamos comido y subimos una larga cuesta con vistas a la ciudad y al Tajo de estos lares. Pero quedaba muy lejos el castillo de la cima, así que regresamos.
    Un perrito, un Husky andaba perdido según vimos en un papel pegado en paredes, pidiendo información por él.
    Seguimos caminando, por estrechas calles llenas de turistas y de luces navideñas en los árboles y de balcón a balcón. Caminamos por las estrechas calles sin turistas, mal iluminadas. Recuerdo un puente. Escalones negros y al fondo, algunas casas iluminadas por dentro, las únicas luces en esta ya noche en Sintra y la verja negra sobre la que nos apoyamos para regresar a la parte más viva del pueblo. Ro se tomó una foto donde hay una hermosa cabina telefónica y un puente.
    Ya cuando todos subían al camión, un perro. Encontramos al Husky! Ro corrió a una cabina, pero la guía de dijo que no, por el tiempo, que ya teníamos que irnos, y el lenguaje, y así, triitemente, no pudimos avisar. Quiero pensar, quiero pensar que el lugar era el más concurrido y donde más fotos dle perro había; alguien avisó y ahora y desde entonces, está con sus dueños, quiero creer, quiero confiar...
    Nos despedimos del pueblo con una última foto a una casa del camino muy iluminada y muy bonita.
    Entramos a Lisboa, vimos un estadio y llegamos al hotel al cuarto para las ocho de la noche. Salimos los cuatro a caminar por el centro, en Rossío, Ro se tomó una muy chistosa foto trepada a una bola de cemento, frente a la estación de ferrocarriles, y haciendo el gesto de ser muy muy fuerte. Bajo arcos de estrellas azul rey, viendo las enormes langostas esperando no ser seleccionadas, llegamos hasta la Plaza de Comercio, en el Terreiro do Paço, y al final, el mar-río, negro, junto a un nacimiento igual de grande, por allá unos lisboetas que pescan, farolas ámbar, el mar seguía negro... Qué hermosa eres, Lisboa
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  • 2010-12-04 18:48:31
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  • 05 Diciembre de 2004
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