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  • Varizzzzzela! Fue el diagnóstico de la doctora portuguesa en cuanto nos vio, cuando se levantó su camisa, y vio el pecho lleno de ronchas causado por nosotros...
    Me desperté cuando él fue al baño para bañarse: horror. Su cuerpo tenía manchas rojas aquí y allá. Y tenía una o dos en la frente que le estaban dando un poco de comezón.
    Bajamos a desayunar y afortunadamente estaba bastante vacío, nada en comparación con la cantidad de gente que había ayer. También lo bueno era que en sí, no se notaban casi, fuera de que se estaba rasque y rasque la cabeza.
    La cordura prevaleció y Ro, su novia, y él decidieron que lo mejor sería ir a un hospital. Le preguntaron con un mal portugués al de la recepción del hotel y les dio dos posibles hospitales, pero recomendó fuertemente uno que estaba por San Jorge, ya que era público. Le dijeron a Gabo y Clau, sus amigos, que le avisaran a Conchi ( a pesar de que a todos les caía super bien, a él no, no la aguantaba, lo admite!) que no íban a ir porque se sentía mal.
    Llegamos en metro, cada vez más preocupado que fuera algo grave, sabiendo nosotros que ya no había nada que hacer. Aquí estábamos para quedarnos. Estuvimos en una sala de espera junto con otras diez personas. Casi no esperamos, como unos quince minutos y nos hicieron pasar a una sala donde había varias camas, separadas por cortinas. Había mucha luz, las blancas estaban prendidas; eran de esos tubos largos. También estaban abiertas todas las ventanas, entonces era una mezcla de luz blanca típica de hospital, y luz amarilla típica del sol. Lo raro es que hacía calor, o era la fiebre.
    La doctora (que él no se fijó en su nombre...qué ingrato!) era una señora de unos cincuenta años. Tenía el pelo entre rubio y algo canoso en las raíces, en especial en las patillas, y todo el cabello estaba recogido en una cola de caballo. Era como de la altura de mi huésped y tenía lentes y ojos verdes. Estaba vestida de azul aguamarina-hospital, y bata blanca-doctor. No tardó mucho le diagnóstico, en sí nada. Le preguntó de donde era, los generales y al preguntarme qué pasaba, él explicó de los dolores de cabeza y el cuerpo cortado...y las ronchas. Le dijo que se levantara la player y pum, nos vio, o vio los síntomas de nosotros, el virus. Un diagnóstico rápido, rapidísimo diagnóstico:
    –Varicela! –dijo, aunque con le acento portugués sonó más bien a a algo así como:
    –Varizzzzzela!
    Le dio una receta y dijo que se cubriera la boca. Para no andar esparciendo más gérmenes (aunque nosotros protestamos, pero no nos hizo caso, algunos sí querían quedarse aquí, les gustó Lisboa más que Madrid). No más de lo que ya había hecho. Al salir lo primero que le vino a la mente fue:
    1.- Yo, que sólo me había enfermado 36 horas de Rubeola cuando tenía trece, me tenía que venir a enfermar a otro país, otro continente, de varicela. Y ni siquiera podía decir que fuera donde estaba mi casa, porque Madrid está a algunas horas en tren o bus.
    2.- ¿Habré contagiado a Ro? ¿A Gabo, Clau?
    3.- ¿A cuántas personas les he pasado el virus en estos días en los que hemos paseado?
    La tranquilidad fue que en el punto 2 (para ellos, qué lástima para nosotros), ella, a la que le dice Ro, mencionó que a ya le había dado, entonces no había ya riesgo de contagio (me hubiera pasado sus anticuerpos! Pensó él), de lo primero: Rubeola, mmmm, una prima lejana, de lo tercero: Pues...
    Fuimos a la caja del hospital y fue un alivio para ellos ver que la consulta sólo tuvo un costo de seis euros! Pero luego la alegría tuvo su contraparte cuando en la farmacia, nos dieron el precio de la medicina: 125 euros por una caja que duraba cinco días. Asesino! Él intentaba matarnos, a los virus que habíamos paseado con él silenciosamente en el periodo de incubación, es decir, las últimas dos-tres semanas )por secreto profesional, no podemos decir dónde nos le metimos) La compraron, pero daremos batalla. Se echó la inofensiva primera dosis: una potensísima píldora que nos mataría los virus lo más pronto posible. Bah! Compraron pomada y el cubrebocas. Luego buscaron donde estaba la estación de autobús, y compraron unos boletos para regresar a Madrid, saldríamos alrededor de las ocho de la noche. Y aún era como la una de la tarde...
    Nos regresamos al hotel. La gente se nos quedaba viendo y se alejaba.
    Hicieron las maletas. Le explicaron al de la recepción y le dijeron que limpiaran muy bien el cuarto. Dejaron una nota a Gabo y Clau explicándoles lo sucedido que avisara a Conchi. Él seguía duro y dale con que es imposible que se haya ido en blanco, y por lo menos habrá infectado a uno o una, de la excursión, sobre todo tomando en cuenta el aire casi cerrado del autobús. Si supiera...
    Fuimos, con el cubre boca, a hacer unas compras (sí, bien irresponsables, según ellos que no querían contagiar a nadie): Pasamos por un gallo de recuerdo para ella, una taza, una bufanda, un disco de fado, la hermosa música portuguesa, y un libro de Saramago en la FNAC, que ahí sí, sólo entró Ro para yo quedarme con él al aire libre, y no hacer que el virus anduviese en un lugar cerrado viendo a ver a quién se le pegaba. Qué gachos... La gente nos veía feo, eso sí estuvo más gacho. Se alejaba. Él se sentía mal, física y moralmente, como un paria.
    Pasamos a McDonal´s por unas hamburguesas para la espera antes de que saliera el autobús. Mis amigos y yo ni nos enteramos de la medicina, la fiesta apenas había empezado.
    Fue una espera larguísima donde lo más divertido fue la hamburguesa, y un indio americano que andaba por ahí. Por fin dieron las ocho, y nos subimos los tres al camión (junto con mis hermanos, los demás virus, claro) hasta la parte de atrás. Él andaba cubierto casi de pies a cabeza, con una super chamarra y su nueva bufanda roja y verde. Se alejaron lo más que pudieron de una chava también mexicana como ellos, que intentó hacer la plática sólo para ser ignorada olímpicamente. Se quedará con una mala impresión, ni modo, pudimos ser buenos amigos y también invadirla, ni modo.
    De madrugada, hicimos una parada para que todo comieran. El cielo estaba lleno de estrellas. Lleno. Él y Ro bajaron un poco, hacía mucho frío, hasta nosotros lo sentimos. Pasamos por Évora. Una ciudad amurallada, muy bonita, donde algunos de nosotros quisieron quedarse a explorar, pero ahí no hubo parada. Toda la noche será de viaje. Ro y él van muy nerviosos, no quieren que nadie se de cuenta, no nos vayan a regresar y obligarnos que quedar en Portugal. Casi no hay dinero, van muy nerviosos. Se sienten como refugiados, perseguidos, casi como delincuentes que huyen; como si hubiesen hecho algo mal. Pero al parecer, lograremos regresar a Madrid. Se acabó el viaje a Portugal. Nosotros, seguimos multiplicándonos...
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  • 06 Diciembre de 2004
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