Llegamos a las 14:40. Recogemos las maletas y nos apresuramos a salir, ya para por fin ver Madrid. En la sala de bienvenida, están Gabo, Clau y Paola, que se llama María, pero que le gusta que le digan Paola, Colombiana. En el metro de la línea rosa nadie se da cuenta, pero casi le roban a Ro. Le dan un navajazo a su bolsa de Frida Kahlo; nos salvamos del robo por el tabique del libro de Azteca que Ro trae. Bajamos en Sol. La primera vista de Madrid, es del Tío Pepe. Encontramos un hostal que servirá por unos pocos días en lo que resolvemos lo del hospedaje. Dormimos. La ventana da a un cubo central donde no hay mucho que ver, pero las palomas se andan paseando por todas partes ahí afuera. Nos bañamos y salimos. Damos un paseo por la Plaza Mayor. Vemos a Paola, que se va con Gabo y Clau.
Ro y yo tenemos hambre. Entramos a un bar y nos acomodamos en la barra. En la tele hay un partido de la selección española que está suspendido porque no hay luz en el estadio. Hay otros cuatro o cinco comensales. En nuestra primera comida en Madrid y lo seleccionado es una ración cada uno de tortilla española, y una caña. Platicamos y estamos muy emocionados. Dos años antes habíamos platicado afuera de la casa de Ro, en la Condesa, de planes de vida, de vivir en Madrid, y ya en parte lo hemos logrado: tenemos que regresar, sí, pero viviremos en Madrid por unos cuantos meses. Dejamos un euro de propina.
Vamos a las Cibeles.
De noche Ro no puede dormir y va al baño. Tétrico baño, con esa luz pálida y el pasillo mayormente oscuro, nadie irá al baño solo, o de noche.
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