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  • He necesitado un tiempo de respiro, ya he tomado aire.\nEste relato de ficción, basado en hechos reales, va para mis amigos de Guadalcanal.\n¡Un abrazo a todos!\n\n\nDicen en Guadalcanal que la tierra que se extiende bajo este pueblo sevillano fue pisada otrora por los primeros hombres. Dicen que moros y cristianos se batieron a muerte ante los muros de la Iglesia de Santa María de la Asunción. Dicen que su nombre navegó por el mar para posarse sobre una de las islas Salomón y bautizar célebres batallas de hombres contra hombres. Todo eso dicen a los viajeros, que como yo, han arrastrado sus pies hasta este enclave de paredes blancas.\n\nLos tiempos han cambiado y el pueblo también. Nada escapa ya a la aldea global gobernada por ese poderoso caballero. Sin embargo,las gentes de Guadalcanal conservan leves matices del pasado; sólo hacen falta unas horas para comprobar que el tiempo responde a otros parámetros en esas tierras.\n\nLos jóvenes que conocen la historia del pueblo se jactan de ser grandes bebedores, y hasta en esto se encuentran vestigios del pasado: hasta Cervantes habló del vino de Guadalcanal. Hoy, sin embargo, se prefieren las mezclas de licor y refresco, más acordes con los tiempos que corren.\n\nSoy testigo privilegiado de las costumbres de la juventud, es más, las he padecido. Es tradición en verano salir de “Gira” (realmente nunca vi escrita la palabra), que dicho de otra forma, consiste en ir a un cortijo y dar rienda suelta a los placeres del alcohol y la pitanza para rendir culto a ese Dios pagano, Baco. \n\nEs en este punto donde arranca la historia, centrada en el paradigma Guadalcanalense, personificado en la figura de Samuel: Moreno de ojos pequeños, gruesa porte y estandarte de las viejas costumbres, las cuales defiende con un fino hilo de voz. Precisamente fue en el cortijo de este Fuellador, donde experimenté toda la pasión que derrocha este rincón de paredes blancas.\n\nLa liturgia de la “gira” arrancó temprano. Danzas rituales al son de las melodías del verano, foros de actualidad alrededor del barril de cerveza y ejercicios aeróbicos en la alberca del cortijo. La mañana transcurre amena, abriendo camino a la tarde, marcada por la sagrada hora de la pitanza. Las crepitantes brasas de la barbacoa dan el pistoletazo de salida para la vorágine: la mesnada del regodeo se afana en recobrar las fuerzas a base de chorizos, pancetas y jugosos filetes de cerdo emparedados entre dos rebanadas de pan. Samuel, nuestro hombre, necesita recuperar mucha energía y da buena cuenta de lo que sobre el fuego se cocina.\n\nLa zambra continúa hasta que el sol se esconde sonrojado por la vergüenza ajena que le genera cuanto ve. De nuevo, las brasas iluminan los ojos hambrientos y exhaustos de las huestes de Dionisos que salivan en torno al fuego. La noche se convierte en aliada silenciosa. Sólo la luna y algunas aves nocturnas son testigos del declive. Agotado el barril de pisto, los jóvenes se aferran a las mezclas con refresco mientras danzan frenéticamente al son de melodías electrónicas. En el ambiente flota el denso humo de los vegueros del buen humor que no hace más apresurar el desenlace del evento. \n\n \n\nDe madrugada, la batalla ha terminado para muchos. Soldados derrotados yacen en el suelo; sólo unos pocos permanecen aun en pie a la espera de lo que pueda acontecer; las parejas se retiran a rincones discretos donde poder expresar libremente su pasión, lejos de las miradas escrutadoras. \n\nSentado sobre una piedra, Samuel parece lamentarse, algo en su interior le está devorando las entrañas. Sus ojos, inyectados en sangre, están fijos en algún punto, más allá de lo mundano. Se levanta con firmeza para dirigirse a los supervivientes.\n\n-¿Queda algo de comer?- Pregunta con un agudo hilo de voz. El grupo mira en derredor sin encontrar algo que llevarse a la boca. Manuel, con desasosiego, se sumerge a toda prisa en la oscuridad de la noche sevillana, desapareciendo del cortijo.\n\n Pasaron veinte minutos. Nadie sabía con exactitud el paradero de nuestro hombre y comenzaron la cávalas fúnebres. Temerosos por la salud de su amigo, fueron en su busca. Los olivos del cortijo formaban un denso mosaico que enturbiaba la visión. De súbito, se escucharon unos gritos desesperados que se acercaban, tras el mosaico de olivos. Una silueta surgía de las sombras con una bulto inquieto en las manos. Era Samuel que portaba un cochinillo vivo. Ante la estupefacción del grupo, Manuel argumentó que tenía hambre. Colocó al lechón sobre un tocón de madera y lo sacrificó.\n\nEl fuego volvió a iluminar la madrugada. Nuestro homo Guadalcanalensis cocinó aquel pobre animal para echar el cierre de la velada. El día había sido largo y a ciertas horas y en ciertas condiciones, la gula eclipsa a la regia moral. De este modo, hasta los más puritanos se unieron al banquete.\n\nEl término de la “gira” recordaba al final de los largometrajes de los irreductibles galos; faltaba Asuranceturix, aunque su ausencia fue cubierta, con creces, por el hilo melódico que emanaba del cassette.\n\n
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